Image: 100 años de Kurosawa

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Cine

100 años de Kurosawa

El mundo del cine celebra el humanismo y la perfección estética del maestro japonés

19 marzo, 2010 01:00

Akira Kurosawa. Foto: AP / K.N.

Steven Spielberg lo definió como "el Shakespeare pictórico". Akira Kurosawa hubiera cumplido el próximo 23 de marzo 100 años y la efeméride pone de actualidad una de las filmografías más apasionantes y profundas de la historia del cine. Conocido en Occidente sobre todo por sus historias de samuráis, el maestro japonés dejó para la posteridad títulos tan emblemáticos como Rashomon, Los siete samurais, Trono de sangre, Dersu Uzala, Ran o Los sueños. Muy influido por el cine y la narrativa occidental, John Ford y el propio Shakespeare fueron sus iconos, la obra de Kurosawa sigue brillando por la fuerza de su humanismo y la belleza plástica de sus imágenes.

Al final de Trono de sangre (1957), adaptación de Kurosawa de Macbeth, se asegura que "todo aquello conseguido mediante el mal, termina mal". La frase podría resumir a la perfección el espíritu de la obra de su autor, un cineasta que una y otra vez mostraba la dicotomía entre la vileza y la bondad. Se trata de mostrar cómo los seres humanos pueden escoger entre una y otra las incalculables consecuencias que tiene esa elección sobre ellos mismos y los demás.

Esa idea del hombre sumido a la intemperie en un mundo cruel, en el que la belleza brilla como una gema poderosa capaz de redimir a la humanidad entera, es la base de un artista que consideraba al ser humano como un ángel y un demonio. La conocidísima historia de Los siete samuráis, donde los desvalidos habitantes de un pueblo devastado por la brutalidad de unos bandidos recurren a unos mercenarios para que los salven, resume esa continua batalla de tintes maniqueos y redentores, muy próxima a la sensibilidad occidental, lo que explica en buena parte por qué Kurosawa y no Kenzi Mizoguchi o Yasujiro Ozu, artistas que alcanzaron su misma profundidad artística, ha acabado por convertirse en el director japonés más célebre y popular fuera de sus fronteras.

Es en el humanismo de Kurosawa donde millones de espectadores se han visto identificados y, por qué no, elevados. En Rashomon (1950), por ejemplo, por la que ganó un León de Oro en Venecia, uno de los protagonistas señala que "un demonio quiso vivir entre los humanos para observar cómo eran, y volvió al infierno demasiado asustado". Sin embargo, al final, el llanto de un bebé abandonado y generosamente adoptado por otro de los protagonistas, devuelve, textualmente, "la fe y la esperanza en el ser humano". Una fe y una esperanza que el propio Kurosawa no quiso perder jamás a pesar de las muchas desgracias que vivió en vida: la muerte prematura de cuatro de sus seis hermanos o la terrible experiencia de la II Guerra Mundial. Su primer contacto con el horror, de hecho, aconteció a los 13 años, cuando un gran terremoto destruyó Tokio, dejando más de 100.000 muertos. Akira y su hermano Heigo (que se suicidaría cuando éste tenía 20 años) salieron a pasear entre la devastación, donde se apiñaban los cadáveres entre los escombros, y su hermano le obligó a no apartar la vista, lo cual le enseñó, según su propia confesión, a mirar de frente a sus propios temores. Después, la obra de Kurosawa abundó en asesinatos y destrucción.

La dimensión moral, y por qué no, moralista, del maestro es uno de los pilares esenciales de su filmografía. La dimensión estética es la otra. Kurosawa comenzó a trabajar como pintor y aunque no fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes, esa vocación primigenia puede detectarse de forma evidente en sus películas, donde la composición de los planos y la paleta de colores dan muchas veces la impresión de que su propósito era realizar verdaderas "pinturas en movimiento". Esa obsesión por la belleza visual le dio la reputación de ser un cineasta enfermizamente perfeccionista, por lo que era conocido como "Tenno" (el "emperador") por sus formas dictatoriales. En Rashomon utilizó tinta negra para teñir el caudal de un río y dar la impresión de lluvia intensa, agotando además todo el suministro de agua de la zona; para Ran (1985) hizo construir un castillo entero en las laderas del Monte Fuji sólo para quemarlo en la secuencia final. Muchos recordarán la calidad pictórica de una de sus últimas obras Sueños (1990), en la que revivió los mitos japoneses en una sucesión de imágenes hipnóticas en las que refina hasta el paroxismo su olfato exquisito para la utilización de la paleta de colores.

Querencia judeocristiana
Los mismos motivos por los que Kurosawa alcanzó un importante lugar en el corazón de los occidentales le valieron muchas veces el desprecio y las críticas de sus compatriotas, muy particularmente de las autoridades niponas que, sobre todo en tiempos de la II Guerra Mundial, le reprocharon la que consideraban excesiva querencia por la cultura judeocristiana. Kurosawa fue un gran adaptador al contexto japonés de grandes obras europeas y estadounidenses: como se ha dicho, Trono de sangre es una adaptación de Macbeth, y volvió a adaptar a Shakespeare en Ran, libérrima versión de El rey Lear. También hizo versiones de El idiota de Dostoievsky, en el filme homónimo de 1951 o de Los bajos fondos de Gorky en 1957. El infierno del odio se basa en una novela negra del escritor estadounidense Ed McBain y Yojimbo (El mercenario) está inspirada en Dashiell Hammet.

