Welles

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Cine

El Quijote oculto de Welles

El Cultural rescata del olvido dos escenas del guion de Orson Welles que muestran la originalísima visión que tenía el genial cineasta de la obra de Cervantes. Juan Cobos, crítico y asistente del director norteamericano, que siguió de cerca todo el proceso, escribe sobre la película maldita

6 enero, 2005 01:00

FRAGMENTOS DEL GUIÓN DEL QUIJOTE DE ORSON WELLES

Dando traspiés en la sala a oscuras, Sancho se cruza con Miss Gump, la autoritaria institutriz de Dulcie, que sale. Es evidente que acusa el calor reinante. Se abanica nerviosa camino del aire fresco de la calle.

Dulcie se queda en la butaca con un pirulí y sus ojos fijos en la pantalla. Sólo vemos el haz de luz y el movimiento de los rostros de los espectadores. Por la banda sonora adivinamos que se trata de un horrible film de época.

Sancho escudriña la oscuridad en busca de su señor y cae sobre un grupo de espectadores que le empujan con violencia.
Avanza por el patio de butacas.

Don Quijote está en una butaca pero Sancho no le ve. Está en una butaca del pasillo, pasmado de asombro por las maravillas de la pantalla.

Sancho molesta demasiado y parte del público, indignado, le obliga a sentarse. Viene a hacerlo junto a Dulcie, en el asiento que ocupaba la institutriz.

Es su primer encuentro. Cambian fugaces y amistosas miradas. Luego, ella vuelve a la pantalla. Sancho también acaba embebido por la magia de las imágenes. Dulcie le da un pirulí. Los dos devoran la película con sus ojos.

Por sus rostros seguimos el desarrollo de la película...

La música de la banda sonora suena ahora bastante más alta que las palabras de los actores.

En las caras de Dulcie y Sancho se reflejan las emociones: felicidad, temor, melancolía...

Las cosas empiezan a ponerse al rojo vivo... Se prepara un gran combate y los chicos de gallinero silban y aplauden... El efecto sobre Don Quijote es tremendo. Al aproximarse la película a un clímax violento, el caballero se pone en pie de un salto.

Sancho le ve y va hacia él... pero es demasiado tarde. Desenvainando su espada enmohecida, Don Quijote ha saltado vehemente al escenario. El público se alborota y gesticula.

Don Quijote desafía a los caballeros de la pantalla y luego... entra en combate.

En el patio de butacas, profundamente horrorizado y bloqueado por el público, ve cómo Don Quijote carga contra la pantalla y la hace jirones. Quedan al descubierto los altavoces. La espada es impotente ante la banda sonora pero sigue atacando encarnizadamente mientras fragmentos de la acción violenta se proyectan en el rostro del caballero.

El público se acerca y Don Quijote se vuelve para hacer frente a esta nueva amenaza... Y descubre a Dulcie.

Ella alza sus ojos hacia él...

El la mira desde lo alto. Sus ojos están llenos de la visión de su señora Dulcinea...

En la banda sonora, la orquesta in crescendo remata la secuencia con una dulce melodía amorosa. Don Quijote deja escapar un profundo suspiro...

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Welles en un coche de caballos por un parque.

VOZ de Dulcie (off). En España las corridas siempre empiezan a la hora en punto; te aconsejo que salgas con tiempo. Pero le alcancé…

Dulcie hace señas para que se detenga el coche de Welles y sube a él.

...Me había dicho que podía acompañarle pero que no se hacía responsable de llevar a una menor -por muy persuasiva que sea- a una corrida de toros... Nunca había visto un torero, pero mi idea es que se trataba de caballeros andantes y admitió que eran los únicos hombres que viven hoy de su espada.

Welles y Dulcie se mezclan con la muchedumbre a la entrada de la Plaza de Toros.

Dulcie (pensativa). “Viven de su espada”. ¿Como míster Quijote?
Welles. No exactamente. Se trata de una profesión, no de una vocación. El torero es más una especie de héroe mercenario; Don Quijote era un vocacional.

