Isabel Coixet durante el rodaje de Nadie quiere la noche.

Todos quieren el Oso de Oro y el pistoletazo de salida para lograrlo lo dará Isabel Coixet con su aventura polar Nadie quiere la noche, protagonizada por Juliette Binoche. Será el jueves, inaugurando una nueva edición del Festival de Berlín.

Aún recuerda su participación en el Festival de Cannes como una pesadilla. "Fue horrible", recuerda Isabel Coixet (Barcelona, 1960), que compitió en el escaparate mundial de la cineflia con Mapa de los sonidos de Tokio (2009). "Me programaron el último día y creo que la mayor parte de la prensa habló de la película sin verla, directamente la ignoraron". Ahora se muestra "satisfecha y entusiasmada" porque su último filme, Nadie quiere la noche, inaugura el próximo jueves el Festival de Berlín, compitiendo en la Sección Oficial. "Primero me dijeron que iba a concurso y luego decidieron que consideraban que era la mejor película posible para inaugurar el festival", explica la directora. "No sé exactamente los motivos. Creo que Berlín tiene debilidad por mis filmes porque son fríos y van en consonancia con el paisaje".



Será la tercera vez que la cineasta acuda a competición en la nevada Berlinale. Lo hizo con Mi vida sin mí (2003) y con Elegy (2008), relatos impulsados por el drama, vidas abocadas a desaparecer en la tragedia de la enfermedad, que se cuentan entre lo más memorable de su filmografía. Es cierto que había gelidez en esas películas. La frialdad de la guadaña amenazante. Una gelidez en todo caso neutralizada por el motor emocional de sus criaturas, esos seres extraviados que emprenden un viaje de autodescubrimiento y un pacto con la redención. En Nadie quiere la noche, Coixet se abisma en las profundidades heladas del Ártico junto a su protagonista, Josephine Peary (Juliette Binoche), en busca de esa redención. Nunca un paisaje fue tan frío en su cine. El viaje físico, asegura Coixet, es el viaje emocional.



"Ha sido el rodaje más duro de mi vida. Nos hemos enfrentado a ventiscas de 8 grados bajo cero, 14 horas a la intemperie, al frío y a la niebla, a verdaderos momentos de angustia, a la incertidumbre, las lágrimas se helaban y los perros no querían tirar de los trineos... Y, la verdad, creo que ha merecido la pena", comenta desde Nueva York, donde hace unos años estableció su residencia habitual. Coixet recuerda el rodaje en Noruega -la película transcurre en el Polo Norte- bajo el peso de la noche ártica: "Rodamos en el mismo sitio donde se hizo El imperio contraataca, aunque ellos tenían el set al lado del hotel... Nosotros nos desplazábanos todos los días una hora en los snowmobile". Desde el sosiego indie de una relación sentimental telefónica en Oregon (Cosas que nunca te dije, 1996) al sentido de la aventura polar que impulsa su última película. ¿Cómo trazar el movimiento nómada de esta cineasta transnacional?



"Nadie quiere la noche es una película inclasificable", sostiene. "Empieza como una aventura épica, pero termina como un melodrama, como si fuera una mezcla entre Colmillo blanco y Bergman". Basada en hechos y personajes reales, en torno a la conquista del Polo Norte en 1908, la historia es un guión de Miguel Barros cuya gestación define el propio guionista como "un viaje largo, cansado y lleno de ilusión". Coixet también habla del filme en esos términos. "Es el viaje de una aristócrata de Nueva York al fin del mundo, una mujer que quiso compartir la gloria de la conquista con su marido y se encontró una realidad muy distinta a la que imaginaba. Por eso la película comienza con grandes paisajes y extensiones, pero el plano se va cerrando sobre ella a medida que sus sueños también se van escapando. La película obedece a una estructura de embudo. En cierto modo acaba planteando que las distancias entre la civilización y la barbarie no son tantas como podamos imaginar".



-¿Hacer una película de época es otra forma de hablar del presente?

-Desde luego. Estamos viviendo un momento en que el paternalismo del primer mundo se manifesta constantemente. La película ofrece una lección amarga sobre la necesidad de aceptar y respetar al otro. La protagonista parte de la noción asumida de la supremacía del hombre blanco, que una vez conqusitado el Polo Norte se hará dueño de él. Pero tiene que aceptar que esto no es así, y entender que el otro, el nativo, está ahí para ayudarla, y que más vale que acepte su ayuda porque si no va a morir.



Juliette Binoche, en un reparto internacional

-Se estableció como una autora que escribe sus ficciones, pero de un tiempo a esta parte también dirige las historias de otros, desde thrillers (Mi otro yo, 2013) a filmes de época y aventuras. ¿A qué se debe?

-Lo único que busco es sobrevivir como cineasta. Nunca soy tan feliz como en un rodaje. He tenido la suerte de que me han ofrecido cosas interesantes, y que me he atrevido a probarme en películas de género, pero al final la cabra tira al monte. Yo quiero rodar. Si me ofrecen la posibilidad de hacer cosas que no obedecen estrictamente a los estilemas de mis películas, pero a las que encuentro interés, pues me pongo a ello. Es verdad que el guion de Nadie quiere la noche no es mío, pero me siento muy cercana al universo que retrata, sobre todo al encuentro de dos mujeres que proceden de mundos muy distintos, y el modo en que nace una historia de amor muy singular. Al final acabo escogiendo cosas que me fascinan.



Su ritmo es imparable. Coixet presentará Nadie quiere la noche aún sin haber estrenado la película que dirigió con anterioridad, Learning to Drive: "Es una película que nace de la amistad que hice con Patricia Clarkson en Elegy. Ella me envió el guion y puso en marcha el proyecto. Es también la historia de un aprendizaje, una intelectual que quiere aprender a conducir y establece una relación con su profesor, un taxista exiliado intepretado por Ben Kingsley". Puede que la idea de viajar al frío ártico de Nade quiere la noche surgiera de hecho como respuesta a un rodaje estival en Nueva York: "Me ofrecieron la posibilidad de rodar en verano, y eso me estimulaba mucho porque es la primera vez que lo hacía".



-Ahora es común que directores españoles rueden en inglés, pero usted fue una pionera en ese modelo de cine...

-Es un camino que han seguido muchos cineastas. Yo lo hice por intuición y me alegro. Cuando una industria como la nuestra está en carencia perpetua, muchos tenemos que hacer nuestro trabajo fuera del país. Yo ya tengo ese camino recorrido y lo cierto es que me llaman mucho para hacer películas fuera de España. Ahora mismo tengo proyectos de Polonia, de Alemania, de Estados Unidos... También es verdad que me gusta, que esa condición nómada va conmigo y no me resulta difícil adaptarme a otras culturas y sistemas. Si todo va bien, mi próxima película la haré en Inglaterra. Se titula The Bookshop, un guion adaptado de una novela de Penelope Fitzgerald, una historia sobre el poder de los libros y la lectura.



-¿Y desde la distancia puede seguir el cine español?

-Desde luego. Este año hay tres películas con varias nominaciones que me han gustado muchísimo: Magical Girl, 10.000 kilómetros y Loreak, que considero la película del año porque no tiene miedo a ser trascendente. Mientras podamos hacer estas películas estamos salvados. ¿Pero hasta cuándo? Un director puede hacer una película pequeña pero en algún momento querrá contar con más medios. Realizar cine siempre en la precariedad es realmente muy difícil.