Años cincuenta. En pleno maccarthismo. La amenaza soviética llega hasta las mismísimas costas de California. Mientras, un grupo de guionistas miembros del Partido Comunista lee la revista Soviet Life... Los hermanos Coen vuelven a la cartelera tras pasar por la Berlinale con Ave, César, una disparatada parodia con George Clooney y Scarlett Johansson.

En el mejor gag de Ave, César una montadora está a punto de morir estrangulada cuando su pañuelo se atasca en una moviola. Nada resume mejor las intenciones de la nueva película de los hermanos Coen, una película que no es tanto un pastiche del viejo Hollywood como más bien una película sobre la trastienda de aquel Hollywood, sobre la fontanería ejemplificada en la figura de un productor, Eddie Mannix (Josh Brolin), que ha de resolver todos los entuertos en los que se embarcan las estrellas de la productora Capitol Pictures. Ave, César comienza con la película dentro de la película, una película de romanos, y bíblica (como Ben-Hur lleva el subtítulo de A Tale of The Christ), que protagoniza la gran estrella del estudio, Baird Whitlock (George Clooney, según los Coen, inspirado en Clark Gable) y que se titula, sí, "Ave, César" (pongamos comillas para no confundirnos).



Pero dentro de Ave, César caben otros homenajes a los géneros clásicos de Hollywood, desde el western de serie B al musical, éste por partida doble, el acuático a lo Esther Williams (al servicio de Scarlett Johansson) y el de marineros recién llegados a la ciudad a lo Gene Kelly (para el lucimiento de Channing Tatum), pasando también por el melodrama a lo Cukor.



Una desprejuiciada celebración

Son los problemas derivados de poner a un actor de western (un divertidísimo Alden Ehrenreich) en un refinado melodrama dirigido por un director que apenas disimula su homosexualidad (Ralph Fiennes) los que la montadora habrá de resolver jugándose la vida en ello. La montadora está interpretada por Frances McDormand, por cierto; la solución es la misma que sostenía la trama de Cantando bajo la lluvia, otra película que, salvando las distancias, volvía la vista al Hollywood de una décadas atrás.



Después de un western revisionista como Valor de ley y de una reconstrucción de la escena folk del Greenwich Village de comienzos de los sesenta como la de A propósito de Llewyn Davis, los Coen vuelven su mirada al Hollywood clásico tal y como habían hecho en Barton Fink veinticinco años atrás. Pero el humor ácido de aquella, profundamente crítico con el Hollywood de los cuarenta, se ha transmutado en una desprejuiciada celebración del Hollywood de los cincuenta. Ave, César tiene mucho de divertimento, de una reunión de amigos en la que cada uno tiene la oportunidad de lucir sus mejores galas: como si de un baile de disfraces se tratase, más que un remedo de una película de romanos (que es lo que la publicidad y el título parecen anunciar) los Coen nos ofrecen reconstrucciones más o menos fidedignas de los géneros a los que aludíamos, escenas que se desarrollan con la suficiente generosidad como para comprometer seriamente la que se supone es la trama principal.



Mientras el estudio está embarcado en distintas producciones, la estrella principal, Baird Whitlock, es secuestrada del set de rodaje de "Ave, César". Cuesta imaginar quienes son sus secuestradores y sus intenciones. Se trata nada más y nada menos que de un grupo de guionistas miembros del Partido Comunista que leen la revista Soviet Life y que citan a Marx y Marcuse; con el secuestro esconden la improbable pretensión de que la estrella los secunde en su reivindicación de un mejor reparto de los beneficios que obtienen los estudios entre sus asalariados, sean estos guionistas o actores. Estamos a principios de los cincuenta, en pleno maccarthismo, y la amenaza soviética llega, literalmente, hasta las mismísimas costas californianas.



Escándalo sexual

Eddie Mannix ha de rescatar a Whitlock, cuya desaparición ha paralizado el rodaje de la gran producción del estudio. Al mismo tiempo, y en el transcurso de poco más de 24 horas, tendrá que buscar la manera de ocultar el hijo que ha tenido de soltera otra estrella (la sirena Johansson) o el escándalo sexual que amenaza la reputación del bailarín Burt Gurney (Tatum) y el director Laurence Laurentz (Fiennes), todo ello bajo la atenta mirada de las periodistas gemelas especializadas en cotilleos, Thora y Thessaly Thacker (Tilda Swinton, en su doble encarnación de Hedda Hooper). Mannix lidia con los problemas, ya sean estos los guionistas comunistas o los representantes de las distintas religiones que han puesto su lupa sobre "Ave, César" (de ahí que Ave, César incluya la advertencia de que no se ha representado el rostro de Dios, se supone que en atención a las reclamaciones del rabino). A todo eso súmesele que Mannix ha recibido una suculenta oferta de una emergente empresa aeronáutica, una verdadera industria, le dice el representante de Lockheed, y no un circo como Hollywood.



Hay algo de eso, de un circo, en el Hollywood que nos retratan los Coen. Y de ser así, Mannix sería el jefe de pista, el que introduce las distintas atracciones y pone orden en el caos. Son sus gestiones las que posibilitan que este gigantesco castillo de naipes no se venga abajo. Pero no hay duda de que los Coen se sienten atraídos por ese castillo de naipes, aunque sea desde la parodia. De ahí esas miméticas reediciones de los números musicales que protagonizan Scarlett Johansson o Channing Tatum, de ahí que cuando la trama se deslice fuera del estudio y lleguemos al despacho de un abogado (Jonah Hill), los directores aprovechen para rendir su particular homenaje al cine negro.



Si una película como Valor de ley pudo servirles a los Coen para revisar un género concreto, el western, del mismo modo que antes había sucedido con tantas y tantas de sus películas desde la primera de todas, Sangre fácil (1984), Ave, César está lejos de cumplir esa función. Los géneros, empezando por el bíblico-romano que le da título, están poco más que enunciados, como si se tratase de un mero capricho, de una demostración de las cualidades de los hermanos no como directores, sino como productores. No olvidemos que la estrella de la función es el apagafuegos Eddie Mannix, no un actor ni un director. En su sucesión de géneros y estilos Ave, César es una reivindicación de la figura del productor, una oportunidad que ni el director de fotografía ni el músico dejan escapar: Roger Deakins y Carter Burwell se dan un festín.