Verónica Echegui en La mitad de Óscar.

Manuel Martín Cuenca (Almería, 1964) lleva años empeñado en darse esquinazo. Cada una de sus películas es, por definición, lo opuesto. Y para prueba La mitad de Óscar. Imposible encontrar una línea de continuidad en una filmografía que va desde una novela adaptada (La flaqueza del bolchevique) al documental detenido en el rostro de un hombre que fuma (Últimos testigos). "Me resulta aburrido hacer lo que los demás esperan", se justifica.



Su nuevo trabajo es una cinta esencialmente esencial con la voluntad declarada de alcanzar el punto exacto en el que las palabras empiezan a sobrar. Minimalismo, dicen. No en balde, el mejor cine está construido desde lo que oculta la cámara. Ninguna imagen es capaz de hablar con sentido de la propia lógica que la construye. Y eso, la verdad, desconcierta. Lo importante siempre es esa lógica oculta. Ahí reside lo que de vida, de autenticidad, pueda tener una película. A lo único que puede aspirar la imagen es a mostrar (que no a decir) su propio sentido. El mejor cine está, en definitiva, elaborado con materiales fungibles como el silencio. La mitad de Óscar relata un amor imposible, una pasión prohibida y censurada. Dos hermanos se ven enfrentados al rigor brutal de una pasión condenada. El resto es devastación.



Paisajes psicológicos

Cuenta Martín Cuenca que le obsesiona John Ford. "La forma en la que el paisaje pasa a formar parte de la propia psicología de los personajes, de lo que ocurre". Le cautiva, en definitiva, la forma con la que el director de Centauros del desierto era capaz de hacerse perfectamente transparente; el modo en el que sus personajes, minúsculos, habitaban los amplios espacios al oeste del Oeste; la manera en la que las huellas de la vida horadaban los rostros de sus protagonistas. La referencia, pues, es el director que hizo de la total ausencia de estilo su único e intransferible estilo. Se trata del cine desnudo que, enfrentado a la imposibilidad de decir, muestra la verdad como única opción. Es así.



La mitad de Óscar es, si se quiere, una película que bucea en lo que la verdad esconde. La idea no es otra que alcanzar el silencio; que mostrar el espacio abierto en el que la ausencia cobra la dura presencia del pedernal. Una película distinta. "No creo que estemos obligados a hacer todos lo mismo".