To be continued por Carlos Reviriego

Las series de 2016

29 diciembre, 2016 09:21

1. Horace and Pete

Con Horace and Pete Louis C. K. parece de nuevo dispuesto a reformular los paradigmas de la ficción televisiva, pero ya no solo se contenta en hacerlo desde el punto de vista creativo (como en Louie), sino también industrial. La propuesta surge y coexiste en algún indeterminado punto entre la televisión, el teatro, el cine, las webseries y los productos culturales on-line. Recuerda a Cheers como marco de la ficción, con diálogos y personajes de Arthur Miller o Eugene O’Neill, y también remite a la audacia y el peso de Bergman para los dramas interiores, añadiendo aún más volumen al pasado de los personajes, a quiénes son y de dónde vienen. Esa es una de las grandes conquistas de la serie, el modo en que va añadiendo complejidad psicológica a los hermanos propietarios del bar: Horace, Pete y Sylvia. Y todo mediante una verdadera puesta en escena, muy infrecuente en la producción televisiva posmanierista de nuestros días. Horace and Pete presume de su aspecto teatral, apenas dos sets con cuatro cámaras fijas filmando escenas mucho más largas de lo habitual en televisión, respetando el tiempo real (y por tanto la continuidad interpretativa de los actores), sin apenas cortes ni trabajo de edición. Es como un Cheers deprimido, canalizado a través de un humor que bascula entre la ternura y la crueldad, donde se masca la inminencia de la América Trump. El tono bipolar de la serie –la risa que surge en el corazón de la tragedia–extrae diamantes de las fricciones entre la euforia y la depresión.

 

2. The People vs OJ Simpson: American Crime Story (Season 1)

América es esencialmente pulp. La serie American Crime Story pone en escena en su primera temporada el juicio de O. J. Simpson, el mismo que se emitió en directo con máximos niveles de audiencia en los años noventa, acaso para demostrarnos que la realidad se hace pulp cuando es televisada. El trabajo de reconstrucción es asombroso. La dramatización casi irónica, anclada en las interpretaciones de un reparto excelso, con Cuba Gooding Jr. en la piel del futbolista procesado y John Travolta como su abogado. Los personajes no hay que crearlos y la trama no hay que fabularla. América los fabricó y convirtió en estrellas del show mediático que capturó cierto espíritu de los años noventa. El mismo que nos ha llevado a estos lodos. Lo que añade este serial ficcionado al serial del proceso es un discurso, una lectura del mundo sin menoscabo del registro factual de los hechos que se convierte en punzante radiografía del eterno conflicto racial estadounidense. No era un hombre siendo juzgado, ni siquiera era un dios del deporte nacional, era una raza, una comunidad entera. Era, acaso, la propia naturaleza de la justicia histórica.

 

3. The Girlfriend Experience (season 1)

Algo del espíritu de la película homónima ha conservado esta adaptación televisiva, que produce el propio Steven Soderbergh, pero que han creado Lodge Kerrigan y Amy Seimetz, dos cineastas de probada eficacia en el paisaje del cine independiente. Ambos se reparten la dirección de los trece capítulos de esta primera temporada, que funciona prácticamente como una película de algo más de 6 horas. El trayecto que propone la serie para su protagonista es el de la transformación de Christine Reade en Chelsea, o la mutación de una ambiciosa estudiante de Derecho en una de la escorts de Chicago más reclamada, al tiempo que trabaja en prácticas en una prestigiosa firma de abogados. Lo que comienza como una fantasía nocturna con una compañera de piso se acaba convirtiendo en su estilo de vida, donde el placer y el negocio (o la necesidad de enriquecerse) siempre priman por encima de cualquier otra consideración, sea sentimental, familiar, profesional o incluso sobre la propia noción de identidad.

 

4. House of Cards (season 4)

La serie ha llegado quizá a su momento más dulce, hasta el punto de permitirse aglutinar dos temporadas en una sin el menoscabo de sus tensiones. En el ecuador de esta entrega, las tres grandes tramas se cierran para que comiencen otras tres, con nuevos personajes y todo. Nos asombra cómo aún en la fábula shakesperiana están contenidos, en su complejidad, los editoriales políticos de la actualidad más candente. Nos succiona desde la pantalla la tensión interior de un drama de cámara, sin acción alguna, arropado bajo la genialidad de las palabras, por la microscopía de los gestos, en la luz que, como la intro de los créditos, va apagándose sobre Washington. Qué buena es esta serie, que sin hacer nada nuevo arremete contra lo viejo, que nos acerca a la ruina moral desde la estrategia del distanciamiento. Porque somos un mundo incrédulo, y tenemos que ver lo que no puede creerse para que lo creamos. Los demiurgos Underwood podrían convencer a cualquier elector aún conociendo sus pactos con el terror. Ese mismo terror que acaban fabricando, del mismo modo en que se inventan las guerras, en el desenlace de una tragedia perpetua. La tragedia del mundo gobernado por códigos sin moral. Porque lo que importa es únicamente el sillón. La absorción para la causa del biógrafo y escritor -“el único que de verdad nos ha conocido”, le dice la Primera Dama al Presidente- es un golpe maestro. Incluso él también les votaría. Puede que incluso nosotros.

