Image: Radiaciones cotidianas

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Ciencia

Radiaciones cotidianas

¿HAY RIESGOS EN LOS CAMPOS ELECTROMAGNÉTICOS ARTIFICIALES"

18 abril, 2001 02:00

La vida en la Tierra ha evolucionado inmersa en campos electromagnéticos naturales, la mayoría procedentes de la radiación solar. En las últimas décadas se ha producido un crecimiento exponencial de estos campos creados por el hombre, que se asocian a una intrincada red de sistemas de energía eléctrica. El académico de Ciencias Exactas Pedro García Barreno analiza en EL CULTURAL la repercusión de estas fuentes en la vida humana y especialmente en enfermedades como el cáncer o la leucemia. principales retos establecidos en el informe.

Los científicos pueden, a menudo, precisar con exactitud la causa y el remedio de una determinada enfermedad. La viruela es una enfermedad extinguida (la OMS declaró, en 1980, que la viruela había sido erradicada de la Tierra) porque su causa (un virus) fue identificada y, con ello, los científicos desarrollaron una vacuna efectiva sobre la base del conocimiento del sistema inmunológico humano. La situación de los campos electromagnéticos asociados a la corriente eléctrica y sus posibles efectos sobre los sistemas biológicos es bastante diferente. No hay criterio unánime respecto al efecto, si es que lo tiene, de los campos eléctricos y magnéticos de baja frecuencia sobre el organismo.

La vida en la Tierra ha evolucionado inmersa en un flujo incesante de campos electromagnéticos naturales; la mayoría procedente de la radiación solar y, también, los debidos al propio campo magnético y algunas frecuencias derivadas de diferentes actividades terrestres, en especial tormentas eléctricas. En las últimas décadas se ha producido un crecimiento exponencial de los campos electromagnéticos producidos por el hombre y que se asocian con una intrincada red de sistemas de distribución de energía eléctrica y con sistemas de comunicación, que ahora cubren la Tierra. Además, electrodomésticos y diversas máquinas completan las fuentes electromagnéticas. Aparataje y sistemas tan ubicuos que es imposible evitar, en el mundo industrializado, la exposición a tales campos producidos en la transmisión y distribución de electricidad o a los generados por los diferentes electrodomésticos y otros aparatos que requieren electricidad para funcionar.

Los componentes eléctrico y magnético de los campos generados por partículas cargadas móviles están formalmente acoplados y matemáticamente descritos en un conjunto de ecuaciones diferenciales denominadas ecuaciones de Maxwell. Los campos electromagnéticos se caracterizan por su longitud de onda, expresada en metros, y por su frecuencia, expresada en hercios (Hz). El rango de frecuencias o de longitudes de onda de los campos electromagnéticos naturales y antropogénicos se describe como "espectro electromagnético", que se extiende desde frecuencias extremadamente bajas (ELF) asociadas a la corriente eléctrica que se utiliza en los hogares o residencial (50 Hz en Europa; 60 Hz en EE.UU.), a ondas de radio (106-1010 Hz), a microondas (1010-1012 Hz), a la luz visible (1014 Hz) o a luz ultravioleta (1015 Hz), hasta las radiaciones de muy altas frecuencias (VHF) y longitudes de onda muy cortas de los rayos X y los rayos gamma (>1017 Hz). En este listado, que representa una jerarquía de energías (o de fotones), sólo la radiación >1015 Hz es capaz de ionizar átomos y moléculas con los que interactúa. La radiación ionizante (por ejemplo, rayos X o rayos gamma) es una fuente bien estudiada y bien conocida relacionada con daños a los sistemas biológicos a través de reacciones de los productos de ionización con componentes celulares críticos. Por otro lado, la radiación ELF no es ionizante, no posee la suficiente energía (fotones) cuántica para provocar ionización de la manera que lo hace la radiación VHF, siendo muy inferior a la requerida para romper enlaces moleculares como los del DNA. El mecanismo de interacción, si es que la hay, de la radiación ELF con moléculas y sistemas biológicos es, hoy, especulativo. Vivimos inmersos en el campo magnético (50 mT) estático terrestre que es cientos de veces más fuerte que el campo magnético (0.01-0.05 mT) oscilatorio producido por la corriente de 110/220 V de nuestros hogares (5-10 V /m). Incluso directamente debajo de una línea de alta tensión, el campo magnético inducido oscila entre 3 y 10 mT (10 kV/m); campo mucho más débil que el inducido (60 mT) por una maquinilla eléctrica de afeitar.
Por otro lado, las intensidades de las corrientes endógenas sobre la superficie corporal (intensidades mayores ocurren interiormente) asociadas a la actividad neuronal (medidas mediante electroencefalografía) o cardiaca (medida por electrocardiografía) son del orden de 1 mA/m2 y pertenecen a actividades
Aunque el riesgo de choque y de quemaduras como consecuencia del contacto directo con conductores eléctricos ha sido bien conocido desde la primera aplicación de la corriente eléctrica, ha sido durante los últimos veinte años cuando los usuarios han desarrollado cierta percepción de riesgo a posibles efectos imperceptibles derivados de la exposición a los campos eléctricos y magnéticos generados por los diversos enseres eléctricos. La historia de esta relación ha estado marcada -comenta Edward W Campion- por el misterio, la contradicción y la confusión.

