Julianne Moore y Kristen Steward en una escena de la película.

Las películas que tratan sobre una enfermedad cargan quiza de forma inevitable con el prurito de tratarse de telefilmes o de ser sentimentaloides. En no pocas ocasiones, como en ésta, se convierten en el vehículo de lucimiento para estrellas de Hollywood, que pueden dar rienda suelta a todo su caudal dramático y asegurarse en muchas casos una nominación al Oscar cuando no directamente el premio. Julianne Moore, protagonista absoluta de Siempre Alice, se acaba de llevar el Globo de Oro y parte como favorita para la dorada estatuilla con su matizado, sutil y bello trabajo interpretando a una precoz enferma de Alzheimer y el deterioro físico a la que la somete el transtorno. Es ella, sin duda, lo mejor de un filme en el que la brillantez del resto de los actores, Alec Baldwin como su discutible marido o incluso Kirsten Stewart como su hija díscola, hacen el resto para que nos encontremos ante un filme seductor e interesante que tiene la virtud de dejarnos ver a grandes actores hacer, y muy bien, su trabajo.



Alice (Moore) es una mujer de 50 años con una infancia tormentosa (tuvo un padre alcohólico y perdió a su madre y hermana en un accidente) a la que la vida sonríe desde hace mucho tiempo. Brillante profesora e investigadora universitaria de comunicación y lingüista, casada con un destacado científico y madre de dos tres hijos, entre ellas la díscola Stewart, quien lucha por convertirse en actriz ante el desagrado de su madre, que preferiría verla en la universidad cursando una carrera "seria". En ese mundo burgués y refinado en el que todo está en su sitio y donde los conflictos se resuelven de forma civilizada se abre una grieta cuando Alice comienza a sufrir mareos y vértigos y llega el mazazo de un Alzhéimer prematuro y raro, especialmente cruel en una persona con una mente poderosa y no exenta de cierta arrogancia para quien los triunfos intelectuales han sido una parte esencial en su vida (cómo son los americanos, cuando hacen repaso de su vida sus méritos laborales van por delante de su familia).



Los directores, Richard Glatzer y Wash Westmoreland, de quienes admiramos Quinceañera (2006), toman una buena decisión al "invisibilizarse" y dar todo el protagonismo a unos actores que aprovechan la oportunidad que se les brinda para dar lo mejor de su talento. Siempre Alice no plantea demasiados conflictos ni busca una épica quizá innecesaria, resuelve cuestiones peliagudas como la herencia genética de la madre en sus hijos sin subrayados y en esa austeridad a veces resulta demasiado fría y algunas veces incluso se acerca al tópico, quizá porque hubiera venido bien desarrollar mejor algunas de sus líneas argumentales (los problemas entre los hermanos y sus caracteres se quedan a medio camino). Pero Julianne Moore, en una interpretación prácticamente perfecta en la que logra captar tanto el deterioro físico de su personaje como sus contradicciones y debilidades, hace que nos olvidemos de todo ello para convertirse en la reina de una función que le pertenece casi por completo.



La película funciona peor como radiografía de una sociedad obsesionada por el éxito económico y profesional pero Moore nos conmueve y nos arrastra dentro de este drama en el que se plantea la propia cuestión de la identidad, ¿dejamos de ser cuándo no nos reconocemos? ¿somos la suma de todas nuestros recuerdos?, y que nos deja con la impresión de asistir a una situación tan íntima como devastadora recordándonos, y no tiene por qué ser tan malo, la suerte que tenemos de estar vivos, y sabernos nosotros en el espejo.