Bruce Willis en Looper.

Las fábulas de ciencia-ficción en torno a los viajes en el tiempo no son material agotado. Con la extraordinaria 'Looper', que se estrena hoy tras su paso por Sitges, Rian Johnson muestra que el dispositivo ideado por H. G. Welles aún da mucho juego como reflejo de las ansiedades del presente.

Adquieren más y más sentido a medida que pasan los años. Las visiones de futuro que ha dado el cine de ciencia-ficción norteamericano, especialmente desde Blade Runner (1982), van tomando una forma consistente. El malvivir de una humanidad tecnologizada, las urbes oscuras y decadentes, el existencialismo como tema central. Looper se ajusta como un guante a todas estas premisas, añadiendo el desarrollo de la telequinesis en algunos individuos. Su relato acontece en el futurible 2044, si bien entra en juego asimismo un fuera de campo que transcurre treinta años más tarde, 2074, en un mundo donde los viajes en el tiempo son posibles, aunque estén prohibidos por ley para evitar paradojas capaces de subvertir la Historia. A pesar de algunas incongruencias que pertenecen a la suspensión de la credibilidad, Looper desarrolla probablemente la más interesante dramaturgia en torno a viajes en el tiempo desde Primer (Shane Carruth, 2004), si bien huye de las abstracciones espacio-temporales de aquel enigmático debut para potenciar los tropos del action-movie y el thriller noir. El puro entretenimiento se construye a partir de una inteligente distopía.



El tercer largometaje de Rian Johnson (Maryland, 1973), aquel director que con 38 años sorprendió a expertos y paganos con Brick (2005), inscribiendo la literatura chandleriana en el contexto de un instituto, consigue algo tan engañoso como borrar la línea que separa el suicidio del asesinato. Joe (Joseph Gordon-Levitt) se enfrenta al imposible dilema cuando tiene que matar a Old Joe (Bruce Willis), es decir, él mismo con treinta otoños más. No solo es su deber como sicario profesional, también es su obligación existencial, pues no hay sitio para dos versiones de la misma persona en una misma dimensión temporal. Su jefe Abe (Jeff Daniels) lo sabe bien, y por eso pone en marcha una feroz operación de busca y captura cuando el viejo Joe logra escapar de su versión joven y emprende la fuga. Y es que en 2074, las investigaciones de restos mortales son tan avanzadas que el crimen organizado, cuando tiene que eliminar a alguien, lo envía al pasado, donde toda una organización de asesinos, liderada por Abe, trabaja para ellos.



En ese futuro al que viaja la película mediante flashbacks (¿o flashforwards?) ha tomado el mando de la mafia un tal Rainmaker, determinado a cerrar todas las puertas al pasado. Uno a uno, los sicarios liquidarán sin saberlo a su yo futuro a cambio de un jugoso plan de pensiones en lingotes de oro. Desde entonces, saben que les quedan treinta años de vida. Saben también que serán sus propios verdugos. El guion del propio Rian Johnson esquiva con brillantez los galimatías explicativos (así que haremos lo mismo), para que sea el propio drama, a medida que avanza, el que desenrede una historia centrifugada por las razones del corazón y el destino de un niño prodigio. La polisemia del relato, enriquecido con multitud de giros argumentales y desdoblamientos, da pie una de las más evocadoras y espectaculares propuestas de ciencia-ficción de los últimos años, que no oculta sus resonancias con Blade Runner, Terminator, Desafío total, Doce monos, Seven o Minority Report.



La sabiduría cinematográfica de Looper no solo pasa sin embargo por integrar, con admirable sutileza, el pasado del cine al que sin duda se debe, sino también por adoptar elementos del noir y el western en un contexto de ciencia-ficción, estableciendo un pulso entre el espacio urbano y el entorno rural, entre la noche y el día (toda la película es un gigante claroscuro), que acaba emergiendo como una de las claves de la estructura y el significado del filme. Se arriesga Rian Johnson no solo a introducir personajes nuevos y trascendentales una vez avanzada la trama, sino a modificar el tono y las atmósferas del relato. De este modo, el arco narrativo que generalmente se proyecta o se intuye en los cinco primeros minutos de cualquier blockbuster , queda aquí a expensas del descubrimiento y la sorpresa, del flujo orgánico que se proyecta hacia inesperadas colisiones y fugas románticas. A la postre, el joven y el viejo Joe luchan por la misma clase de redención, la que solo el amor (y la esperanza de un futuro luminoso) puede disponer.



El factor romántico

Armado con un concepto de la intensidad que no es muy habitual detectar en el cine, Rian Johnson, como hacen Paul Thomas Anderson, Andrew Dominik, Christopher Nolan o David Fincher, planifica y filma cada escena como si fuera una batalla que ganarle al tiempo, un bloque indivisible de imagen y sonido -el trabajo sonoro es excelente- abriéndose paso con una energía arrolladora. No hay nada en esta película, desde la concepción del relato al montaje, pasando por la puesta en escena, las interpretaciones y el score musical, que no trabaje en la misma dirección, y aunque el factor romántico de la historia no esté finalmente a la altura de sus promesas, todo el camino recorrido hasta el clímax del drama encuentra su sintonía correcta y la atención por el detalle que demanda cada paso en el camino. Los abundantes personajes secundarios, en este sentido, no se limitan a ejercer como meras comparsas del drama y adquieren una relevancia poco común en las películas de género contemporáneas.



Desde la máquina con la que fabulara H. G. Welles en el crepúsculo del siglo XIX (justo cuando nacía el cinematógrafo), sabemos que los viajes al pretérito o al futuro no son más que formas de reflexionar sobre el presente. Al tiempo que se preocupa por erigir un espectáculo cinematográfico de gran carisma, Johnson también inscribe en Looper la atmósfera y vicisitudes de nuestros tiempos, sus temores y sus iras. Asoman claramente en su contexto las dinámicas sociales de la depresión económica, en la que los sicarios, llamados loopers, son tan adictos a la droga (que se administra por vía ocular), a las discotecas y a las prostitutas de lujo como podemos imaginar a los vampiros de Wall Street, y donde el orden social se ha visto alterado por el "ataque de los vagabundos", seres sin rostro que, con el tiempo por delante, podrían vivir varias vidas y habitar varios cuerpos.