No abrigo esperanza de que alguna vez podamos responder a la pregunta, la verdadera gran pregunta, de cómo es que existe el Universo. Tal vez terminemos aceptando que nuestro universo, de tamaño aparentemente inimaginable, no es sino una especie de burbuja en un Multiuniverso (o Multiverso), pero la pregunta continuará vigente. El cerebro del Homo sapiens es poderoso, sí, pero ¿tanto como para responder a semejante cuestión?

Sí tengo esperanza de que alguna vez, acaso pronto, se obtengan evidencias de vida en alguno de los, al menos, miles de millones de planetas –exoplanetas– que existen en nuestra galaxia, la Vía Láctea; que podamos encontrarlas en otras galaxias es ya mucho más difícil.

100 años-luz

Justo a comienzos de este mes de septiembre se ha anunciado la próxima publicación de un artículo en la revista Astronomy & Astrophysics en el que se presentan los resultados de la observación –realizada en el Observatorio Austral Speculoos en el desierto de Atacama (Chile)– de una pareja de exoplanetas, LP 890-9b y LP 890-9c, situados a una distancia de unos 100 años-luz de la Tierra, siendo LP 890-9c también conocido como Speculoos-2c, situado cerca de la denominada “zona de habitabilidad” de su estrella (LP 890-9 o Speculoos 2), en torno a la que orbita, un serio candidato a albergar vida, pues reúne las condiciones para que exista agua en su superficie.

Gracias a Drake se inició en los cincuenta el proyecto SETI, que tuvo en Carl Sagan a su gran divulgador

Se dice que es el “segundo mejor candidato” de entre todos los exoplanetas descubiertos hasta ahora para encontrar vida, aunque tiene en su contra el que se encuentra a una distancia de su estrella mucho menor que la de la Tierra al Sol, por lo que la radiación que recibe es elevada. Por su tamaño, aproximadamente un 40 por ciento más grande que la Tierra, se cree que es rocoso y no gaseoso como Júpiter. Se espera que el telescopio espacial James Webb dirija pronto su poderosa mirada hacia él y descubra la composición de su atmósfera.

Contacto

He vuelto a reavivar este viejo interés mío por la búsqueda de vida extraterrestre al conocer que el astrofísico Frank Drake, pionero en la búsqueda de vida inteligente extraterrestre, falleció el pasado 2 de septiembre: tenía 92 años. Fue gracias a él que en la década de 1950 se inició el proyecto SETI, siglas de Search of Extra-Terrestrial Intelligence (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), que tuvo en Carl Sagan a su gran divulgador, en particular con su novela Contacto, posteriormente llevada al cine.

Cuando SETI inició su camino la tecnología existente no permitía descubrir exoplanetas, por lo que Drake se planteó buscar señales electromagnéticas que delataran un origen “inteligente”. Fue, incluso, autor de una famosa ecuación, que dio a conocer en 1961, en la que estimaba el número de civilizaciones extraterrestres con tecnología lo suficientemente desarrollada como para permitir que pudiésemos entrar en contacto con ellas.

¿Especulaciones?

El vehículo para poder realizar semejante contacto no podía ser otro que el radiotelescopio, como argumentaron dos físicos de la Universidad de Cornell, Giuseppe Cocconi y Philip Morrison, en un artículo que publicaron en septiembre de 1959 en la revista Nature. “Los lectores –escribían– pueden pensar que estas especulaciones caen completamente en el campo de la ciencia ficción. En su lugar, nosotros proponemos que la línea anterior de argumentos demuestra que la presencia de señales interestelares es completamente consistente con todo lo que sabemos ahora, y que si existen tales señales, ya están disponibles los medios para detectarlas. Es difícil estimar la probabilidad de éxito, pero si nunca buscamos, esa probabilidad es cero”.

Radiaciones y sonidos

Este artículo causó sensación en los medios astronómicos y ayudó a que Otto Struve, el director del centro en el que trabajaba Drake, el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Green Park, en Virginia, autorizase emprender una búsqueda. El programa, bautizado con el nombre de “Ozma”, se puso en marcha en 1960, utilizando un nuevo radiotelescopio. Se centró en dos estrellas cercanas, Tau Ceti y Epsilon Eridani. Entre abril y julio de 1960, con una dedicación del radiotelescopio de seis horas al día, se examinaron las radiaciones y sonidos que procedían de esas estrellas, buscando regularidades que pudiesen seguir la secuencia de los números primos o los dígitos del número Pi, pero no se encontró nada revelador.

Recuerdo de Arecibo

No se desanimó por ello Drake, quien continuó empeñado en la búsqueda, para la que contó, a partir de 1974, con el mayor radiotelescopio del mundo, instalado en Arecibo (Puerto Rico), en la actualidad fuera de servicio al haber colapsado en 2020. Aunque el avance de la electrónica permite ahora desarrollar búsquedas mucho más completas, y existen más radiotelescopios que emplean pate de su tiempo en la búsqueda de señales de vida “inteligente” extraterrestre, aún no se ha detectado algo que indique que ésta exista.

Intentar detectar señales es una tarea tan necesaria –“por el honor de la especie humana”, podríamos decir imitando una célebre frase que el matemático Jacobi aplicó a su disciplina– como de dudoso éxito. Más accesible, y creo que segura, es la de encontrar “vida”; esto es, sistemas biológicos organizados y con capacidad de reproducirse. No sé, nadie sabe, qué tipo de vida existirá “ahí fuera” pero, sea la que sea, tendrá que obedecer dos requisitos: cumplir con las reglas de las combinaciones químicas entre elementos, y con alguna versión de la ley darwiniana de la supervivencia de los mejores adaptados a las condiciones físicas existentes en su entorno.

Tierra primitiva

Sin embargo, esto no quiere decir que el resultado de esas combinaciones químicas conduzca a soluciones moleculares y, subsiguientemente, a unidades biológicas como las que surgieron en la Tierra primitiva, ni siquiera a la “solución” del ADN como molécula fundamental para la vida. Esta es una posibilidad que plantea dudas sobre el tipo de vida extraterrestre que se busca y que se pueda encontrar, ya que lo que ahora se hace es identificar señales asociadas al tipo de vida que existe en nuestro planeta. En cualquier caso, se trata de un proyecto y un reto fascinante.