Este sábado la implacable actriz sueca hubiera cumplido 100 años. Su innato talento para la actuación y su elegante belleza generaron una vida de leyenda marcada por su relación con varios hombres de carácter.

Ingrid Bergman (Estocolmo, 1915 - Londres, 1982), si no hubiera padecido el cáncer de mama con el que luchó durante años y que acabó con su vida, con suerte hubiera cumplido este sábado 100 años y a su trayectoria seguro que se le hubieran sumado unos cuantos papeles más de enjundia. No en vano, ya en la fase terminal de su enfermedad, abordó uno de sus mejores roles, el de Golda Meir en una miniserie que le valdría un Globo de Oro póstumo. Pero la fecha, 29 de agosto, no solo está asociada al nacimiento de la actriz sino también a su muerte que curiosamente se produjo el día de su 67 cumpleaños. Un dato que otorga cierta simetría a una vida que fue sin embargo pasional, tumultuosa e irresistible.



Simétrico y armonioso sí que era su delicado rostro. Pocas actrices se han enfrentado con tanto aplomo a la cámara como Ingrid Bergman, con esa mirada tierna y serena que con maestría supieron fotografiar en el Hollywood de los años 40. La actriz sueca no casaba con el prototipo de femme fatale que tanto predicamento tenía en la época con divas gélidas como Barbara Stanwick, Rita Hayworth o Malene Dietrich. Bergman era vital y tierna, con un toque nostálgico en la mirada. Por eso no había nadie mejor para interpretar el icónico papel de Ilsa Lundz en Casablanca (Michael Curtiz, 1954), esa mujer atrapada entre dos hombres a los que ama y que, por tanto, solo puede acabar perdiendo la partida.



Este trabajo impulsó definitivamente la carrera de la actriz en Hollywood. Allí había llegado unos años antes, en 1939, para rodar la versión inglesa de uno de sus éxitos en el continente europeo, Intermezzo (1936) de Gustaf Molander. En Suecia se había convertido en una estrella gracias a su colaboración con este director, con el que realizó hasta siete películas. Como Greta Gargo, Bergman había estudiado en The Royal Dramatic Theater School y había trabajado también con gran éxito en el teatro. Más que una vocación, la actriz entendía la interpretación como una terapia contra su extrema timidez, un rasgo de su personalidad relacionado con la temprana muerte de sus progenitores, la de su madre a los tres años y la de su padre a los 14.



Tras una mala experiencia en Alemania, donde rodó El pacto de los cuatro e incluso conoció a Goebbels, que la animó a participar en más películas a mayor gloría del régimen nazi, Bergman marchó definitivamente a EEUU en compañía de su primer marido, el dentista Petter Lindström, y la hija de ambos, Pia. Tras unos inicios un poco dubitativos, destacó por su papel en El extraño caso del Dr. Jekyll (Victor Fleming, 1941) y se corona en la ya mencionada Casablanca, película que ocupa un lugar privilegiado en cualquier lista de las mejores obras de la historia del cine.



Un año después de trabajar en este filme, la actriz recibiría su primer candidatura al Oscar por su trabajo en la adaptación de la novela de Hemingway, Por quién doblan las campanas (San Wood, 1943) y alzaría su primera estatuilla un año después por su papel en Luz que agoniza (George Cukor, 1944). Esta trayectoria ascendente llamaría la atención de Alfred Hitchcock que en cuatro años rodaría tres películas con ella: Recuerda (1945), Encadenados (1946) y Atormentada (1949). Especialmente memorable es la segunda de ellas, en la que formaría una exultante pareja con Gary Grant. Muy recordada es la larga escena del beso entre ambos, que tensaría la cuerda de la censura hasta el límite permitido.







Roberto Rossellini y el exilio forzado

Y entonces llegó el escándalo. La actriz, tras la agotadora experiencia de trabajar con un Hitchcock que sometía a sus actrices a una fuerte presión psicológica, encadenaría cinco películas con el director italiano Roberto Rosellini pero sobre todo provocaría las iras de los grupos de presión más conservadores de EEUU al abandonar ambos sus respectivos matrimonios para iniciar una tumultuosa relación sentimental. La actriz llegó a ser nombrada persona non grata en EEUU y, víctima de un disparatado acoso epistolar, optó por exiliarse en Italia. La pareja se casaría en 1950 y tendrían tres hijos, Roberto y las gemelas Isabella (celebre actriz) e Issota. Sin embargo, el matrimonio se rompería en una fecha tan cercana como 1957. La relación sentimental y artística de ambos dejaría muchos titulares y cinco irregulares películas, Stromboli (1950), Europe 51 (1951), Viaggio in Italia (1954), La paura (1954) y Juana de Arco en la hoguera (1954). El fracaso crítico y económico de todos estos proyectos provocó a la larga la disolución de la pareja.



Hollywood perdona

Ingrid Bergman y Yul Brynner en Anastasia

Jean Renoir fue el primer director que consiguió romper la exclusividad que ejercía Rossellini sobre la actriz. Con ella rodó Elena y los hombres en 1956 y de ese mismo año es la película que le otorgaría su segundo Oscar, Anastasia (Anatole Litvak, 1956). Sin embargo, el escándalo de su matrimonio con el director italiano todavía coleaba y la actriz no pudo recogerlo (fue Cary Grant quien lo hizo en su nombre). En 1957 se acababa definitivamente la relación y Bergman solo tardaba un año en volver a casarse, en esta ocasión con el productor Lars Schmidt. En 1959 se produciría la reconciliación definitiva entre Hollywood y la actriz cuando fuera invitada a entregar el Oscar a la mejor película. Una cerrada ovación cuando aparecía sobre el escenario selló la disputa.



La actriz fue recuperando poco a poco su estrella y no paró de trabajar en el teatro, la televisión y el cine prácticamente hasta el día de su muerte. Stanley Donen, Gene Sacks, Sidney Lumet (con el que recibiría su tercer Oscar por Asesinato en el Orient Express) y Vincente Minnelli fueron algunos de los directores que todavía demandarían sus servicios convirtiendo la carrera de la actriz en una de las mas prolíficas y exitosas de la historia.



@JavierYusteTosi