Xavier Dolan

Xavier Dolan es quizá el autor más precoz, irrefrenable, iconoclasta, excesivo y extraño que ha dado el cine reciente. Con apenas 25 años, ya ha dirigido seis películas, todas presentadas en Cannes, donde recogió el Premio del Jurado por su último trabajo, Mommy, que llega hoy a las pantallas.

La relación de apropiación es uno de los lugares en los que Foucault identificaba lo que llamó "función-autor". Según el filósofo empeñado en rebatir la muerte del creador artístico, ciertos textos comenzaron a disponer de firma cuando el discurso adquirió el poder de la transgresión. Se necesitaba a alguien a quien poder castigar y, entonces, el autor pasó a ser simplemente la figura jurídica del culpable. Digamos que el impulso narcisista de todo poeta queda de este modo oculto por la dimensión de su delito. Crear es delinquir.



Xavier Dolan (Quebec, 1989) es quizá el autor más irrefrenable, iconoclasta y extraño que ha dado el cine reciente. Desde que se estrenara en la dirección en 2009 con Yo maté a mi madre hasta Mommy, la película que acaba de ganar en Cannes el Gran Premio del Jurado ex aequo con Jean-Luc Godard, su cine es fundamentalmente un azote que se mueve en desbandada contra las convenciones, las reglas, contra cualquier empeño de acertar con una simple definición. En seis años ha dirigido otras tantas películas. Y así desde que cumplió veinte años hasta alcanzar la provecta edad de 25.



"Si lo pienso, no he hecho en mi vida nada más que cine", comentaba en la Croisette momentos antes de que se anunciara que iba a ser señalado como el director más joven en entrar en el exclusivo palmarés del festival. "Me cuesta entender el porqué. Quizá hago cine simplemente para vengarme, para vengarme de la gente que quiero", sentencia a la misma velocidad que parece hacerlo todo. Si hubiera que dar con un hilo que una toda su filmografía quizá la figura de la madre pueda servir para calmar a los amantes de los diccionarios; eso o, quizá, la idea del amor imposible. "Tal vez sea así", responde a la provocación de intentar atrapar su obra en un concepto. "Es cierto que me interesa la figura maternal, pero no de cualquier modo, sino concebida como oposición al papel que la sociedad le ha impuesto".



Mommy quiere contar, de hecho, la relación entre un hijo demasiado sensible y violento y una madre sencillamente excesiva. Al primero lo interpreta Antoine-Olivier Pilon y lo hace como lo haría el propio Dolan. La segunda vuelve a ser Anne Dorval; es decir, la misma actriz entregada a arrancar de la pantalla los límites de la relación materno-filial como ya hiciera en las anteriores Yo maté a mi madre y Los amores imaginarios (2010). En medio, interfiriendo el lenguaje entre la angustia y el entusiasmo de la pareja aparece una vecina encarnada por Suzanne Clément, a la que ya vimos tanto en la primera película de Dolan como en Laurence Anyways (2012). Esta última será la encargada de ofrecer el contrapunto de ‘normalidad' ante tanta pasión no domesticada. Y así hasta caer ella misma ‘envenenada'.



La película reproduce exactamente el mismo hábitat y con la misma fauna que sus películas anteriores: la misma pulsión, la misma fiebre, pero de forma completamente opuesta. De hecho, cuesta entender las reglas de una filmografía tan enrabietadamente peculiar. Y cuesta, porque no las hay. "Con Mommy quería hacer una película popular. Me molesta que siempre se me intente reconocer detrás de todo lo que hago. Es una película que respeta el esquema narrativo tradicional y hasta cierto punto se podría decir que es muy americana. La pensé para conmover, para ofrecer esperanza", comenta y, a duras penas, le creemos.



Toda la película vive pendiente de la música convertida de repente en el auténtico metrónomo de las pasiones o entrañas de sus personajes. La pantalla incluso se amplía y reduce pendiente de un ritmo interno tan intenso como evidentemente trágico. ¿Influencias? "Mi cine es muy intuitivo. Nunca preparo una película mirando el trabajo de los demás", responde desafiante. Cuando presentó Los amores imaginarios, la crítica no tardó en leer las huellas de Wong Kar-wai y del propio Almodóvar en esa historia de amor triangular detenida en la temperatura de la piel del celuloide. En Tom à la ferme, su trabajo más maduro y turbio, la línea que le unía al cine de Hitchcock era evidente.



El sentido del pop

Mommy de Xavier Dolan

"En su momento dije que no había visto nada de Wong Kar-wai y apenas las últimas películas de Almodóvar. Me asombró y me ofendió que hubiera tanto consenso al citar en quién me había basado. Sobre Hitchcock sólo puedo decir que no conozco su obra en absoluto. Por supuesto que he visto películas que le copian. Ha dejado una impronta en el imaginario colectivo de la que es imposible escapar. Imagino que ése es el sentido del pop", dice. Se toma una pausa y sigue: "Todo lo que hago responde a un instinto. Hago cine cuando estoy solo en casa y me canso de mirar las fotos de Jake Gyllenhaal. Para preparar una película, lo más importante son las revistas que me compro en ese momento... Mis únicas referencias son muy evidentes: Titanic, Magnolia, Batman, Jumanji...". Pues eso.



Broma o no, boutade o estupidez, el caso es que el cine de Dolan es capaz de convertir el terreno más común en material totalmente personal. El autor se esconde y se exhibe a la vez en cada centímetro de película presentándose casi como prueba del delito. Y en Mommy esa prueba es, por ejemplo, el modo en que el ancho de pantalla se expande y encoge bajo el latido emocional del relato. Añade: "Mommy habla de quién he sido y dónde he crecido. La película se desarrolla en una clase social popular de la que sólo puedes hablar si has pertenecido o perteneces a ella. Siempre hay que sospechar de los artistas que se acercan a los desfavorecidos como turistas. No hay nada peor que los cineastas que filman el mundo popular como si fueran de safari a la jungla".



Acabado el ruido de Cannes, Dolan corrió a decir que lo dejaba todo. "A veces pienso que me he agotado completamente y que necesito mirar a otro sitio", añadió ante la avalancha de atención. De momento, ya ha anunciado que su próxima película la hará en Estados Unidos. Dolan no se acaba nunca. Iconoclasta hasta la inconsciencia, cuando recogió el premio no pareció reparar en que recibía tan alto honor acompañado de un gigante como Jean-Luc Godard. Su larga y emocionada alocución lo pasó completamente por alto. "Le respeto, pero no puedo decir que me interese mucho su cine", declaró posteriormente. Y ahí lo dejó. La transgresión, diría Foucault, necesita la identificación del responsable. Definitivamente, Dolan es culpable.