Cine

El resplandor

Cien años de George Cukor

4 julio, 1999 02:00

George Cukor nació en Nueva York el 7 de julio de 1899, y en 1931 dirigió su primera película, "Honor mancillado". De este título a "Ricas y famosas" (1981), cincuenta años redondos y un mundo completo. El mundo de George Cukor, uno de los más grandes. Jaime de Armiñán recuerda hoy, cien años después, al maestro y su brillante esencia.

El que avisa no es traidor. Este cine de verano no va a proyectar la historia de las películas de Cukor, ni se dedicará a buscar datos sobre tan apasionante director, ni siquiera contará jugosas anécdotas: estos fotogramas forman parte del álbum de Cukor y de los recuerdos de un viajero, que en circunstancias especialísimas se bebió varios martinis con el artista mencionado y después se comió una langosta bien regada con vino de California. Cukor vestía de blanco y llevaba gruesas gafas que no ocultaban sus ojillos de miope, un poco saltones, maliciosos, sabios y escrutadores, ojillos austro-húngaros -entre músico y zapatero remendón- más próximos al Danubio que al Hudson, por hablar de ríos. Cukor nació en Nueva York en 1899, veinte años después de que su abuelo se decidiera a cruzar el charco, como tantos emigrantes centroeuropeos.
Bar en el entresuelo, al rico bombón helado, que aquel tiempo lo pide, y aún no hay palomitas. ¿Qué película echan? Es programa doble: "Mujercitas" e "Historias de Filadelfia", sale Katharine Hepburn, Joan Bennet, Jean Parker, otra vez Hepburn... ¡Qué cruz, mujeres, siempre mujeres, y menos mal que contamos con Cary Grant y James Ste-wart para hacer frente al tópico! La luz del cine se apaga, se encienden los recuerdos y se abre el álbum.
Repaso, especialmente, dos fotografías que siempre me llamaron la atención, tanto es así que las guardé dentro de un libro singular junto a algunos recuerdos también entrañables. Por casualidad hoy encuentro el rastro: sellos de correos USA con la distante imagen de Grace Kelly; de Gary Cooper en "Beau geste"; de John Wayne en "La diligencia"; y de Clark Gable y Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó"; un billete de autobús de Los ángeles (capicúa) y una postal de mi querida Pilar Miró escrita desde Tokio. Las fotos del álbum de Cukor dicen mucho y desmienten algo, en este caso las imágenes valen por algunas páginas escritas quizá con frivolidad de cinéfilo sabihondo. La primera habla de vocación, la segunda, de actores. Cukor de niño -cinco años- alza un dedito, como si fuera el mismísimo Hamlet, y sonríe triunfalmente. Va vestidito de negro, con un gran cuelllo blanco, y lleva un cinturón también blanco. Es un mínimo cómico y fácil resulta adivinar -aquí no nos hace falta Sherlock Holmes- que desde aquella fecha, precisamente 1904, ya esté oliendo el pis de gato de los escenarios. En la otra fotografía se deja abrazar por Fredric March. Actor y director parecen dispuestos a marcarse un vals o a punto de besarse: estamos en "Susan and God", 1940.

