El trabajo de Benoît Jacquot produce eco. La historia reciente del cine francés resuena en una filmografía que básicamente se alimenta de la modernidad. Contemplar La fille seule se parece bastante a dejarse arrastrar por el minucioso esfuerzo de Agnès Varda en Cleo de 5 a 7; en su primera película (L'assassin musicien) el nombre de la protagonista atiende al tamaño de Anna Karina, un icono de modales revolucionarios; Adiós a la reina tiene mucho de disección del drama en el interior de una heroína de Chabrol, y su último trabajo, 3 corazones, lo quiera o no el autor, se parece demasiado a Truffaut. A todo él.

“Sí, lo sé, y lo sé por las veces que me lo preguntan, que la película trae a la memoria de cualquier espectador Las dos inglesas y el amor. Pero jamás pensé en ella cuando rodábamos la película. Algo bien distinto es La mujer de al lado. La intención desde que imaginé 3 corazones era conseguir el mismo efecto de la cinta de Truffaut, de dibujar unos sentimientos digamos excepcionales dentro de un ambiente muy vulgar, cotidiano o simplemente ordinario. Y todo ello en una ciudad de provincias. En Francia, todo lo que no es París, es provincias. Me seducía enormemente ese efecto de contraste en el que siempre vive el mejor melodrama y que, de alguna manera, está muy presente en gran parte del trabajo de Truffaut”, dice, se toma un respiro y continúa: “Llegué a ordenar a mi equipo que pensara en La mujer de al lado para determinadas escenas. Pero luego el rodaje marca sus propias reglas y, para poder trabajar, tienes que dejar a un lado las referencias. Una vez que empiezas, Truffaut ya no vale”.

De todas formas, y quizá para espantar fantasmas, Jacquot no se resiste a una puntualización más: “Si tuviera que mencionar una influencia determinante para esta película sería Mizoguchi. La señorita Oyu también habla de una pasión clandestina. Y lo hace con una precisión y una distancia que, recuerdo, me tuvo obsesionado durante mucho tiempo. Creo que mi interés por el tema viene de ahí. La película la vi hace mucho, pero innumerables veces”. Y le creemos.

"Me impresionaba más el discurso de los directores de Cahiers du cinema que sus propias películas"

3 corazones, para situarnos, cuenta la historia de un hombre enamorado. Lo que ocurre es que el amor, cuando es de verdad, cuando aspira a escaparse de lo cotidiano para parecerse un poco siquiera a la ficción, no admite ni reglas ni compromisos. Nuestro héroe, interpretado por un Benoît Poelvoorde muy fuera de su registro habitual, desea con idéntica fuerza, que no de la misma manera, a dos mujeres, a la sazón hermanas. La primera, la más cercana al fuego, está encarnada por una enorme Charlotte Gainsbourg; la segunda, la simplemente más cercana, es obra de una no menos resplandeciente en su contención Chiara Mastroianni. Y, en medio, como tótem o, mejor, árbitro, la madre de las dos: Catherine Deneuve. Quiere el azar endogámico del cine galo que la diva sea, dentro y fuera de la pantalla, también progenitora de la descendiente de Marcello. De otro modo, en la realidad y la ficción, un bonito y desgarrador lío.

Los sentimientos como motor

Y ahora la pregunta: ¿por qué un director de afición tan cerebral como usted se enfanga ahora en un melodrama, pues eso es, como éste? “Bueno, en realidad, no te desperezas un día y te dices: ‘Voy a hacer un melodrama'. Digamos simplemente que me seducía la idea de componer una película donde el elemento central fueran los sentimientos. Sin rodeos y de forma frontal. Quiero creer que mis últimos trabajos en la ópera han terminado por obligarme a algo así. La ópera diluye cualquier trivialidad en la resplandeciente teatralidad de algo inconfesable y terrible”.

Para Jacquot, el melodrama difiere poco del mecanismo íntimo del mismo ‘thriller'. Y llegado a este punto, y sin que medie provocación alguna, vuelve al maestro, a su maestro: “De alguna manera, rige el mismo principio que Hitchcock le describía a Truffaut en las famosas conversaciones entre ambos. La idea es retratar y trasladar al espectador idéntica ansiedad. Es el mismo corazón el que late cuando se acerca un peligro físico o cuando surge la pasión. No me interesa el momento de felicidad de dos amantes que bailan al ritmo de una canción de amor, sino el momento de tensión que precede a la frase ‘Te quiero'. Es como si la promesa de felicidad se encontrara amenazada y a punto de morir”. Y concluye la lección.

En efecto, es ahí, donde acaba de decir el director, el lugar preciso en el que 3 corazones aspira a hacerse fuerte. La idea es transmitir al espectador las dudas, el febril padecimiento de su protagonista. Eso y la constante amenaza de la mayor de las desgracias siempre verbalizada por una Deneuve imperial. Ella, sólo ella, ve cómo el mundo que tan minuciosamente ha construido para sus hijas se viene, de repente, abajo. “No es la primera vez que Deneuve ha trabajado con su hija. Hay una tensión que trasciende la pantalla. Se antoja más real que nunca. Por otro lado, Poelvoorde es un actor muy desconcertante. Nunca se sabe por dónde va a salir, es totalmente imprevisible. Y es ese desconcierto de un hombre que casi siempre hace comedia el que me resulta tan efectivo en el filme. El melodrama o es desconcertante o no tiene sentido”, explica Jacquot con ademán pedagógico.

Con Marguerite Duras

No en balde, pocas biografías posee el cine francés tan francesas, tan cinéfilamente francesas. Cuenta Jacquot que mucho antes de empezar a trabajar en compañía de Marguerite Duras (“Odiaba el cine, pero le encantaba hacer películas”), su pasión por el cine nació de la mano de títulos como Los 400 golpes, Al final de la escapada o El bello Sergio. Tal cual. “Aprendí cine antes incluso de verlo. Me impresionaba más el discurso de los directores en Cahiers du cinema que sus propias películas. Me escapaba del colegio e iba al cine a escondidas, sin decírselo a mis padres. Entraba por la puerta de atrás en secreto. Digamos que crecí asociando el hecho de hacer cine a hacer algo clandestino, prohibido”. ¿Se puede ser más francés? Pues eso.

@luis_m_mundo