Una imagen de Ida de Pavel Pawilkowski.

El Festival de Gijón no ha podido tener mejor arranque que con Ida, sin duda una de las películas más importantes de este año (en España se estrenará el que viene). Dirigida por Pavel Pawilkowski (que ya ganó en Gijón con Last Resort) trata sobre una monja polaca en los años 60 que ha crecido como huérfana en un convento y lo abandona por primera vez en su vida como rito previo a jurar sus votos y decantarse definitivamente por ese estilo de vida. En una Polonia que oscila entre la grisura del comunismo y un cierto aperturismo con aires de jazz, la joven se encuentra con su única familia, una tía traumatizada por el Holocausto y su mala suerte en la dictadura comunista a pesar de sus sólidas creencias de izquierdas. Allí, la futura monja, la Ida del título, se enterará de que es judía y del encuentro entre dos mujeres tan distintas y la fascinación que la una siente por la otra Pawlikowski crea un filme bellísimo. Con una fotografía en blanco y negro espléndida pero no preciosista, Ida es un viaje al corazón de una mujer y una nueva vuelta de tuerca al eterno dilema entre Apolo y Dionisio con conclusiones sorprendentes más allá de todo lugar común. Un filme realmente grande.



Patrice Leconte, autor francés que adquirió notoriedad mundial con El marido de la peluquera (1990), adapta en Una promesa una novela de Stefan Zweig para contarnos un amor decimonónico. A principios de siglo, un joven ambicioso que ha crecido en un orfanato comienza a trabajar como ingeniero en una de esas grandes industrias que forjan la prosperidad teutona. Poco a poco se hace con la confianza del jefe, un señor mayor enfermo (Alan Rickman) que lo acaba contratando como secretario personal y metiéndolo en casa, donde se enamora de su mujer, mucho más joven (Rebecca Hall). Es una película que quiere ser un canto al romanticismo, lo cual no es muy frecuente y de vez en cuando se agradece, que está bien contada y tiene eso que se llama una "factura impecable". Es también una película un poco relamida y en exceso académica con algunos toques de viejuno (las ensoñaciones del joven en el baile) que le dan un toque un tanto demodé. Se deja ver de todos modos.



Jiri Menzel, autor checo de la totémica Trenes rigurosamente vigilados (1966) ya entregó con su último filme, el fantástico Yo serví al rey de Inglaterra (2006) una obra de brillante y demoledora socarronería. Los Don Juanes, su última producción, es una maravillosa película. Ambientada en el mundo de la ópera, nos presenta a dos hombres, un director de ópera sesentón y un tenor octogenario, marcados por su "donjuanismo". Son personajes simpáticos y encantadores a los que adjudicamos esa benevolencia que solemos conceder a los ligones. En frente suyo, vemos a dos mujeres víctimas precisamente de hombres conquistadores por naturaleza. Los Don Juanes es una película de una indescriptible inteligencia poseída por un espíritu que no evita cierta amargura pero ligero y vivaz, tan lleno de gracia como unos diálogos ingeniosos y chispeantes que le dan a su aparente liviandad una insospechada profundidad. Hay también una sutil pero contundente denuncia a los recortes culturales. Una gran película de uno de los grandes del cine europeo.



En solitaire, superproducción francesa de 17 millones de euros (que Dios sabe en qué se habrán gastado porque no se ven por ninguna parte) es un intento de hacer cine comercial puro y duro a la francesa. Cuenta la peripecia de un navegante rudo (el célebre François Cluzet) que emprende en solitario una de las regatas más exigentes, la Vendée Globe, una carrera en alta mar que da la vuelta al mundo y cuyos tripulantes están solos. Esa soledad se verá interrumpida por la irrupción de un polizonte negro que sueña con ir a Europa para curar su enfermedad. El director, Cristophe Offenstein, se propone hacer una película de aventuras de corte clásico y lo que le queda es un filme vagamente entretenido, insólitamente mal fotografiado siendo el debut de un veterano operador de cámara que uno ve y olvida al instante. Es cine comercial en estado puro, y no precisamente del mejor.



En Francia se espera con expectación Le garçons et Guillaume, à table!, éxito teatral en el país vecino. Retrato autobiografico de la relación amor-odio entre el protagonista y director (Guillaume Galienne) y su esquizofrénica madre, es una película que quiere contar en clave de comedia la terrible discriminación a la que es sometido un chico afeminado por una madre impetuosa y brutal. El asunto de la madre malvada, de las canciones de Eminem a las películas de Xavier Dolan en tiempos recientes, puede dar mucho juego pero soy incapaz de encontrarle la gracia a esta película. El protagonista me resulta desagradable y pesado, la madre no me parece tan mala y la actriz no me gusta, los chistes no me hacen gracia y nada me conmueve. Se estrenará el año que viene en España.