Ryan Reynolds es Matthew en Cautivos, de Atom Egoyan

El cineasta canadiense Atom Egoyan, figura de culto para la cinefilia de los años noventa, compitió en la pasada edición de Cannes con Cautivos. Se trata de un perturbador thriller, protagonizado por Ryan Reynolds, construido alrededor de una tupida red de pederastia.

Nadie mostró las sombras del ser humano como Fritz Lang. El cineasta convirtió en icono del siglo XX a un personaje de ficción creado por un escritor luxemburgués. Nacido de la olvidada prosa de Norbert Jacques, el doctor Mabuse sigue ostentando un lugar de honor entre las presencias más terribles del imaginario criminal de los últimos cien años. La trilogía que le dedicara el director austríaco, desde el alba al crepúsculo de su carrera, ocupa un lugar insustituible entre las pesadillas más imperfectas y escabrosas del celuloide. Quizá sea por la minuciosidad con la que el doctor Mabuse ejecuta sus actos criminales, quizá por la red de colaboradores voluntarios que le siguen con fe ciega, quizá por la metafórica asociación que acabó convirtiendo al temible personaje en un trasunto visionario del monstruoso Adolf, el caso es que esta criatura del terror expresionista representa algo que va mucho más allá del arquetipo. Algo que está sumergido en nuestros miedos arcanos. Atom Egoyan lo sabe.



El cineasta canadiense relata en Cautivos la investigación caleidoscópica, a lo largo del tiempo, del secuestro de una niña por una red de pedofilia que hace negocio con el sufrimiento de las víctimas y sus familias. Cuando tras varios años de angustia y desesperanza, Matthew (Ryan Reynolds) descubre que su hija, secuestrada cuando tenía ocho años, aún podría seguir viva a sus 17 años de edad, apenas hemos empezado a calibrar la monstruosidad del crimen. Con su abyecto arco de manipulación a través del tiempo y la tecnología -creando un perverso ciclo del terror-, el crimen se antoja eminentemente mabusiano, así como la mente infalible y enfermiza del villano, interpretado por Kevin Durand, que siempre va dos pasos por delante del resto de personajes y del espectador.



Como es habitual en el cine de Egoyan, quien en los años noventa se convirtió en un autor clave para comprender las mutaciones narrativas que se operaron a partir de los formatos de imagen (vídeo y cine), la película tiene un ojo puesto en el género que aborda -en este caso, el thriller criminal- y el otro en las resonancias metafílmicas. La pederastia, la pérdida de la inocencia y el dolor de una familia ocupan el centro emocional, si bien el impulso voyerístico y la influencia de las nuevas tecnologías en las relaciones contemporáneas imprimen el carácter reflexivo a la propuesta. Quizá las debilidades de Cautivos residen precisamente ahí, en que los mecanismos del thriller que pone en marcha son demasiado abstractos para funcionar como una propuesta de género (a pesar de sus aciertos, como la sobriedad con que Egoyan filma el secuestro de la pequeña Cassandra) y demasiado genéricos como para deconstruir la tesis que hay detrás.



Hay más motivos para la indecisión que estigmatiza el filme. Mientras el padre, la madre (Mireille Enos) y la detective (Rosario Dawson) trabajan en clave dramática, el doctor Mabuse de la película, su centro neurálgico, se construye desde los registros del cómic y la caricatura. La película pasa así de largo por la tupida, compleja red de pedofilia espoleada por dispositivos tecnológicos para centrarse en el monótono trauma melodramático de los padres y la superficial actividad voyerística de los captores, que no solo mantienen vigilada a la hija con un sofisticado sistema de cámaras, también a la madre. El autor de El dulce porvenir y El liquidador riza el rizo de la entelequia dramática con una narrativa en forma de rompecabezas, cuyo presente dramático es una perpetua, a veces arbitraria, permutación entre el pasado y el futuro, pero sin llegar a establecer verdaderos y fértiles diálogos entres los distintos bloques narrativos.