Cuando se propone algo tan ubicuo y mal comprendido como los campos electromagnéticos de muy baja frecuencia como causa de cáncer infantil, la reacción provocada suele estar guiada más por la pasión que por la razón. Cada año se diagnostican, en EE.UU., cerca de 2.000 casos de leucemia linfoblástica aguda (ALL), el más común de los cánceres infantiles. A pesar de los avances terapéuticos, la ALL mantiene un 30% de mortalidad. A parte de la exposición a radiación ionizante, su causa sigue siendo un misterio. La ALL es más frecuente entre caucásicos y en niños de clase socioeconómica elevada; por causas también desconocidas la incidencia de ALL se ha incrementado cerca del 20% durante las pasadas décadas. Durante los últimos 50 años, el consumo per capita de electricidad se ha multiplicado por un factor de diez. Algunos investigadores han coligado tales datos para señalar que la cercanía del hogar a líneas de alta tensión incrementa el riesgo de cáncer, en particular leucemia infantil.

Los antecedentes se remontan a los años finales de los años setenta, cuando dos investigadores en Denver (Colorado, EE.UU.), sobre la base de estudios epidemiológicos, establecieron la hipótesis de que habitar en la proximidad de un tendido eléctrico de alta tensión era causa de leucemia. El análisis de los datos, publicados en 1979, hacían referencia a las distancias de los hogares a las líneas de alta tensión y a las configuraciones del cableado mas que a medidas directas de la exposición a los campos electromagnéticos. Wertheimer y Leper señalaron que los niños que vivían cerca de líneas eléctricas de alta tensión tenían mayor riesgo de padecer leucemia; un hallazgo que disparó un sin fin de estudios y, sobre todo, mayor recelo. La causa pretendida fue la exposición a campos electromagnéticos de frecuencia extremadamente baja generada por la corriente eléctrica en las líneas de alta tensión.

Desde entonces, la asociación entre campos electromagnéticos y cáncer caló hondo. En 1991 el Congreso de EE.UU. encargó a la Academia Nacional de Ciencias de su país que "revisara y evaluara la información científica existente sobre los posibles efectos de la exposición a los campos electromagnéticos". El informe, emitido en 1997, señaló la disparidad de las conclusiones apuntadas por los diferentes trabajos revisados; algunos de los que utilizaron un sistema de códigos de riesgo de acuerdo con la ubicación de los hogares respecto a los sistemas de transmisión y de distribución de electricidad, arrojaron resultados positivos. Sin embargo, cuando se hicieron mediciones directas de los campos magnéticos en los hogares, no se encontró relación alguna entre el campo medido y el riesgo de leucemia infantil. Por su parte, el informe señala que no se encontró evidencia epidemiológica que pudiera apoyar una posible asociación entre los campos magnéticos de baja frecuencia asociados con la corriente eléctrica residencial habitual y otros tipos de tumores infantiles, cánceres en los adultos, problemas en el embarazo o en el desarrollo fetal, ni con enfermedades neurológicas ni con trastornos del comportamiento.

En el mes de julio de aquel mismo año y, por tanto, no incluido en la bibliografía del informe citado, Martha S Linet publicaron, en la prestigiosa revista The New England Journal of Medicine, un trabajo para muchos definitivo. La discusión del artículo finaliza indicando que sus resultados son de poca ayuda para la hipótesis, derivada de los trabajos de Wertheimer y Leeper, de que vivir en hogares próximos a líneas de transmisión o distribución eléctrica se relacione con riesgo de leucemia infantil. No hay, con los datos hasta ahora conocidos, evidencia convincente de que los campos magnéticos residenciales (de baja frecuencia e intensidad) debidos al cableado de distribución eléctrica y su aplicación hogareña, suponga una amenaza significativa para la salud humana.