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El médico chileno James Hamilton sufrió un infierno durante años sin ser del todo consciente de ello. Residente en la comuna de Providencia (sector noreste de la ciudad de Santiago), era un miembro muy activo en la parroquia El Bosque. En el seno de este centro, muy frecuentado por las clases altas chilenas, fue donde el cura diocesano Fernando Karadima tejió una red de abusos sexuales del que el cirujano (como otros muchos) fue víctima a sus diecisiete años.

Hamilton era la presa perfecta para Karadima. El reciente fallecimiento de su padre le había dejado en un estado de desolación que le empujó a ampararse en esta comunidad religiosa. Los abusos se mantuvieron durante años, incluso después de que el gastroenterólogo contrajera matrimonio. Finalmente, en 2010, los crímenes salieron a la luz, provocando un escándalo sin precedentes en la Iglesia chilena. Pese a todo, el párroco nunca pagó por sus actos.

Tras de sí, Karadima dejó una herida muy difícil de curar. Hamilton vivió durante años con la sensación de que había algo en su ADN que le convertía en la víctima ideal. Para disuadirse a sí mismo de esta idea y superar el trauma recurrió a aquello que, como médico, le ha dado siempre las respuestas más fiables: la ciencia. Si conseguía explicar cuál era el germen antropológico y bioquímico de la violencia, podría comprender por qué sufrió aquel calvario. Fruto de este esfuerzo nace Homo exul (Debate, 2025), en cuyas páginas se remonta a nuestro pasado más remoto para descubrir el origen del mal.

Sostiene Hamilton que "ya no somos el Homo sapiens que dejó huellas artísticas en diversas cavernas de Europa y que pobló gran parte del planeta". Por el contrario, a día de hoy y debido a un cambio radical de nuestros hábitos en un momento muy concreto de nuestra evolución "somos otra especie con características distintas, una variación evolutiva más agresiva y menos colaborativa que algunos autores han llamado 'Homo bellicus'".

Según apunta Hamilton, la empatía es la emoción que prevaleció en nuestros primeros ancestros. En las sociedades cazadoras-recolectoras, la colaboración era el elemento esencial que aseguraba la supervivencia de la especie. Esto no solo ocurría entre los individuos de un mismo grupo, sino que, tal y como sugieren los descubrimientos arqueológicos a los que cita el cirujano, los cruces entre diferentes clanes se caracterizaban por un intercambio cultural y sexual, sin violencia de por medio.

Portada de 'Homo exul', de James Hamilton (Debate, 2025).

Esta colaboración también se explicaba a nivel bioquímico. Se ha demostrado que la oxitocina, una hormona que nuestro cuerpo libera durante la lactancia y cuando se reciben cuidados o muestras de amor, es la responsable durante la primera infancia del desarrollo de las zonas asociadas con la empatía. A su vez, limita también los efectos de la testosterona. Los primeros grupos nómadas de Homo sapiens tenían un tiempo de crianza más prolongado, que traía consigo una mayor secreción de oxitocina de sus infantes. Ello resultaba en un individuo adulto más predispuesto a la colaboración

Del mismo modo, la dieta de los pueblos cazadores-recolectores consistía en fruta, carne, pescado y semillas, rico en elementos fundamentales para el desarrollo de la corteza cerebral como el ácido omega 3 y vitaminas del grupo B. Al contrario de lo que se cree, nuestros ancestros, gracias a sus hábitos alimenticios desarrollaron una inteligencia que, según el autor de Homo exul, sería superior a la de los pueblos agricultores.

De ser así, ¿qué empujó al ser humano a abandonar este paraíso en el que la naturaleza ya ofrecía todos los elementos para vivir sin necesidad de matarnos y someternos los unos a los otros? Hamilton responde también a esta pregunta: nada más y nada menos que el Apocalipsis.

Agricultura en el fin del mundo

Apoyándose en varios hallazgos arqueológicos como los del yacimiento de Abu-Hureyra (actual Siria), el gastroenterólogo defiende que el cometa Enke, un astro que atravesó nuestra atmósfera hace alrededor de 12.000 años, es el responsable detrás de una hecatombe que modificaría de raíz nuestras conductas sociales.

Se cree que dicho cometa, que en origen medía de 100 a 200 kilómetros de ancho, se fue fragmentando en inmensos pedazos que chocaron con nuestro planeta, destruyendo la gran placa de hielo laurentino (de más de un kilómetro de espesor, ubicado en lo que es hoy Canadá), y llegando hasta Oriente Próximo. Como consecuencia de ello se inauguró una etapa de enfriamiento de la Tierra, a la que se ha bautizado como Dryas Reciente.

Durante esta glaciación, que duró varios siglos, los humanos solo pudieron comer lo que resistió en los márgenes de los incendios provocados por el impacto y lo que pudo germinar bajo las cenizas, como malezas y arbustos. Entre aquellos rastrojos se encontraba el trigo silvestre, nunca antes considerado como alimento. Esta y otras gramíneas pasarían a ser la base de la alimentación del ser humano. Pasados los siglos, esta nueva dieta se consolidaría con el surgimiento de la agricultura. Ya nunca se volvería a los hábitos alimenticios del pasado.

Con este cambio se pasaría a una dieta pobre en nutrientes fundamentales para el desarrollo cerebral. Ello vino acompañado asimismo de una alteración de las relaciones entre los Homo sapiens. El hambre, el miedo y el frío les obligaron a competir entre ellos por la supervivencia. Las madres ya no pudieron amamantar durante un tiempo tan prolongado a sus hijos, con lo que los ciclos de reproducción se acortaron. El ser humano se reproducía más, pero sus crías recibían menos atención y afecto de sus progenitores. La soledad y el miedo pasó a instalarse en el hombre desde su mismo nacimiento.

Una auténtica "maldición bíblica", según defiende Hamilton, que significó "nuestra expulsión del Edén". La violencia entró de pronto en la ecuación para garantizar la supervivencia del individuo.

Esto vino acompañado de un desajuste hormonal durante la infancia que potenció este "carácter violento". Los recién nacidos ya no recibían tanto atención de sus padres, lo que se traducía en una producción más baja de oxitocina. La cooperación ya no era estimulada hormonalmente. En cambio, la secreción de testosterona se disparó.

El resultado de este cóctel es que nos volvimos más egocéntricos y agresivos. Pasamos a considerar a nuestros congéneres como rivales, en lugar de como aliados. Un camino de no retorno que nos ha llevado a dejar atrás al Homo sapiens original. En su lugar, según sentencia Hamilton, nuestra especie ha evolucionado —o involucionado— al Homo exul, el hombre "exiliado" o "desterrado". Un destierro del paraíso de los cazadores-recolectores en el que hemos dejado atrás la colaboración para sumirnos en un estado de violencia perpetua.