Arturo Ripstein

Arturo Ripstein presentó en San Sebastián su último filme, Las razones del corazón, inspirado en Madame Bovary. El gran cineasta mexicano desentraña para El Cultural las claves de su película que se estrenará en nuestros cines el 7 de octubre.

Todos los grandes festivales presumen de hijos adoptivos, almas afines o, como suele decirse, presencias habituales. En Cannes se vanaglorian de los hermanos Dardenne. La Berlinale tiene debilidad por François Ozon. San Sebastián le ha tomado la medida al cine de Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1943). Por octava vez en su carrera, el director mexicano (también con nacionalidad española) presenta largometraje en el certamen donostiarra. Y lo hace con la conciencia de familiaridad que producen las dos Conchas de Oro -Principio y fin (2000) y La perdición de los hombres (2000)- y el Premio Especial del Jurado -El lugar sin límites (1977)- con que el festival ha reconocido su importante trayectoria a lo largo de los años. "San Sebastián fue mi baño austral como cineasta y es muy importante para mí", admite Ripstein desde su residencia en la capital mexicana, unos días antes de viajar a Donosti. "Para los cineastas invisibles como yo, es sin duda una gran plataforma de lanzamiento. Si bien la gran dificultad es permanecer. Ahora abundan las carreras de opera prima, gente que hace una película y ya está. La gran diferencia de lo que pasaba con los directores de mi generación y los de ahora es la abolición del tiempo. Ahora las cosas se hacen instantáneamente".



Aplicando un baremo cinematográfico, su última película también se ha resuelto con cierta instantaneidad. Ha rodado Las razones del corazón en apenas 24 días, en una sola localización (un edificio céntrico de México DF), con un reparto de pocos actores y un equipo técnico muy reducido. Co-producida por el mexicano Roberto Fiesco y la compañía española Wanda, el presupuesto no ha cruzado el umbral del millón de euros. "Es de alguna forma responsabilidad de nosotros, los cineastas al otro lado del mar y debajo de Río Bravo, hacer películas pequeñitas. Los problemas monumentales que tenemos para producir, distribuir y exhibir nuestros trabajos ya los convierten en una gran derrota. Por lo menos si el filme es pequeño y no demasiado oneroso, la derrota será menos cruenta".



El escrutinio de su obra nos alerta de aquello que unos minutos de conversación nos confirma: Ripstein es un cineasta descontento y un hombre sindicado con el pesimismo. "Vivimos en un mundo terrible -asegura-. Ya no hay que esforzarse tanto por ver el lado oscuro de las cosas". En cincuenta años de dedicación al oficio (casi una treintena de películas) se ha empeñado en fotografiar el mundo como si fuera "un guiñol tenebroso", poblado de seres marginales, espacios sórdidos y pasiones destructivas. En esa zona triangular se resuelven sus reinos de ficción, a los que ha regresado, tras la olvidable El carnaval de Sodoma (2006), con una adaptación soslayada y libre de Madame Bovary. "En verdad es una película sobre todas las mujeres que han estado al borde del abismo, desde Helena de Troya a Emma Bovary", explica. "Mi vocación de sordidez es clara desde hace años y un adulterio siempre es de algún modo nocturno, siniestro, oculto, complejo, peligroso...".



-¿Qué le atrajo de la figura literaria de Emma Bovary?



-Es uno de los personajes más intolerables de la literatura. Al releer la novela, me di cuenta de que Emma es en verdad un personaje antipático y despreciable. Paz Alicia Garciadiego [su guionista y su esposa] le dio un giro de 180 grados para convertirla en Emilia, una mujer de la cual la cámara pudiera enamorarse. El personaje literario me cae mal, pero su forma de perseguir el amor hasta sus últimas consecuencias me despierta ternura. Creo que fue su pacto morboso con la muerte lo que me hipnotizó. Esta mujer de tan pocas luces alcanza frente a la muerte una extraña lucidez y una amarga sabiduría.



Su inspiración literaria determina el filme como la crónica de un suicidio anunciado. La cámara siempre en movimiento de Ripstein, que ha convertido el plano-secuencia en una señal estilística de su cine, sigue de cerca la descomposición emocional y el proceso de demencia de Emilia (Arcelia Ramírez), una ama de casa que en los dos últimos días de su vida se encierra en su apartamento. Asfixiada por las deudas y abandonada por su amante Nicolás (Vladimir Cruz), claudica de las responsabilidades domésticas y familiares ante la indefensión de su marido (Plutarco Haza), la rabia de su hija (Paola Arroyo), la incomprensión de su madre (Marta Aura), la frivolidad de una amiga (Pilar Padilla), la estupefacción de la portera (Patricia Reyes) y la desvergüenza de un vecino (Alejando Suárez). Cine de interiores, de un enclaustramiento riguroso, cuyas imágenes se resuelven en apenas tres espacios. "Antes que claustrofobia, yo hablaría de claustrofilia -sostiene Ripstein-. Era perfecto para la historia que los personajes y la cámara no salieran jamás del edificio".