Se anuncia la primavera de 1972. Volamos sobre Los ángeles y ya es de noche. El cansancio, la tensión del vuelo, la naranjada de Iberia y el aburrimiento se olvidan. El avión desciende, deja las nubes arriba y descubre un enorme paisaje iluminado; todo el paisaje, lo que la vista abarca, se ha convertido en millones de luces, algunas en movimiento: Los ángeles no es una ciudad, son docenas de ciudades unidas, inseparables, y allí está encaramado Hollywood. Entonces recordé a mi amigo el catedrático Pedro Luis Cobos, que me subió a un cerro que hay sobre Murcia, me señaló un paisaje luminoso, hermosísimo, y me dijo: fíjate, aquello es Hollywood. Y llevaba razón, porque Murcia no tiene nada que envidiar a California.
Sueño cambiado, pocas horas de descanso, la luz del sol entra por las ventanas del Hotel Wilshire cuando suena el teléfono: le habla Ricardo Montalbán y desde hoy seré su cicerone. A las once les voy a buscar. El cuento empieza ahora. Nada menos que Montalbán, una gloria del cine hispano, un actor que hace galanes y traidores y aún conserva un gracioso acento mexicano, de guía en Hollywood. Dos días después recibo un telegrama: Cukor me invita a un small lunch in The Birtrot, junto a los directores nominados a la mejor película extranjera. Allí estaban Mamoulian, Frank Capra, Billy Wilder, George Stevens, King Vidor y Cukor; a mí me tocó sentarme entre Capra y Billy Wilder, y, como es lógico, se me iba la cabeza.
En los ya lejanos tiempos de mi adolescencia, los espectadores de cine, en estas sufridas tierras, desconocían el nombre del director de la película y se quedaban fijos en los artistas. Mi abuela me llevó al cine Salamanca -quizá fuera el Padilla- porque daban una película que me convenía ver, "Romeo y Julieta", y la interpretaban dos magníficos actores, Norma Shearer y Leslie Ho- ward. Debo confesar que a mí aquella película me aburrió mortalmente y además no me creía una palabra. Shearer me resultaba cursi, y era mayor. A Leslie Howard -con más de 40 años- le ocurría tres cuartos de los mismo. No debemos olvidar que Julieta cumple 14 y Romeo es un mocito de 16. Inconscientemente me quedé con Mercurio (John Barry- more) y con Edna May Oliver y salí decepcionado de aquella película de Cukor. Menos mal que lo pude remediar con "David Copperfield", donde estaba muy presente mi querido Dickens y brillaba el pobre niño Freddie Bartholomew, que ya me había partido el alma en "Capitanes intrépidos". Sin embargo, los dos personajes que me arrebataron fueron Maureen O’Sullivan y John Carradine. O’Sullivan me conquistó en "Tarzán y su compañera", y Carradine era uno de mis favoritos, por buen actor y por malvado, y en "David Copperfield" batía su propio y negro récord. Pero la película que me puso en la onda Cukor fue "Luz que agoniza", donde me enamoré locamente de Ingrid Bergman, amé y odié a Charles Boyer y sufrí de celos por culpa de Joseph Cotten, que estos son los efectos que puede producir el cine en ciertos espíritus aún todavía en floración. Ya sabía quien era Cukor al que puse nombre y apellidos, definitivamente, con "Historias de Filadelfia". Maestro, maestro en la dirección de actores, hombre culto y refinado que cuidaba hasta el detalle de un detalle o se enroscaba en la puntilla de las enaguas de la primera actriz. Venía del teatro y en los viejos escenarios de Nueva York inició su imparable carrera. Su amor por los personajes femeninos le creó una estúpida leyenda: Cukor es un director de mujeres. Leyenda que se amplió al decir de algunos: Cukor no dirige a los hombres, ni a las mujeres, sólo se ocupa del vestuario y de la fidelidad histórica del decorado.

Otra vez el álbum de fotos de Cukor, que se deja mecer por March. La mirada del actor anda perdida y se vuelve a sí mismo, los ojos miopes del director se clavan en el rostro de su protagonista y sus labios dicen algo que no podemos oír. Otra foto, esta de "Lo que el viento se llevó": Cukor acaricia la mejilla de Gable, el rey, el actor macho, que parece someterse, escucha y sonríe. El resultado fue muy distinto y Cukor acabó dándole paso a Victor Fleming. Volvemos la hoja. Un Cukor joven extiende la mano derecha y habla, Greta Garbo -tan guapa con un sombrero de fieltro y alas anchas- atiende. También sus ojos se han perdido dentro del personaje, y sonríe ante las palabras del maestro. Es la actitud típica de una actriz confiada, que escucha a su director y lo respeta, y no olvidemos que la actriz es una diva, nada menos que Miss Garbo. Hombres y mujeres: Gable hurta la mirada de Cukor, que actúa y se lleva una mano al pecho, Olivia de Havilland ríe y Vivien Leigh medita: para ella son las palabras del director. Grant también inclina la cabeza, mientras Hepburn cierra los ojos. Es Cukor el que habla desde este álbum, cuando alzó un dedo, creyéndose diminuto Hamlet, hasta que se ocultó para siempre.