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Detalle de la portada de La felicidad del sapo ilustrada por Pierre Le-Tan[/caption]

Después de Jardines. Los verdaderos y los otros (2010), Elba vuelve a publicar otro libro de Umberto Pasti (Milán, 1957), La felicidad del sapo (2015), con traducción de Carmen Artal y, de nuevo, con ilustraciones del gran dibujante y pintor francés Pierre Le-Tan (Neuilly, 1950), a quien el Reina Sofía dedicó una excelente y muy completa retrospectiva en 2004, comisariada por el escritor mallorquín José Carlos Llop y acompañada de un no menos excelente catálogo en el que, entre otros, escribía Patrick Modiano, con quien ha colaborado el artista de origen indochino.

La belleza tranquila, clara, minuciosa y exquisita de las ilustraciones de Le-Tan –consagrado en las páginas de The New Yorker– es, sin duda, uno de los alicientes del libro de Pasti, pero, a simple vista, y junto con el título español, podría confundirnos respecto a la verdadera naturaleza del texto del novelista, traductor y crítico de arte y literatura italiano, creador de unos extraordinarios y célebres jardines en Rohuna, pueblo marroquí de la costa atlántica, al sur de Arcila. Pasti reside en él, además de en Tánger y en Milán, buena parte del año.

Claro que el libro transmite belleza (y amor por la belleza) en las historias de animales, plantas y flores (culebras, halcones, perros, ranas, mantis, narcisos, isis…) que Pasti nos cuenta. Y son historias, porque Pasti se relaciona con esas criaturas –tantas veces solitarias o en peligro– de una manera íntima, descubriendo en ellas –¿cómo podríamos decirlo?– un alma, una psicología, unos sentimientos, un comportamiento que las personaliza.

Pero La felicidad del sapo es mucho más que un amable bestiario. Incluso, con frecuencia, no es amable. Narrado en primera persona, el libro, en vetas superpuestas, recala en lo autobiográfico, hace crónica de la vida de su autor, de su compañero Stephan, de los muchachos, amigos (y enemigos) y vecinos con los que comparte sus peripecias. También retrata un paisaje privilegiado asediado por los intereses turísticos y económicos y un país (Marruecos), en el que la posibilidad de lo maravilloso y de lo paradisíaco –por decirlo en términos comprensibles– está intervenida por la acción de un gobierno autoritario, por costumbres y credos que, en ocasiones, resultan hostiles o refractarios al viajero liberal y occidental, que debe brujulear entre una tradición cultural que busca y le complace y arcaísmos y actuaciones que le indignan y soliviantan. El libro alude en numerosas ocasiones a la huella y a la presencia de España y los españoles en el territorio. Y en el destino que no pocos de sus habitantes persiguen.

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Umberto Pasti[/caption]

La escritura de Umberto Pasti es, de entrada, poética y delicada, cromática, de riquísimo lenguaje, adecuada a un fin estético y emotivo, pero de continuo se agita apasionadamente, se encrespa, acoge –al contrario que las ilustraciones que la acompañan– la ira y la violencia, pues la realidad en la que se inscribe la relación entre el autor y sus animales y vegetales motiva en él, junto a los mejores movimientos del corazón, también la lucha y la furia, la reivindicación y el desasosiego. Además, sus criaturas –como el escritor– no siempre son apacibles, pues nadie ha dicho que la Naturaleza lo sea a tiempo completo.

El escritor encuentra un día a una mantis religiosa en la repisa de la chimenea de su casa. Bautizada espontáneamente como Darling, queda acogida como huésped, es alimentada con miel y uvas y hasta se emborracha graciosamente con gotas de limoncello. Es una de las historias, de inusitada convivencia, que nos cuenta Umberto Pasti.

Un día, sobre una mesa, la verdosa, gentil y cariñosa Darling, cuyo rostro evoca al de ET, tiene a su alcance, a iniciativa del escritor que lo sujeta, a un pequeño macho de su especie. Conocemos el proceder de las mantis. Veamos lo que sucede: “Darling miraba fijamente hacia delante: con aquella lentitud hipnótica, de otra galaxia, se volvió a uno y otro lado, como para asegurarse de la atención del público. El paredro parecía no darse cuenta de nada. Con la precisión implacable de un samurái bajó la hoja de su cimitarra: un hacha, de un solo golpe lo decapitó. El otro brazo lo agarró por el abdomen, sustrayéndolo a mi presión. Y he aquí a Darling, la frígida Darling, la princesa para la que no puede haber compañero porque ningún macho es digno de ella, blandiendo con una sola pata el cadáver del infortunado (a lo mejor demasiado joven, demasiado pequeño o feúcho para obtener sus favores de faraona esmeralda); he aquí a Darling que mete el brazo libre en la cavidad producida en aquel pobre cuerpo por la degollación, hundiéndolo unos segundos con movimientos rotatorios de quien rebaña el plato con un trozo de pan. He aquí a Darling que extrae con su tenaza un buen bocado de intestinos del difunto, se lo lleva a la boca y se relame satisfecha, con la consabida mirada ausente”.

He aquí una historia, una escena sobrecogedora, que todavía continúa durante un párrafo más. Ni mucho menos son así todas las historias, todas las escenas del libro. Ésta, elegida por mí porque permite perfilar en poco espacio un principio y un final, sirve doblemente para mostrar el estilo literario de Umberto Pasti y para dar noticia de las mencionadas zonas de oscuridad que un libro tan luminoso también aloja.