Dulcie (bruscamente). ¿Qué quiere decir “era”?
Welles. Perdona... Tu amigo es aún una parte real de España. En cierto sentido, él “es” España.

Welles señala una gran foto pegada en una pared cercana: la foto de un gran matador.

Dulcie: ¿Quién es?
Welles. Era amigo mío. Se llamaba Manolete... A Don Quijote le llamaban “El Caballero de la Triste Figura”. ¿No te parece que a éste también le cuadraba ese nombre?... Don Quijote trataba a los molinos de viento como si fuesen gigantes. Manolete trataba a los toros como si fueran molinos.

Dulcie. ¿Qué le pasó?
Welles. Al fin uno de los molinos acabó con él.

Dulcie. O sea que en vez de matar él al toro…
Welles. Oh, el toro también murió.

LA CORRIDA

Serie de planos de Dulcie y Welles sentados en la Plaza.

Dulcie (señalando). ¡Oh, mire...!
Welles. Es uno de los picadores.

Dulcie. ¿Qué es lo que hace?
Welles. Pica al toro en el cuello para que baje la cabeza y el matador pueda pasar su espada por encima de los cuernos...

Dulcie. ¿Qué lleva en la pierna?
Welles. Una armadura... Sobre ella se abrocha los pantalones.

Dulcie. ¿Una armadura de verdad... como la de los caballeros antiguos? ¿Como la de míster Quijote?
Planos subjetivos de la corrida. Cuando el toro carga al caballo, pasamos a
Welles y Dulcie.

Dulcie. Ese hombre es odioso... ¡Cómo pincha con su lanza al pobre toro!
Welles. Le pagan por eso. Es su trabajo.

Dulcie. ¿Por qué acepta ese trabajo? Le odio.
Welles: Está acostumbrado. Todo el mundo odia al picador; es el malvado oficial de la corrida.
Suena un clarín.

Dulcie. ¡Qué significa esa trompeta?
Welles. Avisa al picador de que pare.

Dulcie. ¡Vaya, ya era hora!
Gritos acalorados en off.
La atención del público se ha desviado. La gente en pie mira fuera de campo... Luego empieza a moverse.
Dulcie sale del encuadre seguida de Welles.
Don Quijote aparece en escena y con gran alegría de Dulcie lanza un caballeresco desafío al asombrado picador.
La gente de las andanadas se vuelve para ver y jalear la nueva y menos vista contienda que se desarrolla en el ruedo... Pronto acuden los toreros en ayuda del picador. Se entabla una gran batalla y al único al que nadie presta atención es al toro.

Welles. ¿Qué dice tu amigo?
Dulcie. Quiere que el picador confiese que no hay en el mundo doncella más hermosa que la sin par Dulcinea.
Welles. Pero no creo que el pobre picador haya leído el libro...

Dulcie. ¡Nada de pobre picador!... Mister Quijote sabe lo que hay que llamarle: “Eres un ser monstruoso y arrogante”. Eso es lo que le está llamando. Les dice que vengan uno a uno, como ordena la caballería andante, o juntos si tal es la triste costumbre de su ralea.
Superado numéricamente, Don Quijote finalmente es forzado a retroceder y luego a retirarse... Toreros, guardias y demás le siguen enfurecidos... Mientras tanto, como es natural, Sancho se lleva la peor parte...

Baile de máscaras

Por Juan Cobos

Al final de la indagación cinematográfica del cineasta François Reichenbach de 1966, Portrait d'Orson Welles, éste dice: "Ya no estoy en condiciones de permitirme muchas derrotas. Es preciso que encuentre un terreno donde mis posibilidades de perder no superen a las de ganar". Algún tiempo antes de morir, reclamó desde Los Ángeles una copia de trabajo de Don Quijote con la esperanza de perfilar aún más su estructura y ponerla en el mundo libre de su leyenda de film maldito.

La historia del cine está llena de obras sin vida y de infinidad de productos mediocres. Welles es de los pocos que jamás se resignaron a esa trágica realidad. Por eso, una y otra vez a lo largo de casi treinta años, intentó recrear de acuerdo con los tiempos una obra singular que de haberla podido ver en cada uno de los estadios por los que pasó nos daría cuenta exacta de cómo durante ese tiempo un artista se va enfrentando a un proyecto que le apasiona, pasando de una época más vitalista a otra de más serena reflexión, inmerso siempre en los diversos medios artísticos en que desarrolló toda su vida.