Fue en la década de los 50 cuando el cinesta desarrolló la técnica cinematográfica que le hizo famoso: la composición exacta de los encuadres; la utilización del teleobjetivo para filmar a los actores desde lejos; la atención hacia la climatología, que se utiliza como constante recurso expresivo que ilustra el clima moral de la historia y los sentimientos de los personajes o las cortinillas verticales, que George Lucas imitó en su Guerra de las galaxias. A todo ello cabe sumar la marcada, y confesa influencia de John Ford, con una misma querencia por retratar la espiritualidad de sus protagonistas y darles contenido, fundiendo sus vivencias con el paisaje y creando un solo todo cinematográfico. Fue Rashomon, una vez más, la que marca el verdadero punto de inflexión y define de forma precisa los contornos de su obra. En la película se narra un mismo asesinato a partir de cuatro perspectivas completamente distintas entre sí, algo habitual hoy en día pero que en su momento fue considerado revolucionario.

Desde entonces, esa multiplicidad de miradas sobre un mismo hecho, con la que Kurosawa aspira a alcanzar el ideal shakespeariano de ser "poeta de poetas, fue conocida como "efecto Rashomon" y su influencia ha sido decisiva en cineastas como Tarantino, Robert Altman o Paul Thomas Anderson. Se trata del adiós cinematográfico al narrador omnisciente y el principio de la subjetividad en el cine, mediante la introducción definitiva de los saltos temporales y la consolidación de lo fragmentario y caótico en la hasta entonces hiperestructurada narrativa cinematográfica que Kurosawa convirtió en antigua.

Si Rashomon marca un punto de inflexión, el otro es Los siete samuráis (1954), todavía hoy la película más popular del cineasta, en parte debido a sus numerosos remakes (el más conocido, Los siete magníficos, 1960, de John Sturges). El honor, la lealtad y la traición, temas muy queridos por Kurosawa se ajustaban perfectamente a la temática samurai que repetiría en cintas como La fortaleza escondida (1958), Sanjuro (1962) o Kagemusha (1980). En estas películas, a imagen y semejanza del western, el samurai representa al individuo enfrentado a las contricciones sociales, la eterna lucha entre el deseo de libertad de esos seres solitarios de férrea moral que Kurosawa admira y el inevitable choque contra las convenciones sociales y la intrínseca maldad humana.

Para la retina quedarán las bellísimas imágenes de su única película fuera de Japón, la rusa Dersu Uzala, por la que recibió su segundo Oscar (el tercero fue honorífico, en 1990). Además de ser una apología ecologista avant la lettre es uno de los más bellos cantos a la vida jamás filmados. Una reivindicación de todo aquello que de noble tiene el ser humano, que Kurosawa amó como muy pocos cineastas. Su obra es el fiel testimonio de ese humanismo hoy convertido ya en una rareza.

El siglo Kurosawa

23 de marzo de 1910. Akira Kurosawa nace en Tokio siendo el séptimo y último hijo de una familia acomodada de tradición militar.

1930-33. Se suicida su hermano Heigo, al que estaba muy unido, y poco después muere otro de sus hermanos. Kurosawa, que comienza trabajando como pintor, los llama "los años oscuros".

1938. El maestro entra a trabajar en los estudios Toho en un programa para apren- dices de director de cine. Da sus primeros pasos como asistente de dirección del cineasta Kajiro Yamamoto.

1943. Rueda su primera película, La leyenda del gran judo, basada en un best seller. El filme se convierte en un gran éxito de taquilla que se repite con su segunda parte, de 1945.

1945-49. Rueda su serie de películas muy marcadas por la II Guerra Mundial y de notorio carácter propagandístico como La más bella (1944) o Los que construyen el porvenir (1946).

1949. Rueda su primera película con su actor fetiche, Toshiro Mifune, Perro rabioso. Es un thriller ambientado en los bajos fondos de Tokio. Mifune protagonizaría 16 películas de Kurosawa y se convertiría en su rostro más reconocible.

1950. Kurosawa alcanza el reconocimiento internacional con Rashomon, con la que gana el León de Oro en Venecia.

1954. De nuevo, alcanza una gran notoriedad con Los siete samuráis, una de las películas más influyentes (y copiadas) de la historia del cine. Ganó un León de Plata en Venecia.

1957. Estrena Trono de sangre, adaptación de Macbeth de Shakespeare. En Ran (1985) volvió a adaptar al dramaturgo, que era su autor preferido, obteniendo cuatro nominaciones al Oscar.

1961. Kurosawa acaricia de nuevo la glo-ria internacional con Yojimbo (El mercenario), en la que asienta su fama en Occidente como director de películas sobre samuráis. Sergio Leone hizo un remake en Por un puñado de dólares.

1965. Tras el fracaso de Barbarroja, el director no consigue financiación y sobrevive haciendo anuncios.

1971. Deprimido por el fracaso de su regreso al cine, Dodes-kaden (1970), se intenta suicidar.

1975. Dersu Uzala gana el Oscar a la mejor película extranjera y lo devuelve al camino del éxito internacional.

1990. Recibe un Oscar honorífico en reconocimiento a su carrera y realiza uno de sus últimos filmes, el bello Sueños.

1998. Kurosawa muere en Tokio. Cinco años antes había dirigido su último título, Madadayo, en el que un viejo profesor, preguntado si está preparado para la muerte contesta: "Aún no".