Charlotte Gainsbourg en un momento de El árbol.

Charlotte Gainsbourg vuelve a interpretar un papel de alto riesgo en El árbol, un filme en el que se aborda la muerte de un ser querido y los efectos devastadores que se producen en su entorno familiar.

En La casa de Bernarda Alba Federico García Lorca planteaba, en un contexto extremo, la eterna cuestión de cuándo terminan, si es que terminan, las obligaciones que los vivos siguen teniendo con los muertos. Cualquiera que haya perdido a alguien muy cercano, sabe que llega un momento de alegría en el que nos recorre el sentimiento de culpa.



La pregunta planea durante todo el metraje de El árbol, hermoso debut de la directora Julie Bertuccelli que se traslada a la campiña australiana para narrar, con suma delicadeza, el derrumbe de una mujer y sus cuatro hijos cuando el padre fallece súbitamente. Charlotte Gainsbourg interpreta a esa mujer desconcertada que se debate entre la necesidad de seguir viviendo y el desgarro que le provoca deshacerse de un pasado iluminado por la felicidad. Pasado que representa una hija pequeña que se refugia en la fantasía. Como explica la directora: " Simone dice que entre la tristeza y la felicidad elige la felicidad. No está diciendo la verdad, pero sí demostrando su voluntad de superarlo. El tiempo se pondrá de su parte. Al final, la vida se impone". El árbol del título es un inmenso ficus microphylla, espectacular variedad que sólo existe en Australia, que ejerce como metáfora del filme porque Simone, a sus ocho años y autoproclamada como favorita de su padre, se convence de que el espíritu de éste se ha trasladado allí.



Espiritual y mágica

La película no desdeña el coqueteo con lo sobrenatural al asumir la mirada infantil, cargada de fantasía, como un punto de vista tan legítimo como el de su madre, que acaba desarrollando un parecido instinto por lo espiritual y mágico. "Es una película que he rodado muy cercana a mi experiencia de cuando tenía ocho años. La imaginación es el elemento crucial en esa época y lo que vemos es a una niña que tiene que hacer algo con su tristeza. Utiliza su creatividad para hacerse más fuerte a sí misma y aceptar que a veces en la vida tienes que dejar las cosas marcharse para seguir viviéndola". No sólo el árbol, la espectacular naturaleza australiana se erige como símbolo del filme en su quietud y su belleza pero también en su furia y destrucción: "La naturaleza es un espejo en el que se reflejan los sentimientos de los personajes", explica Bertuccelli.



Asistente de dirección de Kieslowski y Tavernier, Bertuccelli obtuvo un notable éxito con su primera película, Depuis que Otar est parti (2003), no estrenada en España pero recibida con excelentes críticas en todo el mundo. También trataba el asunto del duelo a partir de dos hermanas que deciden ocultar a la mayor de ellas la muerte del hermano falsificando sus cartas. El árbol, cuya fotografía bucólica y colorista recuerda a títulos de Hollywood como La vida secreta de las abejas, termina siendo una fábula que acaba conquistando al espectador por la fuerza de su candor y la sencillez de un mensaje esperanzado. Nos remite, en cualquier caso, a aquello del "ser o no ser" como única pregunta que jamás lograremos resolver. La irónica sonrisa final de Charlotte Gainsbourg, crecida en un personaje al que dota de un carisma que no figura en un guión quizá más atento a los personajes infantiles, acaba siendo testimonio de la imposibilidad, como Lorca escribió, de seguir tratando a los muertos como si nuestra deuda de desolación no terminará jamás.