Una imagen de Tiempo sin aire con Carmelo Gómez y Juana Acosta

Málaga sigue a buen ritmo y estás dos películas, vistas estos últimos días, han dado vuelo al certamen. Tiempo sin aire, de Samuel Martín Mateos y Andrés Luque, es una historia potente y bien narrada y Los héroes del mal, de Zoe Berriatúa, es un debut que no deja indiferente.

El otro día decíamos que Málaga busca un nuevo rumbo marcado por la calidad, pero Málaga sigue siendo tanto un festival de cine como una feria de muestras, o sea, el lugar en el que se presenta la producción de los últimos meses y se lanza al mundo a ver qué pasa. Para entendernos, en San Sebastián una película como Cómo sobrevivir a una despedida salta a la vista que no estaría en sección oficial. Pero Málaga sigue a buen ritmo y dos filmes vistos estos últimos días han dado vuelo al certamen. Tiempo sin aire, presentada esta mañana, tiene a la pareja de directores formada por Samuel Martín Mateos y Andrés Luque (autores de la estimable Agallas) detrás de la cámara para contar una historia potente y bien narrada, la de una mujer (excelente Juana Acosta) que vive obsesionada con vengar la violación y muerte de su hija a manos de los paramilitares en Colombia y se exilia en España buscando al hombre que considera culpable del crimen.



Tiempo sin aire, rodada en Canarias, lugar en el que se ruedan muchas películas españolas por las exenciones fiscales y se ha convertido en el sitio en el que pasan últimamente todas las cosas, cuenta una historia terrible y la película gana porque lo hace con contención, sin subrayados ni dramatismos exacerbados. Aciertan Luque y Mateos al dar sobriedad a su película y mantenerse en un discreto segundo plano para contar una venganza espeluznante. Hay algo extraño y es que en ningún momento se juzgan los bárbaros actos de su resentida protagonista, lo cual le da al filme una turbiedad que deja helado. Hay ecos de La muerte y la doncella en este filme en el que algunas cosas chirrían (el personaje de Carmelo Gómez es demasiado pardillo) pero que atrapa y conmueve. Dejo a los futuros espectadores responder la pregunta de si el filme hace bien al mantener esa heladora equidistancia respecto a lo que cuenta.



El actor Zoe Berriatúa lleva años dirigiendo cortos y su primer largo, Los héroes del mal, es uno de esos debuts que pretenden no dejar a nadie indiferente. Es una película excesiva, con algunos aciertos sorprendentes y momentos de una intensidad muy bien lograda que va perdiendo sin embargo fuerza por el camino por un exceso de pretenciosidad. Planteada como un cruce adolescente entre La naranja mecánica (el referente a veces es demasiado obvio y no le hace ningún favor porque las comparaciones son odiosas) y Jules y Jim de Truffaut al recrear una peligrosa relación de amistad, amor y sexo entre dos hombres y una mujer, Berriatúa ha visto mucho cine y a veces se nota demasiado.



Una imagen de Los héroes del mal

Los héroes del mal trata sobre la dificultad de ser un marginado y es una especie de oda a todos los raritos del mundo que no encuentran su lugar. El novel director tira de Beethoven para poner música clásica a su historia a la manera de Kubrick en su famosa película y en el filme conviven aciertos notables con algunos lugares comunes presentados como grandes trascendencias y un obvio error de cásting en uno de los protagonistas. Porque Berriatúa plantea bien su película y la secuencia del encuentro entre los dos amigos posee fuerza visual y el enredo cuando aparece la chica es creíble y te engancha. Descubrimos a un gran actor, el joven Emilio Palacios, magnífico en su papel de chico sensible y noble.



Cuando la trama se centra en Palacios, la película gana. El problema, y me duele criticar a un chaval de quince años, es el actor que hace del raro raro del asunto (se llama Jorge Clemente) porque está manifiestamente sobreactuado. Los héroes del mal tiene un problema, se trata de hacer un canto a los repudiados y humillados pero el chico repudiado y humillado te cae mal prácticamente desde el primer momento. Todo acaba siendo demasiado trágico, demasiado solemne en un filme en el que Berriatúa mejora cuando recurre a la elipsis o el apunte poético (la historia del amor platónico de Palacios es maravillosa) y se postula como uno de los cineastas del inmediato futuro más prometedores. Hay una voz en la película y queremos escucharla de nuevo. Esperamos también que se vaya puliendo.



Muy brevemente, dos películas más. La deuda, dirigida por el estadounidense Barney Elliot con Stephen Dorff como protagonista y Alberto Amman jugando un papel importante, está en Málaga porque tiene parte de producción española y es una película estimable. Cuenta una historia caleidoscópica en la que unos tiburones de Wall Street (humanizados) ponen en peligro el sistema social peruano al chantajear al Estado con unos bonos de deuda convertidos en pasto del chantaje. La deuda tiene ritmo, está bien contada y la sigues con cierto interés. El problema es que da la impresión de que ya la has visto antes (la historia del niño y la llama, de hecho, está más vista que el TBO) y la trama está excesivamente forzada y está llena de lugares comunes.



Más breve aún, el thriller de Antonio Hernández Matar el tiempo tiene un nombre profético. Trata sobre un empleado de banca de alto standing que se implica en los problemas de una prostituta de la que se queda prendado. No sé qué obsesión tienen los directores españoles con Skype y la comunicación a través de internet que comienza a ser una especie de plaga. No podía dejar de pensar en La conversación de Coppola mientras la veía o lo que es lo mismo, en la distancia entre una obra maestra y una película francamente mala.