Un dios salvaje ha vuelto después de 17 años de ausencia de los escenarios madrileños. Es la misma producción escénica de 2008, la de Pedro Larrañaga, con la misma directora (Tamzin Townsend), traducción (Jordi Galcerán), escenografía presida por el mismo sofá morado (Ana Garay), los mismos tambores que se oyen al comenzar y terminar la pieza y también el teatro donde se representa: el Alcázar.
Cambian los cuatro actores que la protagonizan y obviamente el contexto social actual al que tengo la impresión que la fábula se ajusta y propaga con mayor eco y mordacidad.
Un dios salvaje, como fue traducida en nuestro país Le Dieu du Carnage (2007), y Arte (1994) son las dos grandes comedias satíricas de Yasmina Reza. Dos títulos que exprimen las contradicciones de una era de transición -que abarca el último decenio del siglo XX y el primero del XXI- caracterizada por la progresiva sustitución de la moral por directivas políticas que, paradójicamente, ha provocado un ambiente social adicto a los anatemas y a las prédicas farisaicas.
Como un Moliére de su época, Reza detectó pronto a los nuevos capellanes y se inventó esta fábula doméstica donde más o menos viene a preguntarse: ¿Podemos manejar nuestros instintos, ese espíritu indómito que intentamos camuflar bajo fórmulas de cortesía, y callar nuestros pensamientos más “censurables”, especialmente si en la disputa está en juego lo más querido que tenemos, como es un hijo?
La sangre llama a la sangre, venía a decirnos la autora en 2007, cuando la estrenó en París con Isabelle Hupert. Gustó tanto que Polanski hizo una estupenda película (Carnage, 2008) protagonizada por Kate Winslet y Jodie Foster.
Reza hace funcionar el decorado único de su pieza -el piso urbano de una familia acomodada- como un terrario desde el que asistimos al combate de dos parejas aparentemente aseadas y educadas reunidas para tratar la pelea que han tenido sus hijos, donde uno de ellos ha acabado con dos dientes rotos.
Cuando empieza la obra parece que la reunión está a punto de terminar y que los padres convocados se marchan, pero es un amago. El final (o los finales) interruptus es un ardid dramático que contribuye a una tensión creciente.
En realidad, es el personaje de Verónica -aquí interpretado por Natalia Millán- el motor de la trama. Esta escritora de libros sobre África, amante del arte y librera, promueve la reunión de padres.
Sin su autocomplaciencia por la defensa de las causas sociales y políticas en boga, es decir, por cumplir con sus compromisos con la sociedad (aunque no sepamos qué quiere decir eso exactamente), difícilmente se hubiera celebrado la reunión: así lo expresan el matrimonio formado por Luis Merlo y Clara Sanchís.
Y también el marido de Verónica (interpretado por Juanma Lumbreras), un tipo sin aspiraciones profesionales que se deja llevar por su esposa con una idea cómoda de la existencia.
Pero, ¿qué espera exactamente obtener Verónica con esta reunión? Lo iremos descubriendo poco a poco, mientras la trama avanza con unos diálogos sutiles y dosificados, que definen nítidamente a los personajes y mantienen su frescura a pesar del tiempo transcurrido -creo que lo único que ha cambiado de la versión de Galcerán es la sustitución de Jane Fonda por Angelina Jolie al citarla como prototipo de artista comprometida que Verónica admira-.
Luis Merlo y Natalia Millán en un momento de la función. Foto: Teatro Alcázar
Se puede imaginar que la reunión no terminará como un pulcro y elegante duelo de florete. Y eso es lo interesante de la obra: cómo evoluciona la bronca, las pullas que unos y otros se dedican y cómo al final hasta el sacrosanto matrimonio resulta una mascarada.
La producción está dirigida por Townsend, que deja hablar a los actores. La gracia está en el pulso y la savia que le infunde el nuevo elenco, y me ha parecido más compenetrado que el recuerdo que guardo de la producción de 2008, capitaneada por Aitana Sánchez-Gijon y Maribel Verdú. Se diría que estos cuatro actores de ahora han formado compañía, pues llevan trabajando juntos desde hace dos años, cuando estrenaron Conspiranoia.
Natalia Millán ya ha dado muchas muestras de que es uno de los grandes valores de nuestra escena: su Verónica tiene el temple y el tono realista ajustado que exige la obra.
Su contrapunto más directo es el cínico abogado que interpreta Luis Merlo, probablemente en el rol más contenido que le he visto al actor en los últimos años. Merlo disfruta apropiándose de los personajes más políticamente incorrectos y por eso le entusiasman las comedias que se los sirven, como son las de Galcerán y Reza.
Temía que el histrionismo cómico al que tiende Juanma Lumbreras no se ajustara al rol del marido de Verónica, pero lo calza con mesura y naturalidad. Y lo mismo digo de Clara Sanchís, que se enfrenta con éxito a un personaje complejo, la esposa de Merlo, de una aparente banalidad pero que protagoniza algunas de las escenas más complicadas. Así da gusto.
Un dios salvaje
Teatro Alcázar, Madrid. Hasta el 28 de junio de 2026
Autora: Yasmina Reza
Versión: Jordi Galcerán
Dirección: Tamzin Townsend
Reparto: Luis Merlo, Natalia Millán, Juanan Lumbreras y Clara Sanchis.
Dirección de producción: Carlos Larrañaga
Diseño escenografía y vestuario: Anara Garay
Diseño iluminación: José Manuel Guerra
Diseño música y sonido: Andrés Belmonte
Dirección técnica: David González
Construcción escenográfica: Mambo Decorados
