Fotograma de Sunset Song, de Terrence Davies.

En la esperada Sunset Song, el drama épico neutraliza la visión poética de Terrence Davies, mientras que en su adaptación ballardiana de High-Rise, Ben Wheatley propone un ambicioso y kubrickiano viaje al corazón de la demencia. El maestro polaco Skolimowski hace bricolaje narrativo en 11 minutos y la belga Akerman entrega un emotivo retrato de su madre.

Sobre el papel, los dos acontecimientos cinéfilos más trascendentes del Festival de Cine de Toronto en su cuadragésimo aniversario llevan sello británico. Se trata de las presentaciones mundiales de dos complejas adaptaciones literarias, emprendidas por un poeta mayor del cine inglés y por un cineasta de culto gracias a una fresca filmografía hecha de carismáticas subversiones en torno al cine de género.



La presentación al mundo de la largamente esperada película del maestro Terrence Davies, titulada Sunset Song, fue rechazada en la misma semana, según cuenta el propio autor de la inconmensurable El largo día acaba, por Berlín, Cannes y Venecia. Al final es San Sebastián el festival que la ha colocado en su parrilla competitiva, si bien el TIFF ha tenido el honor de desvelar las incógnitas acumuladas sobre el filme, una adaptación de la novela histórica del mismo título, escrita en los años treinta por el autor escocés Lewis Grassic Gibbon, y que el cineasta británico descubrió en una serie de la BBC hace 18 años. Los mismos, en definitiva, que ha invertido tratando de levantar una producción de escalada épica que finalmente ha visto la luz en la ciudad canadiense.



Lamentablemente, Sunset Song se resiente de un grave error de reparto (el actor Kevin Guthrie) y de una narración épica y tradicional que impide en gran medida que florezca el pulso poético y el carácter esencialmente moderno del cine de Davies. La inventiva formal con la que ha convocado tantas emociones devastadoras en filmes como Voces distantes, La casa de la alegría o The Deep Blue Sea es aquí tímida y no termina de entrar en verdadero contacto con la médula de la historia: la crónica de supervivencia de Chris Guthrie (interpretada por la modelo Agyness Deyn), una joven que crece bajo la tiranía paterna, que ve cómo toda su familia desaparece y al quedarse sola se muestra determinada a conservar la granja familiar en el norte de Escocia. En esta crónica a lo largo de varios años, en la que el paisaje se convierte en un personaje más, Davies despliega múltiples obsesiones de su filmografía -la resistencia femenina, el amor maternal, la sublimación romántica, etc.-, poniendo el foco tanto en la tragedia personal como en el contexto histórico de principios de siglo, especialmente el estallido de la Primera Guerra Mundial y el embrutecimiento de los hombres que regresaron de ella.



Fotograma de High-Rise, de Ben Wheatley.

Otra ansiedad consumada ha sido la de destapar la no menos ambiciosa adaptación de la novela Rascacielos de J.G. Ballard bajo la insólita personalidad de Ben Wheatley, cuyos trabajos previos, Kill List y Turistas, no nos habían realmente preparado para asistir a un trabajo tan ambicioso, que propone un verdadero viaje al corazón de la demencia. High-Rise es un filme poseído por el exceso y el barroquismo, cuya fascinación visual remite constantemente a Kubrick, Pasolini, Godard y las atmósferas enfermizas de Cronenberg. El relato, primordial, se encierra en un imponente rascacielos de lujo al que se traslada el doctor Laing (Tom Hiddleston) en busca del anonimato. Allí se encuentra con una serie de vecinos excéntricos que encadenan desorbitadas fiestas regadas de alcohol, drogas, sexo y violencia. En un momento dado, los vecinos de los pisos inferiores se rebelan contra los inquilinos que viven en pisos superiores, conformando un estratificado microcosmos social. La película se convierte en un verdadero campo de batalla.



La locura que pone en forma el filme va encaminada a construir una parábola retro-futurista sobre la lucha de clases y las perversiones del capitalismo, en la que el hedonismo da paso al embrutecimiento, el humor a la enajenación y el sexo a la destrucción. La utopía imaginada por el arquitecto que vive en el ático del edificio (Jeremy Irons) se abisma en la perversión de una distopía apocalíptica, donde finalmente reina el caos y la anarquía más absolutas. Wheatley hace uso de todo su talento satírico para que el descenso a los infiernos sea tan inmediato como irreversible, hiperbólico y retorcido, con un subtexto político y antropológico que hace resonar en el pasado -los años setenta en la que fue escrita la novela- el pesimista porvenir de una humanidad esencialmente depredadora, condenada a destruirse a sí misma. El impacto que produce la película, su manifiesta ambición y demencia atmosférica, coloca al director británico en otra liga, determinado a competir con los más grandes cineastas del cine contemporáneo.



Maestros experimentales

Dos maestros de la experimentación fílmica, el polaco Jerzy Skolimowski y la belga Chantal Akerman, también han presentado sus películas en TIFF. Skolimowski entrega con 11 minutes un alambicado juego de bricolaje narrativo que, a pesar de su ingenio y sofisticación, se queda finalmente vacío de significados. Las historias cruzadas de lo que les ocurre a varios personajes en Varsovia en el lapso de once minutos mantienen al espectador demasiado también en la oscuridad, sin saber muy bien a dónde quiere llegar el cineasta, qué es lo que está viendo y por qué, pero confiado en que la catarsis trágica hacia la que intuimos que inevitablemente avanza el filme ofrecerá respuestas satisfactorias una vez que todos los cabos estén atados. No es el caso. El filme es intrigante y excéntrico a su modo, pero en última instancia se revela como un lúdico, entretenido experimento narrativo cuyos personajes no son más que marionetas al servicio del cineasta. También el espectador.



La gran documentalista Chantal Akerman, por su parte, en No Home Movie perpetúa el registro diario de su intimidad desde la poética del cine doméstico, como hizo en sus filmes diarios Là-bas (2006) o News From Home (1977). Al igual que este último, de hecho, el centro de atención es la madre de la cineasta, una superviviente de Auschwitz que la cineasta retrata confinada en su apartamento de Bruselas en las semanas previas a su muerte. Si en el filme de los años setenta, Akerman revelaba el carácter manipulativo de su progenitora (cuya influencia ejerce un gran peso en el trabajo de la directora), No Home Movie ofrece un emotivo retrato materno-filial lleno de devoción, afecto y comprensión. A partir de la esfera íntima, en todo caso, el filme plantea cuestiones asociadas al desarraigo del pueblo judío o la imposibilidad de un hogar, sin duda uno de los temas mayores en la filmografía de la belga, pues no en vano esta película establece un fructífero diálogo con su obra precedente, incluida su obra maestra Jeanne Dielman.



@carlosreviriego