Image: Tarantino, entre la palabra y la acción

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Cine

Tarantino, entre la palabra y la acción

15 enero, 2016 01:00

Samuel L. Jackson es uno de los ocho odiosos de Quentin Tarantino

Wyoming tras la Guerra Civil. Una tormenta de nieve reúne a ocho personajes en un refugio de montaña. Entre ellos, al cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell)... Tarantino vuelve a sorprendernos con Los odiosos ocho, un western en el que reflexiona sobre la identidad de Estados Unidos. Hoy llega a nuestras pantallas.

En su libro El planeta americano, Vicente Verdú trataba de definir, o al menos entender, la esencia de ese país llamado Estados Unidos hecho de todo y de nada, contradictorio, odioso y fascinante, y que parece ignorar al resto del mundo al tiempo que ejerce de guardián atento, un país donde la nacionalidad, más que una identidad es una religión, una creencia, y donde cualquiera puede convertirse en americano si abraza la fe con suficiente fuerza: “América -escribe Verdú- sería como una combinación de todo el mundo para la mítica composición de un nuevo mundo, y llegar a ser norteamericano no significaría tanto adquirir una nacionalidad como abrazar una mitología superior. En el pasado se pudo ser rumano o vietnamita, pero ahora, una vez allí, se es de América. De hecho, la mejor historia de EE.UU. nunca parece estar atrás, con sus inevitables sombras -genocidio, esclavitud, Gran Depresión- sino siempre delante y despejada. En el pensamiento popular, Estados Unidos no es solo la modernidad sino el continuo porvenir y el principio del superfuturo humano”.

Un atrevimiento desmesurado

De alguna manera, Quentin Tarantino parece embarcado en un proyecto similar al de Verdú, y su nueva película (la octava, según rezan los créditos en una pequeña broma interna, la novena, según reza su filmografía), Los odiosos ocho, bien podría llamarse también El planeta americano, porque en su duración demoniaca, en su dimensión grandilocuente, en su atrevimiento desmesurado y su ambición se esconde también un intento de entender qué es, de dónde viene, y cómo está hecha esa nación construida a golpe de hierro, carroza, pistola, y palabras: una indagación en las raíces de esa mitología de la que hablaba Verdú, y que abarca desde la música popular a la identidad racial, desde el trabajo con los acentos, los dialectos, la mezcla, al mito de la eterna conquista, del avance constante, de la exploración libérrima y sin límites, del hombre hecho a sí mismo al papel de la mujer, los negros, los hispanos, y otras minorías, en la construcción de ese imaginario compartido. Englobada en ese subgénero del propio Tarantino que son sus películas de cámara (Reservoir Dogs, el comienzo de Death Proof, el arranque de Malditos bastardos), películas o pasajes en los que Tarantino encierra a sus personajes en espacios incomunicados, aislados del exterior, para enfrentarlos de forma dialéctica, en un 'increscendo' de la tensión verbal, Los odiosos ocho es una depuración de aquello que Tarantino ha ido trabajando de forma constante durante toda su filmografía, la exploración de la puesta en escena como herramienta de construcción y diseño del mundo, las posibilidades, infinitas, de los elementos más básicos del lenguaje cinematográfico: palabra, cuerpo y espacio, y la cámara como elemento organizador, demiurgo que otorga sentido, controla el tiempo, la información, y hace avanzar la historia letra a letra, verbo a verbo, plano a plano. Porque si un análisis superficial de su cine se fijaría en la finura, el ritmo o el humor de los diálogos, un verdadero análisis debería prestar atención a cómo es la cámara, a través de unas decisiones más que conscientes de puesta en escena, la responsable de todo aquello que ocurre en pantalla; dicho de otro modo, es la cámara, y cómo articula su disposición en el espacio, sus movimientos, y las variaciones de los personajes, quien arrastra y sostiene sus películas, más que ingeniosos guiones filmados. Es en ese sentido espacial y de puesta en escena donde hay que entender la decisión de filmar y distribuir (en los pocos cines que no han desechado las tecnologías fílmicas) la película en celuloide de 70mm, y en un formato de pantalla ultrapanorámico llamado Ultra Panavision, también conocido como Camera 65, que no se usaba desde 1966. Una decisión que complicó el rodaje, obligando a recuperar lentes en desuso, y que dificulta la distribución en una industria que ha dado la espalda a las tecnologías analógicas, pero que ha de entenderse no en el sentido espectacularizante de la imagen, sino de las posibilidades expresivas, narrativas y de construcción del plano que ofrece: las imágenes ultrapanorámicas de Los odiosos ocho no están al servicio del paisaje o el recreo espectacular, de la imagen vacua, sino de una puesta en escena soberbia, e invisible por momentos; son planos donde todo cabe, y donde todo es posible, la palabra, y la acción, el plano y su contraplano, el fondo y el detalle, lo principal y lo secundario, lo móvil y lo inmóvil, el espacio y los personajes, y cómo se desenvuelven en él.

