Pier Paolo Pasolini. Foto: archivo

Antes de morir, Barthes pensaba escribir sobre la muerte de Pasolini, quería buscar a su asesino e interrogarle, exorcizar la violencia y escribir una novela que comenzaría con la muerte ritual del poeta. La vida de Pasolini se parecía a la del francés, sobre todo al final: la figura de la madre, el amor por el Tercer Mundo, los textos como cuerpos, la noche honda y los jóvenes, la muerte como sancionadora de la vida y de la escritura, la soledad y encierro de los últimos años. Por eso, un amigo común, Derrida, prefería hablar, en vez de la muerte, de las muertes de Barthes.



Se van a cumplir cuarenta años de una de las muertes de Pier Paolo Pasolini, un crimen atroz que atraviesa la historia de la Italia moderna, explicándola, una muerte ligada a otras muertes, asesinatos y atentados políticos sin resolver.



A Pasolini dice aún hoy la justicia que lo mató un chapero en el barro, una madrugada de todos los muertos, lunes y junto al mar. Tras seis años abierto de nuevo el caso, hoy trágicamente se cierra y es archivado. Con esta nueva muerte de Pasolini, la judicial, como Ferrara en su película olvidamos el crimen de Estado de un artista que denunció la corrupción de un país de asesinos y misa diaria y aquí no pasa nada. La historia de Italia es mentira, decía Sciascia.



Representaba Pasolini una incómoda figura intelectual para la Democracia Cristiana, a la que había acusado públicamente de varios atentados; para el PCI, al que se enfrentaba desde un profundo marxismo y un pensamiento altamente homoerótico; para el fascismo, para el Vaticano o la burguesía. Había que matar a Pasolini como hubo que matar a Enrico Mattei trece años antes, el bravo presidente de la Empresa Nacional de Hidrocarburos; como luego hubo que matar al periodista Mauro Di Mauro porque investigaba esa muerte para el guión de El caso Mattei (1976) de Francesco Rosi. Mattei, como Pasolini, amaba el Tercer Mundo, y por eso le había comprado petróleo a Irán, Marruecos, Yemen... enfrentándose a las grandes multinacionales; el corsario negro, como le llamaban a Mattei, realizó una apertura muy a la izquierda desde el Estado, por eso le hicieron estallar en el aire. Desde el año del estreno de la película de Rosi vive Pasolini obsesionado con el caso y trabaja en una monumental novela pesquisa.



Es Petróleo, una novela inacabada pero que hace del estilo apuntado, su estilo. Es muy importante la noción de apunte, de inacabamiento, en la obra de Pasolini. Por eso es tan difícil de valorar Petróleo, una novela alegoría en la que la crítica -no se publica hasta el año 1994- vio solo sexo allá dónde se hablaba del poder. Durante la investigación y escritura trabajaba Pasolini convencido de haber encontrado algo importante contra la Democracia Cristiana, y se lo dijo a su amigo Dario Belleza antes de que lo mataran. Sería un gran y valiente fiscal, Vincenzo Calia, y no un filólogo, quien en los años noventa y casi por casualidad descubra, tras lograr la reapertura del caso Mattei y su "accidente", la relación de esta novela con otro libro, Questo es Cefis, un libro que los amigos de Mattei escribieron bajo seudónimo a su muerte, acaso como denuncia y advertencia a los asesinos, un libro del que Pasolini localizó el único ejemplar existente (ya que de él fueron hechos desaparecer incluso los dos ejemplares depositados en la Biblioteca Nacional) y del que Pasolini canibalizó partes enteras para su Petróleo. Ligaba así Vicenzo Calia las tres muertes: la de Mattei en el aire, la del guionista Di Mauro hecho desaparecer en ácido, y la del poeta; ligando la política del empresario nacional con la poética de Petróleo y un famoso capítulo de este libro supuestamente hecho desaparecer durante un robo en la casa del escritor poco después de ser asesinado, capítulo en donde se daba luz sobre la estructura mafiosa de poder culpable de ese crimen que a tantos benefició -Mafia, Estado, grandes petroleras- y que, a la postre, le costó la vida.



Había que matar a Pasolini porque sabía demasiado, pero también en sus últimos años abrazó Pasolini una especie de suicidio litúrgico en vida, y como aquel sabio de Apunte para un film sobre la India, Pasolini se dejó comer por el tigre hambriento, entregándose a la noche y al peligro, cada vez más hondos.



Hoy Pasolini es triste actualidad porque el caso se acaba de archivar; y parece difícil que vuelva a abrirse. Todo esto coincide con el estreno de la película de Ferrara, tan infiel; pero sobre todo, es de actualidad Pasolini por su pensamiento.



Pasolini propuso abolir la televisión y la escuela tal como existían, criticó la infracultura conformista frente a la antigua noción de cultura; advirtió de la pérdida de los valores de la Italia popular por culpa de la moda y el consumismo; hasta del fútbol habría renegado Pasolini si hubiera visto en qué lo han transformado. Por eso su cine al final de los setenta se hizo deliberadamente hermético, por eso acabó abjurando de su "Trilogía de la vida", tan libre y solar, sexual y malinterpretada por culpa de la banalización del sexo. Por eso se encerró en Chia, en su torre medieval fortificada, para preparar otra muerte, la del cineasta que no quería hacer más películas, que odiaba la Roma que tanto había amado y que se sentía ajeno a todo, solo. Y en peligro, como todos. Pasolini sabía que la muerte conduce la escritura y que ella justifica el relato de vida. A las dos se entregó a grandes tragos el poeta, como solo los audaces beben el placer