Fotogramas de The Artist (arriba) y de La invención de Hugo (abajo).

El próximo domingo vuelven los Oscar a pasearse por la alfombra roja de Hollywood. Alexander Payne ('Los descendientes'), Woody Allen ('Midnight in Paris'), Terrence Malick ('El árbol de la vida'), Martin Scorsese ('La invención de Hugo') y Michel Hazanavicius ('The Artist') lucharán por las estatuillas más prestigiosas. Pero serán estos dos últimos quienes realizarán un auténtico duelo al sol por dos películas que homenajean al cine clásico. 'The Artist', muda y en blanco y negro, busca el estilo primitivo, los orígenes. 'La invención de Hugo', audaz y envolvente propuesta del director de 'Toro salvaje' que se estrena hoy en la cartelera española, se proyecta al futuro a través de la tecnología 3D.

En una época de vertiginosa aceleración tecnológica, de convulsas mutaciones en los hábitos del consumo cultural, de transformaciones decisivas en las formas de escritura y de lectura audiovisual, de búsquedas a tientas y de desconcierto generalizado, tiene todo el sentido del mundo que el cine del presente se sienta tentado por volver su mirada hacia el tiempo de los orígenes, por bucear en sus propias raíces fundacionales. Lo hacen, sin apenas ruido ni alharacas, en sus respectivas y humildes exploraciones personales, algunos de los cineastas independientes -o incluso guerrilleros- que tratan de indagar en las fuentes del cine para recuperar la libertad y la capacidad de invención de los tiempos primitivos (Raya Martin, José Luis Guerin, Aki Kaurismäki, John Gianvito, Víctor Erice, James Benning...), pero lo hacen también cineastas que trabajan en el epicentro de la industria y que se dirigen a las más amplias audiencias. Este último es el caso de Michel Hazanavicius y Martin Scorsese, artífices de sendas películas que han terminado por encabezar el ranking de los favoritos en esa competición esencialmente mediática que constituyen los Oscar, a cuya recta final ambos han llegado con diez y con once nominaciones para sus respectivas películas: The Artist y La invención de Hugo. Así que el desafío y el contraste están servidos. Dos películas de vocación mainstream, dos costosas producciones dirigidas hacia el gran público, se giran hacia el pasado y se zambullen de lleno, con armas y bagajes, en modelos de invención y en ámbitos referenciales que pertenecen, en ambos casos, a la prehistoria del cine, de su lenguaje y de su industria.



Ficciones historicistas

Y esta dualidad compartida (su común interés por situar las respectivas ficciones historicistas en los ambientes del cine y por dejarse contagiar, o por absorber algo del lenguaje fílmico propio de las fechas a las que remiten cada una de ellas) es precisamente lo que deja al descubierto lo más relevante del paralelismo y también de la nítida contraposición existente entre los trabajos de ambos cineastas. Son, evidentemente, dos películas muy diferentes, pero las dos comparten una misma y doble ambición: la de reconstruir lo más fielmente posible el entorno histórico de referencia (que no es el mismo, aunque una y otra historia transcurren prácticamente en fechas idénticas: finales de los años veinte, comienzo de los treinta) y la de vampirizar en su propio beneficio el lenguaje y los códigos propios de aquellos tiempos.



Hazanavicius sitúa su película en el quicio angular que supone el tránsito del mudo al sonoro en los estudios clásicos de Hollywood. Se trata de radiografiar, con tonalidades propias de comedia nostálgica, la crisis emocional y profesional de un star-system que, poco a poco, va siendo desplazado del firmamento estelar cuando, a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, el cine silente del período anterior deja paso a los talkies. Y sus referencias son tan inequívocas como transparentes, pues los míticos John Gilbert y Clara Bow emergen como claros modelos del galán seductor en decadencia y de la flapper que busca una oportunidad, interpretados aquí por Jean Dujardin y Bérénice Bejo.



La traición de la banda sonora

Pero mucho más que esta nítida ubicación historiográfica y ambiental, lo que realmente convierte a The Artist en una propuesta ciertamente singular es su pretensión de emular el lenguaje del cine mudo, puesto que se trata de un filme en blanco y negro y sin diálogos, aunque no sin banda sonora musical, lo que ya, de entrada, traiciona flagrantemente su propio punto de partida. Scorsese sitúa su ficción en la misma encrucijada histórica (más exactamente, en 1929, fecha que se corresponde con la del redescubrimiento y la rehabilitación triunfal de Georges Méliès en París), pero su verdadero universo formal y lingüístico de referencia es muy anterior, puesto que remite al origen mismo del cinematógrafo; es decir, a la estética, los trucajes artesanales, la prestidigitación teatral y la magia fílmica del propio Méliès y de sus primitivas películas coloreadas (filmadas entre 1896 y 1908), en cuyo interior parece introducirnos -con un encanto notable- la tecnología estereoscópica utilizada por La invención de Hugo.