Tensión dialéctica

Jennifer Jason Leigh en Los ocho odiosos

Quienes busquen otra de las señas de identidad de Tarantino, los movimientos aberrantes, las cámaras que todo lo ven, los travellings eternos, encontrarán sobre todo una cámara tensa, la filmación inmóvil de una situación de cambio, una lucha interna entre avanzar y estar parado, entre construir y consolidar, entre violencia y diálogo, palabra y acción. Porque esa revisión del mito norteamericano pasa en esta ocasión, y como en toda la filmografía de Tarantino, por la oposición política e irresuelta entre palabra y acción, entre diálogo y violencia, entre el movimiento y el inmovilismo: el trípode, la imagen fija, la quietud (aparente) de la puesta en escena es el vehículo por el que se transmite la tensión dialéctica de un país en guerra civil. La propuesta de Los ocho odiosos es tan extrema, tres horas de duración para una película con apenas dos escenarios, que las críticas han sido en algunos casos furibundas; una de las más repetidas, y falaces, es la que sostiene que Tarantino ha pasado de remezclar a otros a remezclarse a sí mismo. Y sí, en cierto sentido, Los odiosos ocho podría parecer un auto-remake de Reservoir Dogs, porque ambas dos películas son estudios beckettianos sobre el fuera de campo, sobre la espera, sobre lo que ocurre fuera y no se ve, sobre lo que ocurre dentro y cómo ocurre, ambas dos son en el fondo también, estudios sobre el arte cinematográfico de la puesta en escena, películas encerradas en espacios suspendidos en el tiempo a la espera de que algo externo acabe con la situación. Podría parecer un auto-remake, decíamos, pero en realidad es la afirmación de que todo, o casi todo, aquello que le interesaba a Tarantino estaba contenido en aquella primera película, y el paso del tiempo no ha hecho sino situarle en la posición para rehacerlo sin trabas: Tarantino, probablemente el único autor en el sentido moderno del término que habita todavía en las cada vez más gélidas aguas de la industria, ha alcanzado el punto de su carrera en que puede rodar aquello que quiera. Y así ha dispuesto un inmenso despliegue artístico al servicio de algo aparentemente mínimo: ocho personajes, uno o dos escenarios, el plano, el espacio y la tensión. Si Death Proof fue su laboratorio de formas inacabadas, Los odiosos ocho es un estudio soberano sobre la palabra y la acción, el espacio y el tiempo, la cámara y los personajes. Sobre el cine, en definitiva. En pasado y sobre todo en futuro. Otros lo intentaron, pero solo Tarantino llega a casa, al espacio del mito, como dice Roy Orbison en la estremecedora canción de créditos: Escuchen todos / traten de entender / puedes ser un soldado / mujer, niño, u hombre / pero no habrá muchos que regresen a casa / no, no habrá muchos que regresen a casa / oh, no habrá muchos / quizás diez de los veinte / pero no habrá muchos que regresen a casa. @gdpedro