Numerosas biografías aseguran que Ripstein fue asistente de dirección de Luis Buñuel, cuya película Nazarín le abrió los ojos al cine, si bien el director niega la mayor. "Eso es una leyenda. Los verdaderos asistentes que tuvo Buñuel fueron Pierre Lary en Francia y su hijo Juan Luis. Pero no voy a negar que tuvimos una estrecha relación cuando yo era un adolescente. Fue muy generoso conmigo y aprendí mucho de él". La atmósfera opresiva de Las razones del corazón se tiñe de derrota pasional, de una sensualidad y exacerbación melodramáticas que remiten tanto a El ángel exterminador como a Repulsión, tanto a Un tranvía llamado deseo como a Two Lovers, tratando de congraciar los rigores del clasicismo con poéticas del cine moderno. "El melodrama es un género muy dúctil y permite exagerar, pero siempre con un propósito emocional claro", añade el autor de El imperio de la fortuna (1986).



Una película fácil de hacer

-¿El rigor de la puesta en escena ha dificultado el rodaje?

-No ha sido una película especialmente difícil de hacer. He estado mucho más relajado que de costumbre en el set. En una ocasión dijo Picasso que pintar era facilísimo o imposible, y la verdad es que hacer la película en estos términos ha sido muy fácil. El desafío era hacer una película rigurosa y clara. El verdadero sentido del arte, si es que puedo aspirar a él, es que las cosas fluyan. Yo he intentado encontrar la fluidez maniobrando en espacios cerrados.



Amada y compadecida por diversas generaciones desde que Gustave Flaubert la diera a conocer por entregas en la Revue de Paris en 1865, la figura de Emma Bovary se antoja tan rica como contradictoria. Su vida y su actitud quieren ser vanguardia y epítome de la liberación de la mujer y la conquista del placer femenino, pero al mismo tiempo su esclavitud a las pasiones no le permite romper su dependencia y sumisión respecto al hombre. Esta imposible convivencia es la que expresa Las razones del corazón con admirable sutileza, manifiesta en la gran interpretación de Arcelia Ramírez y en un guión que hace brillar las paradojas del amor.



"Yo creo que el amor es una emoción muy peligrosa -dice Ripstein-. En su primera fase es enormemente antisocial, nada existe salvo yo y el objeto de mis amores. Es una emoción muy extraña. Muy rápidamente el amor se domestica y se vuelve otras cosas. A mí me gustaba esta pasión desenfrenada, delirante de Emilia, que represento de un modo muy esquivo, hasta el punto de que cabe preguntarse si es un amor que existe de verdad. Trato de rocoger todas sus contradicciones, y los personajes se transforman unos en otros, trascienden su condición de arquetipos".



-¿Por qué opta por filmar en blanco y negro, como ya hizo en La perdición de los hombres?

-Es una fotografía veraz, porque la vida es para mí en blanco y negro. Yo hubiera hecho todas las películas así, con esa iluminación tan contrastada, pero por razones comerciales no he podido. Para mí la ausencia del color siempre ha sido fundamental para la comprensión de las cosas.



Una cámara con alas

-No es la primera vez que rueda con vídeo digital. ¿Qué le ha aportado?

-Una serie de cosas. En primer lugar, ha marcado la diferencia entre hacer películas y no hacerlas, debido al bajo coste. Con el digital siempre he tenido la impresión de que no estaba haciendo mi última película. Estás ahí, con una cámara pequeña, rodando con cierta facilidad y un equipo reducido, y piensas que tendrás la posibilidad de engañarlos otra vez y poder hacer otra. Entonces ya sabes que no es tu testamento y que no tienes que meter ahí todo lo que está en tus ojos, en tus tripas, en tu corazón... Es otra película más. Y eso es una liberación. Además, es muy útil para rodar los largos planos-secuencia que me gustan. La mayor parte de mi carrera he filmado con cámaras para las que necesitaba la ayuda de cuatro personas. El digital me permite tener una cámara con alas.



En los años noventa, con títulos como Profundo Carmesí (1996), el prestigio de Ripstein entre la cinefilia mundial tocó techo. Con el siglo naciente dos fenómenos cinematográficos reorientaron la atención internacional que se le dispensaba. Por un lado, la operación mediática del llamado Nuevo Cine Mexicano -González Iñárritu, Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón...-, que Ripstein se encarga de poner en su sitio: "Son creadores de un indiscutible talento, pero evidentemente no hacen cine mexicano". Por el otro, la pujanza de una poética del vacío formulada por Carlos Reygadas, capaz de encandilar los paladares y festivales más exigentes, que alejaron su atención de lo que Ripstein tenía que ofrecer. "Mi carrera se ha definido en base a la contumacia y la buena suerte. Se ha visto mucho más favorecida fuera de mi casa que en ella. Es una boutade, claro, pero puedo decir, como Pedro Almodóvar, que en mi caso nadie es profeta en su tierra".



-¿Cree que esta película le colocará de nuevo en el ojo de la crítica internacional?

-Ojalá. Yo estoy muy contento con ella.



-¿Y es ese un sentimiento infrecuente cuando termina una película?

-Absolutamente infrecuente. Casi nunca puedo decirlo tan alto. Pero como el cine produce amnesia, tengo esa ventaja, que la siguiente película siempre ayuda a olvidar la anterior. Casi nunca me quedo satisfecho. Pero esta vez, sí. Tiene todo lo que ansiaba. Probablemente he hecho mi mejor película.



Probablemente.