Imagen de El Hobbit: La batalla de los cinco ejercitos

Nada ha vuelto a ser lo mismo para el cine, arte, espectáculo e industria (parafraseando a Godard: no necesariamente en este orden), desde que en 2001 se estrenara la esperadísima primera parte de El Señor de los Anillos de Peter Jackson. Ante la expectativa inquisitorial de millones de fans de Tolkien, el director neozelandés iría extendiendo a lo largo de tres años su fidedigna y espectacular puesta en imágenes de la trilogía fantástica más famosa de todos los tiempos. Un libro de culto que había dado lugar ya a un intento fallido de adaptación, llevado a cabo por el cineasta de animación Ralph Bakshi en 1978, y que parecía imposible convertir en imágenes suficientemente convincentes para sus innúmeros seguidores.



Amparado por una tecnología sin parangón en el pasado, Jackson encaró el proyecto descartando cualquier adaptación que resumiera o simplificara el original literario, dedicando una película a cada uno de sus volúmenes, rodeándose con estrellas de talla indiscutible, así como del equipo técnico y humano necesario para tres superproducciones rodadas en escenarios naturales neozelandeses, rodeadas de los mayores adelantos en técnicas digitales jamás utilizados. El director que había dado sus primeros pasos con la humilde Bad Taste (1987) tenía a su disposición ahora el poder para realizar el sueño húmedo de cualquier amante de la fantasía: convertir la Tierra Media en "realidad". El resultado: tres películas con una duración media de tres horas cada una, que seguían con puntillosa exactitud casi todos los detalles de las novelas, poniéndolas en escena de forma espectacular.



La Tierra Media resucitó, conquistando una nueva legión de seguidores y los filmes se convirtieron en punto de inflexión para la industria. Su director, que creciera como fan del cine fantástico, se había convertido en uno de esos monstruos -Spielberg, Scott, Cameron...- capaces de cambiarlo para siempre. Por si fuera poco, la tercera entrega, El retorno del rey (2003), obtendría el Oscar a la mejor película, reconocimiento raramente dado a un filme fantástico. Jackson tenía no solo el respaldo de fans y críticos, sino también el de la Academia. Mientras intentaba desligarse de la Tierra Media, con proyectos fallidos como King Kong (2005) o The Lovely Bones (2009), buscaba a quien poner al frente de la inevitable adaptación de El Hobbit, primer libro de Tolkien consagrado a su mundo. Acabaría por dirigir él mismo el proyecto que -¡sorpresa!- sería una nueva trilogía de filmes de casi tres horas de duración cada uno... Cuando el libro apenas tiene trescientas páginas. La saga de El Hobbit que ahora concluye es síntoma de cómo lo mismo que pareciera devolver la salud a la industria del cine de Hollywood en general, y del fantástico en particular, se ha convertido en patología. Si resultaba justificado olvidar cualquier elipsis o síntesis para adaptar El Señor de los Anillos, esta justificación resulta ridícula en el caso de su precuela. Pensemos que la Batalla de los Cinco Ejércitos ocupa solo unos diez párrafos de la novela, o que la adaptación animada de 1977 duraba... ¡la mitad que una de las películas de Jackson!



La grandilocuencia gratuita y un sentido épico impostado, apoyado en estilemas repetitivos y artificiales -promiscuos travellings y tomas aéreas injustificadas, omnipresencia de la música, ejércitos clonados hasta el infinito...-, aspectos todos presentes en El Señor de los Anillos, destacan a más y peor en el entorno más ligero de El Hobbit. Son ahora omnipresentes en el género. Toda producción legendaria, sea de la Biblia, de Marvel o de Drácula, es hoy El Señor de los Anillos. Las trilogías de Jackson han impactado como lo hicieran La guerra de las galaxias o Blade Runner, implantando nuevos paradigmas. Pero tras retornar a Hobbiton, cabe reflexionar, junto a Christopher Tolkien, si su padre no se habrá "convertido en un monstruo, absorbido por el absurdo de nuestros tiempos". Si finalmente "la comercialización ha reducido la estética y el impacto filosófico de su creación a la nada". Esperemos que El Silmarilion descanse en paz un largo tiempo.