De no ser prototipo de artista impopular en un arte popular, su larga carrera habría dejado no únicamente las obras maestras que se agrandan día a día sino proyectos inacabados o que nunca superaron su fase escrita,la única en la que el cineasta es totalmente dueño y señor. En esa lista figuran obras de las que conocemos fragmentos: El Rey Lear, The Deep, It's All Trae, The Other Side of the Wind, Los soñadores, El mercader de Venecia, y en especial Don Quijote. Entre las que no se filmaron, Hernán Cortés, su episodio de Jacob en La Biblia en compañía de los de Luchino Visconti y Robert Bresson, o Moby Dick Rehearsed, la primera hecha en su totalidad por John Huston sin que Welles quisiera firmar dos de los guiones —además del que iba a dirigir3 escribió sin firmar y a petición de De Laurentiis, el de Visconti, José y sus hermanos, la segunda pasada del escenario semidesnudo a los grandes exteriores y él interpretó al Padre Mapple.

En su regreso a Hollywood tras su primera estancia de trabajo en Europa (1947 a 1956) Orson Welles acuerda hacer unos espacios televisivos para el show de Frank Sinatra, y ofrece realizar unos episodios de Don Quijote con los personajes cervantinos que deambulan por escenarios de la mitad del siglo XX.

El rodaje será en Méjico, con medios muy limitados por estrechez máxima del presupuesto. Su compañero en Sed de mal, el ruso Akim Tamiroff, acepta entusiasmado esas condiciones porque conoce y ama a Cervantes. Don Quijote lo interpretará un exiliado español, el republicano Francisco Reiguera, posiblemente sugerido por Oscar Danzigers, a veces productor de Luis Buñuel quien en varias ocasiones recurrió a este actor para papeles secundarios y como ayudante en su primer trabajo en el cine estará Juan Luis Buñuel.

Welles rueda al estilo de los primitivos cineastas americanos, muy a lo Mack Senté, el hombre que descubrió a Chaplin, a Buster Keaton, a Carole Lombard y a Gloria Swanson. Aquellos rodajes en unos arrabales de Los Ángeles se improvisaban sobre unas líneas que, como los primeros argumentos que vendía Griffith por cinco dólares antes de dirigir, se escribían a menudo en una cuartilla... Consciente de que su material va a insertarse en el show de una televisión todavía afirmándose frente al cine, Welles recupera la alegría de rodar con lo esencial e improvisar la acción de sus episodios sabiendo de memoria el texto de la novela.

Al tratarse de un segmento en el programa de Frank Sinatra, la fama como actor de Orson Welles hacía aconsejable su irrupción frecuente como personaje —la película en ese tiempo empezaba con él que, en el jardín de su hotel en Ciudad de México, encuentra a una niña americana, Dulcie, que intenta leer la obra de Cervantes. En el guion los dos grandiosos personajes sólo son vistos por la niña en sus andanzas y es Welles quien la guía con breves observaciones. Ella cree más en los personajes que en el libro.

Y Welles nos confesaba años más tarde a Miguel Rubio y a mí que eso es lo que sucede con Don Quijote y Sancho. “Nunca me atrevería en España a dar una opinión sobre Don Quijote, pero tengo la certeza de que Cervantes se puso a escribir una historia corta y sus personajes tomaron vida y tiraron del escritor; tenían una vitalidad que sorprendió al autor y continúa sorprendiéndonos todavía a nosotros. Eso es lo que me pasó con la película: Don Quijote y Sancho tienen una vida que yo como cineasta tampoco puedo detener. No son marionetas; son libres, curiosamente independientes. Lo que me preocupa para poner fin a la película es que quizás el mundo moderno les destruiría. Y sin embargo no logro ver a Don Quijote destruido. ése es mi problema”.