Lo que el autor de La edad de la inocencia viene a proponer, en consecuencia, no es tanto la reconstrucción del final de la belle époque parisina como la inmersión en el universo estrictamente imaginario y fantasioso del Viaje a través de lo imposible (Georges Méliès, 1904). Mientras Michel Hazanavicius renuncia al color y a los diálogos para simular que retrocede en el tiempo a fin de contar cómo trabajaban y se relacionaban las estrellas de Hollywood (que en realidad vivían en un mundo plenamente cromático y que hablaban fuera la pantalla exactamente igual que el resto de los mortales), Martin Scorsese se proyecta hacia el futuro, echa mano de la tecnología tridimensional más avanzada y se atreve a explorar nuevas potencialidades de ésta para crear la ilusión de que estamos dentro, exactamente dentro (gracias al 3D), de una desatada féerie tan colorista, libre, mágica y fantasiosa como las primitivas películas de Méliès.



Una irónica representación

De manera que el viaje propuesto por Scorsese en La invención de Hugo no sólo es más atrevido (al desplazar su verdadero universo de referencia mucho más atrás de lo que podría sugerir la época en la que transcurre su relato), más vertiginoso (en su simultáneo movimiento de expansión y contracción entre el futuro del cine y su momento fundacional) y más coherente (porque su inventiva digital y su despliegue de efectos visuales deviene tan audaz y envolvente como los trucos y las fantasías de Méliès), sino que Hazanavicius acaba por convertir a The Artist en un juguetón artefacto que, en realidad, se expresa con un lenguaje falseado (en sus códigos de planificación, de encuadre y de montaje), por completo diferente del verdadero lenguaje del cine de los años veinte, y puesto al servicio no de una reproducción del cine mudo, sino de una representación irónica -bastante artificiosa como tal- de la mitología de sus estrellas.



Es la verdadera diferencia entre lo que no deja de ser estrictamente cine primitivo (The Artist), si bien en un sentido muy diferente al de las apariencias que tan esforzadamente intenta ofrecer, y cine contemporáneo (La invención de Hugo), por más que su vitalista y gozosa utilización de una tecnología futurista sea capaz de generar una sorprendente inmersión en el cine de los orígenes. Una inmersión que acaba por dejar claro que, para viajar al pasado, es necesario conquistar el futuro.

Los consagrados, el heterodoxo y el outsider

Si la pugna entre La invención de Hugo y The Artist no resulta suficientemente atractiva para quien busque en la entrega de los Oscar algo más de adrenalina, siempre se puede uno centrar en el desafío que mantendrán, cara a cara, Glenn Close (Albert Nobbs) y Meryl Streep (La dama de hierro), pues quedan pocas dudas de que será una de ellas quien acabe por llevarse a su casa el premio a la mejor actriz. Ese instante será, con toda probabilidad, el momento estelar de una noche en la que tendrán que resolverse también otras sabrosas incógnitas que emergen de las nominaciones previas. Por ejemplo: ¿Qué pasará con la película-acontecimiento del año (El árbol de la vida) y con su director, Terrence Malick? ¿Se atreverá la Academia a ignorarlos olímpicamente dada la radical audacia y heterodoxia de sus propuestas? ¿Volverá Spielberg a irse de vacío sin que nadie se acuerde de su caballo guerrero? ¿Cuál será el veredicto para Woody Allen? ¿Se confirmará que Nader y Simin: una separación será la indiscutible ganadora del Oscar a la mejor película extranjera? ¿Logrará Trueba su segundo Oscar gracias a la proeza de conquistar, por primera vez para el cine español, el correspondiente al mejor largometraje de animación por Chico y Rita? ¿Conseguirá Alberto Iglesias el Oscar a la mejor banda sonora por su composición para El topo? Y aquí va otra pregunta más: ¿Qué ocurriría si, entre tanto nombre consagrado, emerge la sorpresa del outsider y resulta que la triunfadora de la noche termina siendo Los descendientes, de Alexander Payne...?