Errata Naturae publica Bajo el viento oceánico, primer libro de Rachel Carson

La reedición de El mar que nos rodea y Bajo el viento oceánico devuelven a la actualidad a la investigadora Rachael Carson. Sánchez Ron se ocupa de su legado y advierte del peligro de los plásticos en el medio ambiente, especialmente en el medio marino.

“En menos de dos décadas de uso, los plaguicidas sintéticos se han distribuido de manera tan amplia por todo el mundo animado e inanimado, que se encuentran prácticamente por todas partes. Se han encontrado en la mayoría de los sistemas fluviales importantes e incluso en corrientes subterráneas que fluyen sin ser vistas por el interior de la tierra. Residuos de estos productos químicos se acumulan en suelos en los que pudieron haber sido aplicados una docena de años antes. Han penetrado y se han alojado en el cuerpo de peces, aves, reptiles y demás animales, salvajes y domésticos, de manera tan universal que a los científicos que llevan a cabo experimentos con animales les resulta casi imposible localizar individuos libres de dicha contaminación. Se los ha hallado en peces de remotos lagos de montaña, en lombrices de tierra que excavan en el suelo, en los huevos de aves […] y en el propio hombre”. Estas palabras no son nuevas, datan de 1962 y se encuentran en un libro al que ya me he referido en estas páginas en otras ocasiones: Primavera silenciosa (Crítica), de la bióloga marina y pionera de los movimientos en pro de la conservación de la naturaleza, Rachel Carson (1907-1964), un libro que, debo decirlo una vez más, debería ser de lectura obligada en colegios e institutos. (Al escribir esto, y aunque no conozco suficientemente esos programas educativos, no puedo dejar de pensar que probablemente las lecturas que se incluyen en esos centros estén demasiado ancladas en la tradición, en lo que podríamos denominar “cultura clásica” -sin que con “clásico” quiera yo significar únicamente relativo al mundo griego o romano-, y que se debería llegar a un compromiso entre lo que es imprescindible saber de esa cultura y lo mucho que ofrece la contemporánea, en la que el pensamiento científico desempeña un papel muy destacado. No sólo necesitamos un “anclaje” con el pasado, sino también una instrucción sobre el mundo actual y el del futuro inmediato.)



Si he recordado Primavera silenciosa y la cita anterior es por algo que ha revelado un artículo publicado recientemente en la revista Nature Geoscience: “Transporte atmosférico y depósito de microplásticos en una cuenca remota de montaña”. Según este trabajo, se han localizado pequeños fragmentos de plásticos, esto es, de microplásticos (partículas de plástico de un tamaño que oscila entre unos pocos nanómetros y 5 milímetros), a distancias de, al menos, 95 kilómetros de su origen, en las ciudades.



Se trata de la primera demostración de que los microplásticos (un término de moda; la Fundéu la proclamó “palabra del año 2018”) pueden viajar muy lejos, impulsados por el viento. Se sabe, por supuesto, que micro y macroplásticos abundan en medios poblados, en especial en las grandes ciudades, y que han llegado a los ríos y, a través de estos, a mares y océanos, pero no se conocía que pudieran haber alcanzado también lugares en los que en principio no deberían estar. Los investigadores del artículo de Nature Geoscience instalaron dos colectores en una apartada estación meteorológica de los Pirineos franceses, Bernadouze, y una vez al mes, desde noviembre de 2017 hasta marzo de 2018, recuperaron las muestras depositadas en ellos y las analizaron, prestando atención a los fragmentos de plástico. Para su sorpresa, encontraron que se depositaban unas 365 partículas de microplásticos por metro cuadrado y día, aproximadamente la misma cantidad que en París, aunque eran de naturaleza diferente: mientras que en la capital francesa proceden en su mayoría de los conocidos como PET (siglas inglesas de tereftalato de polietileno), que forman parte de gran número de textiles, los de los Pirineos, de menor tamaño que los anteriores (25 micras frente a 100), formaban parte sobre todo de poliestireno y polietileno, plásticos que se utilizan mucho para el empaquetado. Como señalan los autores del artículo, el poliestireno es particularmente susceptible a la degradación mediante el desgaste o la radiación ultravioleta procedente del Sol, dando origen así a pequeños fragmentos que son fácilmente transportables por las corrientes de aire.



Y en este punto, podemos volver a Primavera silenciosa. Si sustituimos “plaguicidas sintéticos” por “microplásticos”, la cita que he seleccionado de él va adquiriendo cada vez mayor vigencia. El plástico, ese producto químico cuya industria data de comienzos del siglo XX, cuando el químico Leo Baekeland produjo (1907) el primer plástico termoestable, la bakelita, se está convirtiendo, se ha convertido ya, en uno de los grandes peligros de la humanidad, y con una rapidez y extensión pasmosa puesto que no parece que existan lugares en los que no se puedan encontrar. También para esos productos se da la globalización.



El plástico, un productor de la globalización, se ha convertido en uno de los grandes peligros de la humanidad. No hay lugares en los que no exista

Cincuenta y cinco años después de la muerte de Rachel Carson, la editorial Errata Naturae publicará el 20 de mayo la primera versión al castellano del que fue su primer libro, Bajo el viento oceánico (1941), en el que con su característico lenguaje poético describía el comportamiento de organismos que vivían de la proximidad de y en la costa del Atlántico. No fue el mejor de sus libros, desde luego no comparable a Primavera silenciosa, y también fue inferior al que en realidad fue su secuela, El mar que nos rodea (1951), que Crítica acaba de reeditar. Pero de todas maneras, y al igual que esta reedición, se trata de una valiosa aportación y homenaje a su autora. Lean, si no, las frases con las que termina este viejo-nuevo Bajo el viento oceánico: “Y, mientras las anguilas seguían frente a la costa, en el mar de marzo, esperando el momento de adentrarse en las aguas de tierra, el océano también seguía incesante, esperando el momento en el que, de nuevo, traspasaría la llanura costera, subiría por las laderas y chapaletearía en las bases de las cordilleras. Igual que la espera de las anguilas frente a la bocana de la bahía no era sino un interludio en una vida larga llena de constantes cambios, la relación del mar, la costa y las cordilleras era también un instante del tiempo geológico. Porque, una vez más, la erosión infinita del agua desgastaría las montañas y se las llevaría, convertidas en limo, hasta el mar, y, una vez más, toda la costa volvería a ser agua, y los lugares donde se asentaron pueblos y ciudades retornarían al mar”.