Emmanuelle Seigner en la película de François Ozon.

Ganadora de la Concha de Oro y el Premio al Mejor Guión en San Sebastián, 'En la casa', de François Ozon, es una magnífica adaptación de 'El chico de la última fila', de Juan Mayorga. El filme, que ahonda en los procesos de la creación, se estrena hoy en salas.

Al final de Funny Games (Michael Haneke, 1997), los sádicos sociópatas mantienen un breve debate sobre los poderes de la fabulación. Tras haber asesinado fríamente a una familia, Paul y Peter concluyen que la ficción es tan real como la realidad misma. Vivida con intensidad, toda fabulación se adhiere a nuestro trayecto como un suceso más de nuestras vidas. La ficción es experiencia. Algo similar ocurre con Germain (Fabrice Luchini), el profesor de literatura que protagoniza En la casa, cuando lee la redacción de uno de sus alumnos de 16 años. Cree detectar en los textos autobiográficos que escribe Claude Garcia (Ernst Umhauer) a un genio precoz de la literatura, aunque lo que en verdad encuentra es un agujero por el que emprender la fuga de su aburrida existencia, el modo de vencer su propia falta de talento jugando a ser el demiurgo de un universo que le arrebatará algo más que la cordura.



Hay un profundo aroma chabroliano en la última película de François Ozon, posiblemente la mejor de su sofisticada filmografía -Bajo la arena (2000), 8 mujeres (2002), Swimming Pool (2003), etc.-, que fue premiada con la Concha de Oro y el premio al Mejor Guion en San Sebastián. O quizá deberíamos evocar las fragancias de Buñuel frente al endiablado juego metanarrativo que propone En la casa, dado que la semilla de malicia y desdén hacia la burguesía que recorre la película procede en verdad de la mente de Juan Mayorga y su pieza teatral El chico de la última fila. En su adaptación al contexto francés, la aritmética emocional del mecanismo sigue funcionando con extraordinaria precisión, engrasado con el humor de unas situaciones y unos diálogos que Ernst Lubitsch y Woody Allen aplaudirían. La mascarada de Mayorga y Ozon se propone reflexionar sobre las perversiones del proceso creativo, articulando una superposición de realidades (y mentiras) que navega por la comedia melodramática y el desafío intelectual.



"Todo drama necesita un conflicto", le dice a su alumno Germain, completamente adicto al retrato en entregas de la familia pequeño-burguesa que escribe Claude cada semana. Cuando la esposa de Germain, una galerista de arte interpretada por Kristin Scott-Thomas, también se rinde a las promesas del relato de Claude, la proyección fabuladora toma caminos tan imprevisibles como destructivos. En verdad no importa si lo que relata el enigmático y manipulador Claude (que tanto recuerda al bello Sergio de Chabrol) se disputa solo en su mente, la de un joven escritor, huérfano y de procedencia humilde, que proyecta sus fantasías a partir del "olor de una mujer de clase media". Pues su fascinación con Esther (Emmanuelle Seigner), la madre de su compañero de clase, vehicula finalmente la fascinación del espectador ante el inteligente cuento de vouyersimo suburbano que construye la película.



El ejercicio literario-teatral de Mayorga transmuta en un ejercicio cinematográfico, que además no teme poner sus costuras al descubierto. Si bien el juego metaficcional no trasciende más allá de la encantadora impostura -En la casa quedaría muy lejos de las conquistas holladas en los retorcidos, monumentales universos fabuladores de Charlie Kaufman o Arnauld Desplechin-, Ozon gestiona con eficacia las expectativas del relato en alianza con el timing narrativo. El humor negro se derrama con inteligencia, y el entramado apenas tambalea por más rizos que rice, incluido su excesivo desenlace. Las grandes virtudes de En la casa, un modelo de comedia que aún cree en la matemática del guión, pasan por poner sus tripas al descubierto sin por ello dejar de seducir, iluminar y entretener en igual medida. La ficción como experiencia.