Cuadro del rey Ricardo III.

Un estudio publicado en Nature Communications confirma que el esqueleto hallado en un aparcamiento de Leicester pertenece al monarca con un 99,99 % de certeza.

El rey cuya fama de cruel inmortalizó Shakespeare se ha convertido en el personaje histórico más antiguo identificado mediante ADN. Investigadores de la Universidad de Leicester hallaron en 2012 un esqueleto en un aparcamiento donde se localizaba anteriormente la Iglesia de Grey Friars, lugar donde se cree que Ricardo III fue enterrado después de su muerte en la batalla de Bosworth en 1485. Ahora, la genética, la genealogía y la historia han servido para elaborar un impecable caso forense publicado en Nature Communications que deja poco lugar a la especulación acerca de si el cadáver encontrado pertenece al último eslabón de la dinastía Plantagenet.



Además, gracias a las técnicas de investigación genética y a la colaboración de expertos historiadores y genealógicos de varias universidades de distintos países, se ha podido identificar a dos descendientes actuales del monarca, Michael Ibsen y Wendy Duldig. Ambos son primos lejanos y su material genético ha servido para confirmar el parentesco de ambos con Ricardo III por parte de la línea femenina (a través de su hermana Ana de York).



No obstante, el 0,01 % que faltaría para asegurar que los restos encontrados son en realidad los del monarca fallecido en batalla en 1485 emanan de que la investigación de la vía paterna ha dado resultado negativo. En algún momento hubo una ruptura en la línea masculina descendiente, entre Ricardo III y el quinto duque de Beaufort (1744-1803), debido a un hijo ilegítimo, que no han podido identificar. Sin embargo esto entra dentro de lo plausible si consideramos la cantidad de generaciones que se han sucedido en más de cinco siglos. En todo caso, la bastardía no tuvo efectos en el linaje.



Ricardo III era rubio, al menos en su niñez, y tenía los ojos azules casi con total seguridad, según el análisis de su ADN. En consideración de estos datos, el retrato que daría una imagen más fiel a la realidad sería el que pertenece a la Sociedad de Anticuarios de Londres, pintado décadas después de su muerte.



El último de la casa York

Con la muerte de Ricardo III de Gloucester cayó el telón de una época. Llegaba a su fin la Casa de York, la dinastía de los Plantagenet y la aciaga y hoy legendaria Guerra de las Dos Rosas que tanto ha nutrido la literatura, el teatro o el cine, hasta el punto de que no resulta sencillo distinguir entre historia y leyenda. Tocaba el advenimiento de los Tudor.



Por ejemplo. ¿Fue Ricardo III un príncipe apuesto y justo o un jorobado carente de escrúpulos? El origen de este segundo y dudoso retrato no es más que una ficción de Tomas Moro que, sin embargo, alcanzaría la popularidad al servir de base a William Shakespeare para escribir su inmortal drama sobre el monarca.



Sabemos que Ricardo III nació en el castillo de Fotheringay, el 2 de octubre de 1452, que vivió su niñez en el castillo de Middleham, en Wensleydale y que, desde tan temprana edad, sufrió la violencia política que desangraba Inglaterra aquellos años. Tras la muerte de su padre y su hermano en la batalla de Wakefield a manos de los Lancaster, Ricardo sufrió exilio en los Países Bajos. Pero regresó a su país tras la derrota de Lancaster en la batalla de Towton, para participar en la coronación de su hermano mayor como Eduardo IV.



Corre el año de 1483 cuando Eduardo IV fallece. Los sucesores al trono son sus dos hijos, Eduardo V, de 12 años y Ricardo, Duque de York, de 9, a la sazón sobrinos de Ricardo de Gloucester. En un ambiente confuso y viciado por las amenazas y denuncias, los niños fueron conducidos a la Torre de Londres por su tío Lord Protector donde su pista se esfumó.



Como los infantes habían sido educados por sus parientes maternos, los Woodville, de sospechosa lealtad, rápidamente corrió el rumor de que el propio Ricardo los había asesinado, lo que completaría la jugada llevándole al trono como el tercero de su nombre. El nuevo monarca se cuidó además de afianzar sus derechos dinásticos declarando ilegítimo el matrimonio entre su difunto hermano Eduardo IV y Elizabeth Woodville.



Pero el rumor de tan ignominioso crimen, cierto o no (historiadores posteriores y novelistas de éxito como Josephine Tey lo refutan), había sellado el destino del rey. Y estalló la rebelión agrupada en torno a Enrique Tudor, descendiente ilegítimo de los Lancaster que, tras numerosas peripecias, acabó por vencer a Ricardo III el 22 de agosto de 1485 en la batalla de Bosworth. Enrique VII se erigía así como el nuevo monarca de Inglaterra mientras toda una violenta época quedaba atrás.