El reparto de Killing Them Softly

A este espectador le alcanzó profundamente El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, del australiano Andrew Dominik. Tanto, que tras verla cuatro veces, tiene la certeza de que es una de las obras cruciales de la última década, un western de alto calibre poético que propulsó el mito del legendario bandido a dimensiones tan insólitas como consecuentes con la historia del género supremo del cine americano. De ahí que la presentación ayer en la Croisette del tercer largometraje de Dominik, Killing Them Softly, fuera una de las películas a competición más esperadas por quien esto escribe. Había una cierta ansiedad por saber qué nuevas ambiciones se había marcado el director de tan fascinante obra, por comprobar si el inapelable talento y la electricidad estática que recorría aquel sorprendente western había sido algo más que un glorioso accidente creativo, si la energía de sus imágenes seguiría propulsando sus próximos trabajos. Las notas informativas del filme -un drama de serie negra sobre la mafia contemporánea de Nueva York, con un reparto capaz de aglutinar a iconos y talentos del gran cine de género americano como Brad Pitt, James Gandolfini y Ray Liotta-, además, no hacían más que disparar promesas y expectativas.



No demos más vueltas: Killing them Softly no alcanza la entidad de El asesinato de Jesse James… (era muy improbable que lo hiciera), pero sin duda confirma a Andrew Dominik como uno de los contadísimos cineastas con la determinación y el talento necesarios para llevar a nuevas esferas las conquistas del cine de género americano (en este caso el thriller criminal), y de ingresar así en esa estirpe de directores (vivos) tan fundamentales como Martin Scorsese, Paul Thomas Anderson, Michael Mann o Quentin Tarantino, etc. De hecho, uno de los manifiestos propósitos del filme pasa por no perder de vista todo lo que sus precedentes han logrado con anterioridad. Aglutina y hasta glosa sus formas para, lejos de rendirlas tributo, forzarlas un poco más, colocarlas en el mismo radio de acción de su poética personal.



Con un arrojo y confianza cercanos a la temeridad, da la sensación de que Dominik reivindicara un puesto en el olimpo en cada escena, casi todas ellas concebidas como verdaderos ‘tours de force'. Killing them Softly desprende el inconfundible olor del gran cine americano, y sus referentes y decisiones formales -tanto en secuencias de puro estallido violento, como en las de composición y situación, con diálogos largos y verborreicos- son realmente apabullantes. Aparte de las de los directores citados, también saltan a la vista en determinados instantes los modos y maneras de John Woo, de Darren Aronofsky, de Sam Fuller, de John Huston, de Sam Peckinpah. Tanto que, si no fuera por el talento de Domnik para arrastrarnos al lugar que quiere con habilidades de virtuoso, el filme podría haberse convertido en un mero collage de manierismos y ebanistería barroca, en un grandilocuente, afectado y monumental ejemplo de aquello que Manny Farber llamó "películas elefante blanco": aquellas que no pueden ocultar su desesperación por ingresar en la alta cultura.



Pero si las formas del filme apelan constantemente a la épica, su trama mínima, casi esquelética -más propia de un filme de Don Siegel o John Boorman que de una epopeya scorsesiana- avanza en el sentido contrario. La colisión de ambas fuerzas genera resultados tan contradictorios como estimulantes, pero no siempre convincentes. Killing them Softly introduce la novedad de ingresar el discurso nihilista de nuestros tiempos (el desencanto ante Obama, la rabia y el desamparo frente a los saqueos financieros) en una actualizada revisión del cine negro, donde los hilos del hampa neoyorquina los maneja el mundo corporativista de Wall Street, encarnado en la figura de Richard Jenkins. El protagonista, Jackie Coogan (personaje que sin duda representa un paso hacia adelante en la carrera de Brad Pitt), sintetiza en una frase el discurso completo de la película: "No digas que América es una comunidad, aquí todo el mundo está solo. América no es un país, es un jodido negocio". Y es que prácticamente cada escena de este filme habitado por sicarios deprimidos y criminales adictos a la heroína es una transacción comercial con la muerte. Dominik aborda el drama no solo con la conciencia del cine que le procede, sino de revisitar el género negro en la era dorada de la teleficción norteamericana, cuando series como Los Soprano, The Wire o Boss ya han capturado la atmósfera de pesimismo y claudicación frente a los estragos del capitalismo. Seguramente Dominik no ha consolidado con Killing Them Softly la obra maestra que probablemente tenía en mente, pero sí ha dado suficientes motivos para seguir confiando en él y seguirle bien de cerca.



Es difícil justificar la coincidencia en la misma sección competitiva de la grandeza cinematográfica de Killing them Softly con el bobo divertimento The Angel's Share, del casi siempre intrascendente Ken Loach. Auque no llega a los niveles de autoindulgencia de su anterior comedia, Buscando a Eric, que también compitió en Cannes -no entiendo el gusto del festival galo por un cineasta que tiró la toalla hace tanto tiempo-, esta nueva banalidad proletaria vuelve a mostrarse demasiado preocupada por satisfacer las simpatías del espectador, aunque haya que recurrir a chistes de pedos y a imposibles fábulas de superación en tiempos de crisis. The Angel's Share, un sucedáneo mal construido de Full Monty, entrega todo su calibre humorístico en los dos minutos de arranque, para luego dejarse llevar por la inercia de la banalidad. En menos de veinticuatro horas ya se me ha perdido en la papelera de la memoria.