 

5. Atlanta (season 1)

Donald Glover, quien daba vida al hilarante Troy de Community, es el hombre orquesta de esta nueva ‘sitcom’ de autor, un perplejo y cínico artefacto de humor con la virtud del insider, retrato de la comunidad afroamericana y su sueño hipotecado por el estrellato criminal del rap, la celebridad de suburbios, la industria del espectáculo y el periodismo de la pos-verdad. Glover es el desesperado manager de un rapero que, en el prólogo de la serie, mata a un tipo por romperle el retrovisor del coche, y dos episodios después poco menos que ya se ha convertido en el héroe de la función. La audacia formal, entre la sátira provocativa y la insidia social –que no cesan de revelar la verdad poética y paródica de la ficción-, depara interesantes y heterodoxas formas de retratar estilos de vida hasta ahora alejados del imperio caucásico de la teleficción. En la prometedora primera temporada, aunque aún dubitativa, la serie se descuelga con un episodio dedicado íntegramente a emitir spots publicitarios ficticios de la parrilla de una cadena para espectadores afroamericanos. La política ha tomado el primer plano de la ficción televisiva.

 

6. Better Call Saul (season 2)

Consideramos el potencial de la ficción alrededor de las vidas pasadas (y quizá futuras) del abogado de Walter White de naturaleza extraordinaria, jugando con las resonancias de Breaking Bad, más estilística que temáticamente, pero con capacidad para consolidar una autonomía propia. La excelente segunda temporada no ha hecho más que confirmar sus promesas, certificando que estamos ante una de la series de gran formato más complejas y estimulantes del panorama actual. El tema principal, como lo era en Breaking Bad, sigue siendo la búsqueda de una identidad. Si el trayecto de Walter White a Heisenberg no era tanto una forma de escapar de la enfermedad y asegurar el futuro de la familia (o arruinarlo por completo) sino la revelación de un personaje que entra en contacto con su yo más profundo, encontramos ese mismo proceso de corrupción moral en Better Call Saul, determinado por el ego y la supervivencia. No es solo el caso de Jimmy McGill y su prometida conversión a Saul Goodman –habrá que esperar a una tercera temporada para que se culmine esa transformación–, sino también el de Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), el infalible mercenario, que adquiere en esta segunda temporada un protagonismo equitativo al del letrado.

 

7. Vinyl

Víctima de sí misma, la serie del tándem creativo de Boardwalk Empire –Martin Scorsese y Terrence Winter–, flanqueados esta vez por nada menos que Mick Jagger como productor ejecutivo, no tendrá mayor vida que los diez episodios de la primera temporada. No resta valor en todo caso a un espectáculo cuyas premisas no podían ser en principio más atractivas: estética setentera, industria discográfica, Bobby Cannavale de protagonista. El poder y la energía de Vinyl es indiscutible. La variedad musical siempre busca el fervor de la escena, los biorritmos que nos propulsen a un estado de euforia, aunque narrativamente no encuentra necesaria justificación, pero la sensación de que el televidente debe estar puesto de coca, como sus personajes, es un mandamiento. Sexo, drogas y rock & roll, claro. Puro formalismo scorsesiano embriagado en la poética del exceso.

 

8. Westworld (season 1)

Creada por Jonathan Nolan, se trata de una suerte de adaptación del thriller de Michael Crichton, Westworld, almas de metal (1973), que acontece en un parque temático de alta tecnología en el que los clientes pagan grandes sumas de dinero para interactuar con androides perfectamente humanos en un escenario inmersivo del Salvaje Oeste. Es como entrar en un vídeo juego donde todo es aparentemente real. Evidentemente, desde Blade Runner (1992) hasta Ex machina (2015) pasando por El show de Truman (1998) y la serie Battlestar Galactica (2004-2009), toda una tradición de la ciencia-ficción alrededor del mito de Prometeo es revisitada y reinterpretada. El espectador podrá sentir por unos instantes que habita un territorio ficticio más o menos familiar, pero la serie tiene la virtud de proponer atmósferas, personajes y narrativas realmente inquietantes. Westworld se suma a la tendencia actual de la teleficción que ha cruzado la edad del manierismo para proponer contorsiones todavía más complejas y barrocas en el relato. Los dos grandes lastres dramáticos de esta operación son la dificultad de empatizar emocionalmente con máquinas sin corazón –he ahí el verdadero desafío de la función– y la necesidad de introducir largas escenas explicativas.

 

9. San Junipero – Black Mirror (season 3)

La migración de la teleficción británica más sorprendente de los últimos años a Estados Unidos quizá no ha sido la mejor decisión de Charlie Brooker, al menos en términos creativos. Solo uno de los seis nuevos episodios está realmente a la altura de los precedentes. Se trata de San Junipero,curiosamente el único que tiene algo parecido a un happy end, pero que no por ello resta pesimismo al negro futuro que las distopías de la serie imaginan. Podemos permitirnos seleccionar solo uno de los capítulos porque estos no tienen ninguna vinculación dramática entre sí. San Junipero logra introducir emoción en un universo frío como la muerte asistida virtualmente, esto es, la posibilidad de vivir eternamente (y enamorarnos) en la mente cuanto el cuerpo nos ha abandonado.

 

10. The Night Of – “The Beach” (episodio piloto)

El bricolaje narrativo y la calculada puesta en escena del episodio piloto de este thriller judicial es una de las mayores conquistas en la ficción televisiva de este año. Desde una mirada imantada a través de un retrovisor –el origen de la pesadilla– hasta el encuentro del arma homicida en la comisaría, el primer capítulo de The Night Of coloca el listón a una altura insostenible durante los siete siguientes. En todo caso, el trasvase americano de la ficción televisiva británica funciona como un mecanismo de relojería precisa, engrasado con las interpretaciones de Riz Ahmed, John Turturro, Bill Camp y Michael K. Williams, que se atasca en los personajes secundarios sin sustancia y el abandono de la energía cinemática hacia la convención del drama. El angustioso retrato de las fallas del sistema judicial / penitenciario reverbera en la ficción sin hacerse explícito, a partir de la ominosa tragedia de un “falso culpable” y su ascenso en la mafia carcelaria.

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