Image: Vicente Molina Foix: Detesto el cine literario

Image: Vicente Molina Foix: "Detesto el cine literario"

Cine

Vicente Molina Foix: "Detesto el cine literario"

El escritor estrena este viernes su segundo largometraje, El dios de madera

14 julio, 2010 02:00

Vicente Molina Foix. Foto: Quique García

Es uno de los escritores más populares y respetados de España (Museo provincial de los horrores, Los padres viudos, La misa de Baroja o El vampiro de la calle Méjico son algunos de sus títulos). Como director, debutó con Sagitario (2001), un drama sobre varios personajes perdidos en el Madrid actual, y ahora prosigue su andadura con El dios de madera, que llega este viernes a la cartelera. En esta extraña y compleja tragicomedia, Molina se adentra en la peculiar relación entre una madre y un hijo (Marisa Paredes y Nao Albet) cuyas vidas, en una Valencia burguesa, se ven trastocadas por dos inmigrantes. La madre redescubrirá con el africano Yao (Madi Diocou) la sensualidad de la piel y el hijo adolescente vivirá los primeros tormentos del amor con el árabe Rachid (Soufianne Quaaraab). Durante una larga entrevista, el director analizó las claves de este filme y ...

- ¿Cómo surgió Sagitario, su primera película?
- Fue un guión que comencé a escribir y mientras lo hacía me di cuenta de que estaba planificándolo al mismo tiempo. Ese fue un primer aviso. El guión gustó a un productor muy conocido que quería comprarlo pero para que lo dirigiera un director que tenía en la cabeza y que no era yo. Todo el mundo me recomendó que no dudara y lo vendiera aunque yo seguí con la duda. Y fue muy peliculero, porque el día antes de la firma me llamó Fernando Colomo para preguntarme si lo quería hacer. Y allí vi mi oportunidad. Disfruté mucho con el cásting, el rodaje... En el cine haces la película tres veces: la escribes, la ruedas y la montas, fue una sorpresa ver cómo puedes cambiarla del todo.

- ¿Se considera antes cineasta que cinéfilo?
- Yo soy de los que siguen yendo mucho al cine. Tengo amigos muy cinéfilos que rara vez van porque pefieren verlo en casa. Yo tengo muy claro que soy escritor y que como tal hago películas. La realidad es que he publicado veinte libros y sólo he dirigido dos películas. De hecho, el dirigir la primera fue casual. Y eso que ya a los 18 años quería ser director, y entonces trabajé con Jess Franco, que fue un debut alucinante. Era la cara más brutal de la industria del entretenimiento y aquello quizá me apartó un poco. Después me fue bien con la literatura y el cine nunca fue algo que estuviera en mi cabeza hacer. Escribía de cine, escribí algún guión... pero no más.

- ¿Se siente entonces como intruso en el cine?
- Me sorprende cuando alguna vez voy a algún acto y me presentan como "escritor y cineasta". Soy humilde a este respecto. Pero sí es cierto que no veo el cine como una extensión de las novelas que he escrito. El cine me tienta por dos cosas: primero, porque es una manera de plantear historias que se me ocurren en imágenes. O sea, historias no basadas en la verbalidad literaria. Yo detesto el cine literario. A mí me gustan las novelas literarias y las películas cinematográficas. En este sentido, Hitchcock para mí es el maestro de un planteamiento puramente fílmico. La segunda razón, que es la más importante, es trabajar con los actores. Desde el primer momento, me resultó fascinante ver a los personajes creados por mí interpretados por actores. Le daba una gran novedad a mi forma de utilizar hasta entonces la narración. En realidad, lo que más me gustó es que fue un placer, para mí crear es pasarlo bien. No soy uno de esos artistas que sufren trabajando.

- ¿Qué más diferencias observa entre escribir y dirigir?
- Uno deja de ser el rey absoluto de la creación. En literatura lo controlas todo. El cine es puro accidente. Recuerdo una vez, cenando con Paul Auster, en la que me advirtió que dirigir era maravilloso pero muy distinto. Me explicó que, rodando Lulu on the Bridge, había una escena en la que estaba previsto en el plan de rodaje que hubiera un coche cuyas puertas se abrieran de fuera para adentro. Llegó el día y apareció un coche que se abría como cualquier coche. Y allí tuvo que cambiar de un momento a otro lo pensado. Yo me encontré con situaciones similares. La gracia es que es puro accidente pero puede ser un accidente feliz.

- ¿Cómo fue trabajar en su nueva película, El dios de madera?
- Fue un reencuentro con el gran placer de trabajar con los actores. Y también con todo un equipo. Escribir es muy solitario y es bueno trabajar con gente. Por ejemplo, la imagen. Yo quería que fuera muy cuidada, muy cinematográfica, y allí te encuentras con la ayuda del operador (Andreu Rebés) y al resto del equipo ayudándote.

- La relación materno filial está en el centro de la película. Es curioso cómo al principio el hijo hace el papel de "moderno" y progre y poco a poco los papeles entre ellos van cambiando.
- El abrazo final los unifica, pero sí es cierto que eso ocurre. Desde luego, el chico acaba haciendo una cosa horrible. Pero yo siento afecto por ese chico. Por una parte, porque es muy joven. También tiene un pasado que le condiciona mucho. Y luego me resulta fácil comprender su frustración al estar viviendo una historia de amor que no es satisfactoria. Y él sencillamente tiene celos al ver que su madre sí está disfrutando sexualmente con el senegalés. Es muy común que los hijos de madres divorciadas reaccionen con hostilidad cuando ven a un hombre que no es su padre en la casa. Todos los factores se unen y ella, que empieza siendo muy convencional, acaba cambiando su perspectiva. A mí, de todos modos, lo que me pasa es que siempre quiero a todos mis personajes, incluso a los realmente malos como el protagonistas de El abrecartas.

- ¿Cómo abordó el tema de la inmigración?
- Yo no quería hacer una película sobre los inmigrantes. Sí se dan unas pinceladas, vemos que llegan en unas condiciones durísimas, sus problemas con los paples, las dificultades diarias. Pero no he querido hacer una película que denuncia la situación de los inmigrantes. Es una fábula en la que los estranjeros se abocan a una especie de paraíso, porque esto para ellos creen que lo es, y luego lo que pasa. Hay una doble búsqueda de algo que no existe, y es un poco la metáfora que hay en la película. Hay una situación de rechazo y fascinación hacia los inmigrantes. Y ellos sienten lo mismo con nosotros. Para ellos esto no es el paraíso y ellos no representan esa idea de pureza salvaje con que a veces los mitificamos. Unido a la idea mítica de su capacidad sexual. Es una película sobre la esperanza y la frustración de esa esperanza en los inmigrantes y los europeos.

- Hay una reflexión sobre la mirada que aplicamos sobre esos "nuevos" españoles.
- Los inmigrantes representan el presente y los españoles el pasado. Para ellos, una vez llegan, todo es nuevo y se basa en el futuro. Quienes ya están allí acumulan todo su pasado asociado a ese lugar. Tratan de ponerse a la altura de este presente sugestivo y seductor que han encontrado al azar, pero es difícil porque son el producto de una cultura, una religión... Desde luego, yo creo que la inmigración es el tema de nuestro tiempo.