Joaquim Pinto se filma a sí mismo y rememoria su existencia

E agora? Lembra-me, del portugués Joaquim Pinto, se ofrece como una de las más depuradas investigaciones del límite del cine reciente. Afectado por el SIDA, filma un diario íntimo de su tratamiento experimental contra el virus.

Mantenía Eugenio Trías que el ser, al contrario de lo mantenido por la filosofía esencialista que soporta el pensamiento occidental desde sus orígenes, es "ser del límite". Y a investigar ese espacio mutable entre lo que se da, lo que aparece, y lo que se resiste a manifestarse, lo que se esconde pero que sustenta y justifica a lo primero, dedicó una vida entera. Entre lo bello y lo siniestro. El suyo es un pensar errante que se define en el espacio mutable de la orilla entendida como la frontera mutable, imprecisa, interrogante.



Y todo esto por E agora? Lembra-me (¿Y ahora? Recuérdame). La película del cineasta portugués, además de veterano sonidista que trabajó con Manioel de Oliveira, Joaquim Pinto es quizá la expresión más depurada que ha dado el cine reciente de construcción en el límite a la manera de Trías. A medio camino entre el documental desesperanzado y la tragedia desnuda, la cinta es la descripción meticulosa y se diría perfecta de una vida entregada a un espacio vacío. Toda ella se forma en ese lugar definido por el vaivén de marea entre lo que se da y se niega; entre la vida y la muerte.



Así, E agora? Lembra-me no es más que el diario íntimo de un hombre enfermo: el propio Pinto. Le come el SIDA y la Hepatitis C. De esta forma, el espectador es invitado a la puntual narración de un año de vida (el "año que vivimos en peligro", dice) durante el cual el director documentó un nuevo tratamiento experimental; un experimento (tanto el médico como el cinematográfico), en efecto, ejercido en su propia carne; un experimento levantado en un extraño no-lugar de, tal vez, esperanza. Lo que se acierta a ver a lo largo de las casi tres horas de intensísimo y visceral cine es un autorretrato profundamente íntimo; un testimonio por el que se transparenta tanto el alma acosada de un hombre solo (exactamente igual que cualquiera) como la geografía de un tiempo, el nuestro, con todas sus heridas: las políticas, las sociales y, ya puestos, las cinéfilas. Hablamos del tiempo de los límites.



Principio y final de todo

Joaquim vive con su pareja Nuno y con sus cuatro perros. Joaquim mira a la cámara y cuenta los arañazos que las medicinas horadan en su cuerpo debilitado. Joaquim pasea y rememora las huellas de una existencia encendida de recuerdos (gran parte de la historia reciente del cine europeo pasa por él, por su trabajo como sonidista). Joaquim pretende reconstruir desde la extrañeza de su "orilla" de privilegio el principio y final de todo. Joaquim se sabe en el límite, en ese sitio a la vez tétrico e iluminado, transgresor por irreconocible y perfectamente nuevo.



Decía Foucault, también con SIDA, que la monstruosidad es una consecuencia de la transgresión y encuentra su sentido en la mezcla. Joaquim sabe de su condición, con perdón, de monstruo. Sabe que su mirada se asoma al no-lugar exacto de un precipicio donde las fronteras desaparecen. Joaquim hojea las páginas del códice del siglo XVI De Aetatibus Mundi imagines, de Francisco de Holanda, y en sus grabados cree adivinar el primer aliento de la vida antes de la vida, la primera figura del hombre antes del hombre. Y en la mixtura convertida en límite, Joaquim se sabe en el margen de la vida y en el umbral de la muerte. Un hombre solo ante la muerte es siempre un hombre solo y, con Trías, entregado al límite de su propio ser. Pinto propone de este modo la primera antropología cinematográfica construida tanto en lo que se ofrece como en lo que se niega. La orilla del hombre y, ya puestos, del propio cine.