[caption id="attachment_1254" width="560"] Fernanda Torres[/caption]

Una crítica de Ascensión Rivas en El Cultural me alertó sobre la existencia de Fin (Alfaguara), una novela de Fernanda Torres, cuyo nombre volvió a mí desde la penumbra del pasado. ¿Quién es Fernanda Torres? En contra de lo acostumbrado, me propongo contar una historia personal. De varias personas.

En 1986 conocí en la Seminci de Valladolid a José Fonseca e Costa, por entonces uno de los más importantes cineastas de Portugal, un iberista convencido, gran enamorado de España y de la cultura española. Hicimos amistad, se interesó por mi primera novela, El pecador impecable (Tusquets), e, inmediatamente, me propuso colaborar con él en el guión de su siguiente película, de la que apenas tenía un esbozo argumental.

Empezamos a cruzarnos ideas por correspondencia y, finalmente, nos reunimos a escribir en Lisboa y en Lagos (Algarve). Fueron semanas estupendas. José era un tipo formidable, simpático, culto y, pese a un toque hipocondríaco, un gran vitalista. Fue una delicia colaborar con él en el que sería mi primer trabajo para el cine. Y fue un honor también.

Fonseca, nacido en Angola en 1933, hombre de izquierdas, encarcelado por la dictadura salazarista, había liderado el llamado Cinema Novo portugués y había saltado a la palestra internacional al ser seleccionada su segunda película de ficción, Los demonios de Alcácer- Kibir (1975) en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.

A efectos de España, Fonseca acababa de tener dos éxitos internacionales con sendas películas protagonizadas, respectivamente, por Victoria Abril y Assumpta Serna: Sin sombra de pecado (1982) y La playa de los perros (1985), basada en la novela de José Cardoso Pires.

La película que Fonseca y yo escribimos juntos –y con Miguel Esteves–, nunca estrenada en España, es A mulher do próximo (1988), que ganó el Colón de Oro del Festival de Huelva y el Gran Premio del Cine Portugués de 1989. Es una comedia negra, de aire chabroliano, con muchos enredos sexuales en el seno de una familia burguesa. Los intérpretes principales fueron dos grandes figuras del cine portugués, Carmen Dolores y Virgilio Teixeira, y una joven y bellísima actriz brasileña que, a los 21 años, acababa de ganar nada menos que el premio a la mejor interpretación femenina del Festival de Cannes con Eu sei que vou te amar (1986), de Arnaldo Jabor. Su nombre: Fernanda Torres.

Como se comprenderá, me ha producido una especial emoción ver a la Isabel de A mulher do próximo  firmando su primera novela y, todavía más, comprobar que Fin es un magnífico libro. Fernanda Torres tiene ahora 51 años, es una actriz conocidísima por sus trabajos en el cine, el teatro y la televisión y lleva años escribiendo columnas y crónicas en la prensa brasileña. Está casada y tiene dos hijos con el cineasta, también brasileño, Andrucha Waddington, que dirigió en España una película sobre Lope de Vega muy apreciable, Lope (2010).

Con traducción de Roser Vilagrassa, con Río de Janeiro como fondo y con un lenguaje tan rico y elaborado como coloquial y descarnado, Fernanda Torres cuenta en Fin, cerca de una estructura a lo “vidas cruzadas”, las trayectorias de cinco amigos a lo largo de tiempo, historias de amistad, amor, sexo, excesos, parejas, familias, engaños, derrumbes y muerte, con humor y dramatismo, en el terreno de lo tragicómico.

Leamos un tremendo pasaje que concierne a dos amigos, Sílvio y Ciro y a Ruth, la mujer del segundo: “Todo empezó el día en que lo pilló en el picadero de Sílvio con la mujer de un cliente suyo. Ruth aporreó la puerta a gritos, la amante se escondió bajo las sábanas, y Ciro corrió a buscar los pantalones. Después de esto, la comunidad prohibió a Sílvio prestar su apartamento a terceros. Ciro mantuvo la calma, se vistió y salió sin dar explicaciones. Ruth se quedó gritando en el pasillo mientras el ascensor bajaba. Ciro cogió el primer taxi que encontró y se largó a casa. Vaya sangre fría la suya. Al llegar, se duchó, se puso el pijama, se sentó en el sofá y encendió el televisor. Ruth aún tardó veinte minutos en aparecer; estaba fuera de sí. Se quedó en el umbral con ganas de bronca. Pero Ciro, que es un genio (será un canalla, pero es un genio), era todo agasajos. Ruth empezó a hablar de lo que había visto en el apartamento, de la fulana que estaba con él, y el muy caradura le dijo que no sabía de qué hablaba, le juró que al llegar a casa le extrañó que ella no estuviera y se sentó a ver la tele. Luego mostró una indignación contenida, porque su mujer había montado una escena a una pareja que ni conocía, ¡y además en el piso de Sílvio! Entonces fingió estar preocupado por la salud mental de su esposa. En menos de una semana internaron a Ruth en un sanatorio. Ciro nunca se perdonó lo que hizo, pero tampoco se esforzó por cambiar”.

Es una escena tremenda, sí, dramática y humorística, patética y cruel, que resume bastante bien el tono de la novela. Este episodio volverá a ser contado por otra voz, desde otro punto de vista, porque Fernanda Torres se atreve, sin ningún perjuicio para el lector, a narrar con varias voces y a deambular por el tiempo.

Con los años, Fonseca y yo nos perdimos la pista. Hace unos meses me enteré por casualidad de que José Fonseca e Costa había fallecido el año pasado en Lisboa, a los 82 años, por causa de una neumonía mientras rodaba su película número 24. También de que ha aparecido en Portugal una biografía sobre él. No recuerdo haber leído en la prensa española una sola línea sobre su muerte, que sucedió quince días después de la muerte de otro amigo común, José Díaz Espada, el co-productor español de su película La playa de los perros.