En el final de ese guion que tenía ensamblado, había una frase muy clave en todo su enfoque: "Hay algo muchísimo más peligroso que todos los adelantos de hoy, y es el mal en el mundo. ... Proteger la inocencia es algo a lo que no podemos renunciar".

Justo en esos días de 1967, Orson Welles, a través de Lizarza, su abogado, inicia los trámites para adoptar la nacionalidad española, y se plantea definitivamente españolizar por entero su versión, rehacer algunos fragmento en paisajes nuestros, enfrentar a Don Quijote con su auténtica tierra a mediados del siglo XX. Ya intuía que el país que tanto le apasionaba vivía en un gran período de transición, que estaba surgiendo un nuevo país y se preguntaba si Don Quijote seguiría siendo un personaje representativo de esa España: ”Creo que sí. El gran mito es Don Quijote, pero Sancho es el gran personaje. Es maravilloso, un personaje maravilloso… Don Quijote es la mitad de España y Sancho la otra mitad. El hidalgo es el sueño español de la caballerosidad en toda su absurda maravilla. Es la locura llena de nobleza, de dignidad y de incorruptible galantería que ilumina el carácter español. Su escudero es la tierra española misma. Es todos los hombres que han vivido sobre esa tierra desde que se aró por vez primera. En el sueño de Don Quijote donde los molinos son gigantes, las motocicletas son dragones, y una joven hermosa siempre es Dulcinea”.

El formato televisivo de agosto de 1957 ya está abandonado cuando siempre con su propios medios, logra añadir más episodios en Italia dos años más tarde. En una carta a Akim Tamiroff para convencerle de que venga a Roma le explica que ha reflexionado sobre lo hecho y que al tratarse de un proyecto cinematográfico hay que variar la estructura. Ya no aparecerá él dialogando con Dulcie, la niña. Eso resultaba adecuado para una audiencia masiva de televisión, consumidora de detergentes y sopas, Ahora será para un público que acude a las salas a compartir un espectáculo. El proyecto corto se hace largo. La forma en que escribía sus guiones, por secuencias separadas y esencialmente los diálogos, que luego agrupaba con la misma destreza que hacía con las secuencias filmadas, le permite hacer este intento que para él con toda humildad no es sino variaciones sobre un texto de Cervantes.

Los episodios que rueda en zonas cercanas a Roma sólo requieren sus dos personajes y los enfrentamientos que forman sus andanzas. En ese juego inteligente con la presencia de Alonso Quijano y Sancho en el mundo moderno, mantiene una escena primitiva: cuando el escudero pierde a su señor, éste desorientado se ha metido en una sala pueblerina de cine. Atónito por la luminosidad de la pantalla, ve en ésta una película de capa y espada donde un malvado trata de imponerse a una joven heroína. Fiel a su personalidad, Don Quijote ataca lanza en ristre el lienzo y desgarra las sombras que viven en él., mientras la chiquillería del gallinero brama ante la irrupción del intruso.

Había otra aventura quijotesca, también rodado en México, durante una corrida de toro donde el caballero ataca al picador por el daño que infringe al toro, y acaba en la calle, molido a palos en un carro que arrastra Sancho. El montaje que vimos en su casa de Madrid en 1967 tenía ciertos huecos pero era ejemplo de un respetuoso conocimiento de la obra de Cevantes que Welles había releído en la versión de Sir Walter Starkie, un irlandés, director del Instituto Brtitánico, al que Welles, nacido para el teatro en Dublín, admiraba y con el que compartía un interés enorme por una España que los dos conocían y amaban. Los diálogos que le tradujimos estaban en diversos capítulos de Cervantes y mostraban una labor excelente de búsqueda y reconstrucción de cada frase.

Reorganizado el material en el montaje, Welles escribió una escena para un comienzo espectacular. Un gran baile de máscaras donde los invitados visten y actúan como personajes populares de la literatura: Alicia, Don Juan, Blancanieves, Drácula, Pinocho, Falstaff, Tom Sawyer, Carmen, así hasta más de cien. Los únicos que no son ficticios son dos intrusos: Don Quijote y Sancho. Al final de esa fiesta, iniciaban sus aventuras.

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