Sánchez Ron analiza la importancia de las hormigas en nuestro planeta y se detiene en cómo estos insectos han sobrevivido a lo largo de su historia. Citando al científico Edward O. Wilson, "si desaparecieran las hormigas decenas de miles de especies vegetales y animales perecerían también".

Desde hace muchos años una buena parte del verano convivo, en un antiguo pinar resinero segoviano, con ejércitos de hormigas. Durante bastante tiempo entablaba verdaderas batallas contra ellas, pero, derrotado constantemente, me convencí de que jamás sería capaz de erradicarlas. Ahora, mi mujer y yo nos conformamos con que no entren en casa. Realmente es una estupidez pensar que podemos derrotar a las hormigas, insectos que surgieron hace algo más de 100 millones de años, esto es, antes que los primates, el grupo de mamíferos placentarios al que pertenece nuestra especie, que aparecieron hace alrededor de 85 millones de años, y no digamos ya que los humanos, y que nuestros ancestros, los homininos, meros recién llegados al mundo de los seres vivos si los comparamos con esos insectos tan diminutos.



Sí, las hormigas pueden ser pequeñas pero hay que situarlas en un contexto adecuado: según algunos cálculos existen en la Tierra entre 1 billón y 1 trillón (un millón de billones) de hormigas, y si tenemos en cuenta que pueden pesar entre 1 y 5 miligramos, resulta que el peso de la población mundial de hormigas es más o menos el mismo que el correspondiente al total de los humanos. Y se encuentran en casi todas partes, salvo en los hielos polares y alpinos; por supuesto en las selvas tropicales, donde abundan, e incluso en las inhóspitas junglas de hormigón, asfalto, acero y cristal que son las ciudades. Los intrincados caminos de la evolución han producido muchas especies diferentes de hormigas: se conocen alrededor de 14.000, probablemente la mitad de las existentes. No es difícil sumergirse en su mundo, convertirse en mirmecólogo aficionado y, como en el caso de los astrónomos no profesionales, hacer algún pequeño descubrimiento. Dos nombres muy señeros de la ciencia española, el botánico gaditano afincado en lo que por entonces era el Virreinato de Nueva Granada, hoy Colombia, José Celestino Mutis, y Santiago Ramón y Cajal, a quien no es preciso presentar, estudiaron con gusto y aprovechamiento a las hormigas, aunque no era ésta su especialidad. Entre sus innumerables joyas, el Jardín Botánico de Madrid guarda cartas y manuscritos en los que Mutis trataba de sus investigaciones sobre las hormigas, cuyos resultados pensaba publicar en un libro, algo que nunca hizo. Algunos de esos documentos fueron utilizados por Edward O. Wilson y José Gómez Durán en un libro publicado por John Hopkins University Press en 2010, Kingdom of Ants. José Celestino Mutis and the dawn of Natural History in the New World, que lamentablemente no ha sido traducido a la lengua en la que los textos de Mutis fueron escritos, el castellano. En una de sus cartas, dirigida al sueco Gustav von Pajkull, Mutis escribía: "Desde el año de 1777 que cambié de destino, entregándome todo a mis delicias de la historia natural en campo de las Minas de Ibagué, tuve la proporción de habitar un país que parecía ser la corte y el centro de todas las hormigas americanas".



En cuanto a Cajal, dedicó considerable atención y muchas horas de paciente observación a las hormigas en La Granja (Segovia), así como en el Parque del Retiro y, fundamentalmente, en el jardín de la casita -su cigarral-, situado en uno de los cerros junto al puente de Amaniel, en un lugar abierto a la sierra y a la Moncloa, cerca de las entonces barriadas obreras de Bellavistas y Cuatro Caminos de Madrid. Fruto de sus observaciones y experimentos fue una extensa colección de notas y apuntes que tenía previsto publicar, aunque ese proyecto nunca llegó a realizarse. Su única publicación al respecto es un trabajo que, bajo el título de "Las sensaciones de las hormigas", apareció en 1921 en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural.



Son muchas las cosas que, aun dentro de mi ignorancia sobre el tema, podría decir sobre las hormigas (por ejemplo, el maravilloso comportamiento de las colonias, que actúan como si de un único individuo se tratase), pero como pequeño descargo ante mis resentimientos frente a estos insectos, citaré unas líneas de la autobiografía de Edward O. Wilson, El naturalista (Debate): "Si desapareciéramos [los humanos] de la noche a la mañana, el entorno terrestre recuperaría su fértil equilibrio que existía antes de la explosión demográfica humana. Sólo una docena de especies, entre ellas la ladilla y un ácaro que vive en las glándulas sebáceas de nuestra frente, dependen por completo de nosotros. Pero si desaparecieran las hormigas, decenas de miles de especies vegetales y animales perecerían también, reduciendo y debilitando los ecosistemas terrestres en casi todo el mundo".



Charles Darwin se esforzó en atraer la atención sobre la lombriz de tierra, a la que dedicó su último libro, La formación de manto vegetal por la acción de las lombrices (1881). Existe una excelente traducción al castellano en KRK Ediciones en el que recalcó la benéfica acción de las lombrices en remover, en "airear" la capa más superficial terrestre: "El arado", escribió en los últimos compases de aquel libro, "es una de las invenciones más antiguas y más valiosas del hombre pero, mucho antes de que existiera, la tierra era regularmente labrada y continúa siéndolo por las lombrices de tierra". Debería, sin embargo, el autor de El origen de las especies haber recordado también el papel de las hormigas, que remueven más suelo que las lombrices haciendo circular enormes cantidades de nutrientes vitales para los ecosistemas terrestres. Otros beneficiarios de la acción de las hormigas son, por ejemplo, algunos árboles a los que liberan de pulgones y otras plagas, alimentos apetecidos para ellas.



Debemos, pues, estar agradecidos a las hormigas, que como muchos otros insectos figurarán entre los últimos seres vivos en desaparecer de la Tierra, cuando ésta se vaya haciendo inhabitable al aumentar el Sol su temperatura y tamaño y convertirse en una gigante roja. Claro que esto ocurrirá en un futuro muy lejano, lo que no es seguro es que mucho antes no desaparezcamos nosotros, algo que bien podría suceder si nuestra desdichada estupidez provoca un invierno nuclear. Pero incluso en ese caso, sobrevivirían las hormigas.