Una imagen de El apóstata

El apóstata de Federico Veiroj tiene la virtud de ser mejor de lo que su propia modestía parece indicar y El niño y la bestia de Mamoru Hosoda no cuenta nada original pero lo hace con gracia y creatividad

En un año en el que la competición española en sección oficial está lejos de la calidad del año pasado, donde filmes como La isla mínima, Magical Girl o Loreak causaron sensación, El apóstata, de Federico Veiroj ha dejado buen sabor de boca. Dirigida por un cineasta uruguayo pero ambientada en el barrio de la Latina en Madrid, es una película simpática y talentosa que narra las andanzas de un joven alrededor de los 28 años que se desespera por ser borrado en los registros de la Iglesia y declarar nulo su bautismo.



Inmerso en una crisis vital de mayor dimensión, el protagonista, Gonzalo (Alvaro Ogalla) lidia con una carrera universitaria que se eterniza, una madre quisquillosa, una prima de la que está enamorado y un niño al que da clases particulares mientras se enfrenta con titánica energía a la jerarquía de la Iglesia. El apóstata es una película pequeña en presupuesto y en su propio desarrollo con la capacidad de crear un personaje principal atractivo y con la virtud de ser mejor de lo que su propia modestia parece indicar.



El niño y la bestia

Por primera vez, el Festival ha programado una película de animación, la japonesa El niño y la bestia, dirigida por Mamoru Hosoda, estrella emergente de la animación japonesa. No cuenta nada la película especialmente original pero lo hace con gracia y con creatividad. Es la historia de un niño huérfano que por casualidad penetra en un mundo paralelo habitado por bestias humanizadas (y más civilizadas que los humanos) y se convierte en aprendiz de un talentoso luchador que aspira al gobierno de ese reino. A partir de aquí, El niño y la bestia es una fábula contra el rencor y la venganza que recuerda en su argumento a La princesa de Mononoke de Miyazaki en esa metáfora de la "fuerza oscura", que representa el odio, y su poder para adeñuarse de las personas y corromperlas. El dolor, dicen ambas películas, es el camino para el odio y la lucha de sus protagonistas será sustituirlo por amor. A veces el filme se esmera demasiado en repetirnos su moraleja pero eso no quita que haya buen cine en sus entrañas y que nos seduzca ese mundo de colores y fantasía que logra crear el animador.



High Rise

Con gran expectación se esperaba High Rise, la nueva película del rompedor Ben Wheatley después de aquella demoledora Turistas que lo convirtió en una estrella de culto. Adaptación de una novela de JG Ballard, Rascacielos, el cineasta británico plantea una cruda y barroca metáfora sobre la brutalidad de los poderosos a partir de un edificio de lujo en el que sus ricos inquilinos son arrastrados a una orgía de sexo y violencia. Excesiva en todos los sentidos, High Rise es una película que tiene ganas de no dejar indiferente a nadie y de causar polémica con su reflejo de una sociedad al margen de las leyes que se aplican al resto de los seres humanos y enloquecida en su propia opulencia. Con Ton Hiddleston como protagonista y Sienna Miller y Jeremy Irons en el reparto, por momentos da la impresión de que Wheatley no está controlando del todo su película. Sin embargo, en lo que casi parece un milagro, consigue levantarla y que todas las piezas encajen en un mosaico tan perturbador como apabullante que deja sin respiro. Los espectadores decidirán si odian o aman un filme al margen de toda convención.



@juansarda