Lauren Bacall. Foto: Cati Cladera

La actriz estadounidense, viuda de Humphrey Bogart desde los 32 años, fallecía en su casa de Nueva York tras sufrir un derrame cerebral dejando detrás de sí una carrera legendaria con títulos como Tener y no tener o El sueño eterno.

La actriz estadounidense Lauren Bacall, sumió hoy a Hollywood en un doble luto después de la muerte de Robin Williams al fallecer a los 89 años en su casa de Nueva York, dejando atrás una carrera legendaria y una condición, la de viuda de Humphrey Bogart, que le persiguió durante 67 años. Fue, de hecho, la cuenta oficial de Twitter de la entidad que gestiona el legado de Bogart, la encargada de confirmar su muerte. "Con profundo dolor por la magnitud de nuestra pérdida, y con una inmensa gratitud por su increíble vida, confirmamos la muerte de Lauren Bacall", decía el tuit que volvió a confirmar esa macabra ley que reza que las estrellas nunca se van solas.



Si Robin Williams conmocionaba ayer a Hollywood en una muerte que apunta a suicidio, como una estrella que colisiona, hoy Lauren Bacall se fue como un astro que se extingue de manera natural, después de haber sufrido esta mañana un derrame cerebral, confirmaron posteriormente fuentes cercanas a la familia. Su época había sido otra, si bien había estado en activo hasta hace dos años, cuando prestó su cavernosa y legendaria voz a Ernest & Celestine, una cinta de animación, y en las últimas décadas había pasado de puntillas por cintas clave de la evolución del lenguaje cinematográfico como Dogville, de Lars Von Trier.



Así, las primeras reacciones, ahora vertidas en las redes sociales, no fueron tanto de anécdotas personales como mensajes de admiración de celebridades que no eran más que espectadores cualesquiera ante su carrera. Bacall era la superviviente de una generación a la que llegó muy joven (con 19 años, para rodar Tener y no tener en 1944 y atarse ya a Bogart) y que la perspectiva de la historia ha acordado llamar Hollywood dorado. Apenas quedan compañeros que la conocieran de verdad.



John Cusack u Orlando Bloom se despedían con un simple "RIP Lauren Bacall" en las redes sociales, o el rockero Gene Simmons, decía que era "una clase de interpretación". No se espera de un Kirk Douglas, uno de los pocos que quedan de su época, que reaccione por las redes sociales, aunque entre medias quedarían Barbra Streisand, la única que consiguió acercarla al Óscar con El amor tiene dos caras en 1996 y Nicole Kidman, con la que rodó dos películas en su última etapa.



Bacall había nacido el 16 de septiembre de 1924 en el Bronx (Nueva York) con el nombre de Betty Joan Perske, tenía sangre judía polaca (era prima del expresidente israelí Shimon Peres) y rumana y, superada una inicial vocación de periodista, enfocó su carrera a la interpretación. Unirse a Bogart en su debut, bajo la dirección de Howard Hawks potenció y limitó su carrera a la vez, pues hasta la muerte del intérprete de Casablanca, su carrera se limitó casi exclusivamente a sus películas como tándem: El sueño eterno (1946), La senda tenebrosa (1947) y Cayo Largo (1948). Eso sí, todas ellas obras maestras del cine negro.



Se empezó a emancipar con la comedia locuaz sofisticada de Como casarse con un millonario y Mi desconfiada esposa, mientras Bogart caía enfermo de cáncer y la dejaba viuda y con dos hijos con solo 32 años en 1957. Protagonizó también el suntuoso melodrama de Douglas Sirk en Escrito en el viento, pero su carrera en el cine se fue apagando y rehizo su vida con Jason Robards Jr, con el que se casó en 1961 y se divorció en 1969, teniendo con él su tercer vástago.



Lauren Bacall, que en el fondo siempre fue demasiado neoyorquina para Hollywood, volvió a su ciudad natal para convertirse en toda una dama de Broadway, donde ganó dos premios Tony por Applause y The Woman of the Year, y ocupar un amplio apartamento en el mítico edificio Dakota, el mismo donde murió John Lennon o donde Roman Polanski rodó La semilla del diablo. Fue allí donde falleció.



Sus regresos al cine fueron como invitada especial en títulos como Asesinato en el Orient Express, y se dedicó a escribir sus memorias, tituladas By Myself y que le dieron el National Book Award, pues además estaban escritas con el ingenio de una mujer de personalidad de hierro. Fueron muchos los años que la industria estuvo despidiéndose de ella. Ya en 1982 le dieron el premio Donostia en el Festival de Cine de San Sebastián. En 1993, el Cecil B. De Mille que otorga la Asociación de Periodistas Extranjeros de Hollywood. Y ya, finalmente, el Óscar honorífico en 2009. Cuando lo recibió, exclamó. "Por fin, ¡un hombre!".