Sigmund Freud

Como en esta página voy a hablarles de ciencia, he pensado que sería conveniente decir algo de qué entiendo por "ciencia". Se trata de una cuestión en la que he vuelto a pensar últimamente, a raíz de la publicación de una biografía debida a Élisabeth Roudinesco, Freud. En su tiempo y en el nuestro. He comprobado, en efecto, que de nuevo se debate si la obra de Freud entra o no en el ámbito de lo que llamamos "ciencia". Recuerdo que cuando dirigí hace unos años una 'Biblioteca Universal' de Ciencia, dos buenos amigos, Jesús Mosterín y Miguel Boyer, me criticaron porque entre los 24 libros que compusieron la colección incluí La interpretación de los sueños (1899-1900) de Sigmund Freud. "¿Cómo puedes poner a Freud al lado de Newton, Darwin, Einstein, Heisenberg…? Lo que hizo Freud no fue ciencia", vinieron a decir. Entiendo, por supuesto, sus reservas: no dudo, por ejemplo, que la fluoxetina -más conocida por su nombre comercial, Prozac-, es decir un producto de la química, sobre cuyo carácter científico no puede haber dudas, ha curado, o aliviado, infinitamente más depresiones que cualquier tratamiento psicoanalítico, pero en mi opinión la ciencia no se limita a esos edificios teóricos que yo, por otra parte, tanto admiro, o a descubrimientos experimentales como la expansión del Universo; una parte importante del edificio científico reside en desvelar ámbitos de la "realidad" desconocidos o despreciados. Y ahí Freud marcó un hito: hizo del subconsciente, de los sueños, de las pulsiones que afectan a los humanos -entre ellas, por supuesto, las sexuales- un objeto de indagación. Se preguntó acerca de la "dinámica" de ese mundo subterráneo.



Hoy sabemos que las respuestas que dio fueron más producto de su desbordante imaginación y del deslumbrante poder de las narraciones en las que las presentaba, que de métodos contrastados de análisis científico. Pero desalojarlo por ello del panteón científico es tener una idea poco histórica de lo que es la ciencia. Pensemos en Aristóteles. Su cosmología y teoría del movimiento de los cuerpos no pueden sernos hoy más ajenas, pero fueron pasos, todo lo primitivos que se quiera, en el camino hacía las dinámicas de Galileo, Newton o Einstein. Inicialmente, recordemos, Freud intentó establecer una visión de la mente basada en la fisiología, tarea que resumió en un manuscrito posteriormente titulado Proyecto de una psicología científica, que comienza con las siguientes palabras: "La finalidad de este proyecto es la de estructurar una psicología que sea una ciencia natural; es decir, representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables, dando así a esos procesos un carácter concreto e inequívoco". Sin embargo, su sueño fisiológico-reduccionista no duró mucho: cada vez se hizo más escéptico sobre la posibilidad de que la mente y sus trastornos se pudiesen explicar en términos fisiológicos. De hecho, nunca publicó aquel manuscrito (apareció en 1950).



El desarrollo de las neurociencias ha sido enorme desde los tiempos de Freud, y es de esperar que reciban un gran impulso con el Proyecto del Mapa de la Actividad Cerebral, puesto en marcha en 2013, pero aún no sabemos contestar a preguntas que forman parte de la esencia de la naturaleza humana: ¿qué es pensar?, ¿cómo el cerebro tiene conciencia de sí mismo?, ¿cuál es la naturaleza y dinámica de los sueños, cuáles los alambicados escondrijos donde las pulsiones que experimentamos se alimentan y viven? No creo que en el futuro sobreviva ninguna de las construcciones freudianas, y me siento inclinado a pensar que la fortaleza que aún les queda no es sino fruto del hecho de que en su "método" desempeña un papel central, aunque sea peculiar, la relación "médico-paciente". En una era en que la medicina se ve inundada por aparatos y sueños de reduccionismo genético, en la que el médico es con frecuencia un analista de datos, para algunos un diálogo médico-socrático no es poco, aunque sepan que lo que verdaderamente les cura son esas máquinas y esos prozac de la química.