Margarethe von Trotta

Musa de Fassbinder, ex pareja de Schlöndorff, cineasta feminista... Margarethe von Trotta, única mujer del Nuevo Cine Alemán, abre el Festival de Cine Alemán con su última película, 'Hannah Arendt', biopic de la pensadora que también llega a nuestra cartelera este mes.

De abril a junio de 1961, la filósofa Hannah Arendt acudió al juicio celebrado contra el ominoso Adolph Eichmann en Jerusalén. La antigua discípula y amiga de Heidegger visitaba el proceso como corresponsal de la revista The New Yorker y desde luego sus reflexiones sobre lo visto y oído excedieron con mucho la simple labor de mera "transcriptora". Fue el principio de uno de los conceptos filosóficos más populares del sigo XX: la "banalidad del mal", o la fría asepsia con que muchos nazis cometieron sus horrendos crímenes, la gris burocratización de la destrucción de seres humanos convertida no en un acto sanguinario y enloquecido sino en un proceso administrativo más. La película Hannah Arendt, de la veterana del cine alemán Margarethe von Trotta (de la que el Festival de Cine Alemán de Madrid realizará una retrospectiva), refleja ese episodio y lo hace centrándose tanto en los aspectos filosóficos del asunto como en la controversia que generaron las teorías de Arendt en una comunidad judía, para la que las heridas del Holocausto aún eran muy recientes. "¿Cómo se hace una película sobre una mujer que piensa? ¿Cómo podemos observarla mientras lo hace?", se pregunta Von Trotta a la hora de explicar una película que lleva más de dos décadas pergeñando. Efectivamente, Hannah Arendt es un thriller en el que primero el investigador, la filósofa, debe llegar a resolver el caso, el "misterio" que supone para la mente humana un grado de horror tan descomunal como el alcanzado por los nazis en una sociedad supuestamente avanzada y culta como la alemana, así como la enorme polémica posterior a la que debe enfrentarse después de alcanzar sus revolucionarias conclusiones. En este sentido, toda la segunda parte de la película podría describirse perfectamente como el calvario de una pensadora que paga un precio brutal por oponerse a las convenciones y estrecheces de su época.



Porque no solo vemos a Arendt pensar, también la vemos sufrir, y mucho, por la campaña de descalificaciones y amenazas que tuvo que sufrir por parte no solo de la comunidad judía, también del ámbito intelectual y académico, que la acusaba de haber frivolizado la barbarie nazi para reducirla a un mero hecho "banal", tomando de forma demasiado literal lo que Arendt quiso decir. Para Von Trotta: "Como realizadora alemana, lo más interesante para mí es analizar la forma en que nos enfrentamos a nuestro pasado. En los años 60, ser alemán significaba de forma automática que viajaras donde viajaras la gente te acusaba de nazi y te preguntaba qué habías hecho durante la guerra. Lo que hace la filósofa es un intento sistematizado y serio de enfrentarse a ese pasado sin adscribirse a ninguna escuela o corriente de pensamiento. Seguía siendo seguidora de la línea que va de Platón a Heidegger pasando por Kant pero encuentra su forma de ver las cosas". El propio concepto de banalidad del mal sigue siendo hoy mismo objeto de polémica. Arendt profundizó en la herida al adentrarse en un terreno tan espinoso como el de la responsabilidad que tuvieron los judíos en su aniquilación. Acusando a los consejos judíos de haber prestado "una sorprendente colaboración" a las autoridades nazis, Arendt ponía en cuestión tanto su docilidad como su supuesta ingenuidad. Para colmo, la filósofa se posicionó de forma muy rápida contra las atrocidades del recién nacido Estado de Israel con los árabes, terminando de convertirse en una figura odiada por amplios sectores. "No era una escritora, era una filósofa", dice Arendt. "Cuando ella analiza todos estos hechos no lo hace desde las emociones sino desde el intelecto. Puedo entender que la gente reaccionara de una manera tan agresiva cuando expuso sus ideas, cada espectador puede sacar sus propias conclusiones sobre el fondo del asunto. Lo que yo muestro es la lucha de una mujer por decir lo que piensa y mantenerse fiel a sí misma".



A sus 71 años, Margarethe von Trotta es una superviviente de aquella generación que cambió el cine de su país en los 60 y 70 que fue conocida como Nuevo Cine Alemán. Comenzó su andadura como actriz a mediados de los 60 pero la gloria interpretativa le llegaría muy poco antes que sus primeros éxitos como cineasta compaginando ambas facetas durante mucho tiempo. Con Fassbinder se forjó como actriz en cuatro ocasiones en películas como El soldado americano (1970) o Esa prostituta tan querida (1971), y también fue musa de otro miembro destacado del grupo como Volker Schlöndorff, con quien estuvo casada veinte años. Al mismo tiempo, Von Trotta inició en 1975 una nutrida carrera como cineasta en la que brilló no solo como la única mujer del selecto grupo, también por su militante feminismo. Su intención era, como dejó dicho mil veces en la época, no crear "cine de mujeres" sino superar estructuras patriarcales y sexistas mediante la realización de películas fieles al punto de vista femenino que derribaran la mirada masculina como apéndices de estos. Surgen filmes de alto contenido político como El honor perdido de Katharina Blum (1975), en el que una mujer es acusada injustamente de terrorismo y destruida por el aparato del Estado, o El segundo despertar de Christa Klages (1977), sobre una mujer que atraca un banco para mantener su guardería. Pero sus filmes más populares son Las hermanas alemanas (1981), en torno a los distintos modos en que dos hermanas desarrollan su activismo político, y Rosa Luxemburgo (1986), ‘biopic' de la famosa revolucionaria.



"Fui una militante feminista de izquierdas muy convencida en aquella época -recuerda Von Trotta-. Lo que encontré fue que en esos grupos radicales las mujeres habían desarrollado una capacidad para expresarse y ser ellas mismas que no se daba en la sociedad. Pero la violencia fue siempre una línea roja, nunca estuve a favor de que se asesinara a gente. Mis primeras películas son un testimonio de esos tiempos. También sentía una responsabilidad porque era muy extraño que una mujer dirigiera películas y sentía que debía dar voz a quienes no la tenían".