Quién puede dudar que Manuel Fraga Iribarne es un magnífico personaje para la caricatura. La autora Esther Carrodeguas y el director Xavier Castiñeira vieron clarísimo el filón bufo de este político de la derecha española figura clave de la Transición y crearon Iribarne. Producido por el Centro Dramático Nacional, puede verse en el teatro Valle-Inclán. El montaje contiene talento, procura diversión a ratos, pero falla en su resolución, que se hace demasiado larga.

A Fraga le cabía el Estado en la cabeza y la calle era suya; suyos fueron también la creación de los Paradores Nacionales y el eslogan turístico Spain is different. Ministro reformista de Franco, fundador del partido de la derecha en la Transición, uno de los padres de la Constitución, cuatro veces frustrado candidato a la presidencia del Gobierno y, sin embargo, cuatro veces presidente de la Xunta de Galicia por mayoría absoluta. Se preciaba de no regalar sonrisas baratas, sino de actuar de frente y sin dobleces. “No tengo más que decir”, era célebre sentencia suya. Dedicó más de sesenta años a la política.

La obra repasa algunos de estos episodios con la intención de apoyarse en las contradicciones del personaje para parodiarlo. Autora y director seleccionan aquellos que les permiten exagerar sus carácter firme y feroz y también los que les sirven para presentarlo como un oportunista que pasó de político franquista a hombre clave de la democracia en un ejercicio de malabarismo ideológico.

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El objetivo de la autora por desmitificar la Transición y a los protagonistas conservadores le lleva a ofrecer un relato sesgado de una España movilizada por la izquierda que, según nos cuenta, todavía era reprimida por la derecha. El terrorismo de ETA, pan de cada día en aquellos tiempos de plomo, solo se menciona una vez.

Satirizar exige tomar partido, desde luego, pero en Iribarne se ve la bandería ideológica en exceso, hubiera estado bien repartir más estopa a diestro y siniestro e intentar ese difícil equilibrio en anécdotas y personajes para regodearse y reírse de todo y de todos. Sin embargo, se burlan de Suárez presentándolo como ridículo perro faldero de Juan Carlos I, mientras a la estalinista Dolores Ibárruri le hacen una hagiografía feminista porque “hace latir nuestros corazones”.

El inicio es brillante, aceptable la parte intermedia con algún destello genial y el epílogo es cansino y reflexivo. Da la sensación de que el entusiasmo con el que la compañía se enfrascó en el proyecto fue agotándose como un amor de primavera, o simplemente llegaron al estreno sin haber ensayado lo suficiente, especialmente el tercer acto, ya que la falla con los dos primeros es demasiado evidente.

Nada que una buena poda no ayude a remediar, pero no es fácil. Hay un cambio de estilo dentro de la obra: en los dos primeras horas mandan los gags con acciones físicas y mímicas de los actores bien coordinadas; estas partes siguen el patrón de un guiñol, están fabulosos Antxo Outumuro y Jorge de Arcos, y todos juegan a aparecer y esconderse por puertas y escotillones secretos de una escenografía funcional y efectiva (Castiñeira y Diego Valeiras).

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En esta parte de la obra los cinco actores hacen de Fraga, se van alternando y no hay confusión con ello porque todos visten igual, pero cada uno lo interpreta a su manera. El ritmo es ágil y las escenas se suceden con gracia, aderezadas con coreografías (Sabela Domínguez) y músicas originales (Berto), también con la proyección de unos audiovisuales (Pablo Fontenla) que funcionan casi como tiras cómicas.

Carrodeguas actúa como narradora micro en mano y me gusta el tono que adopta con Fraga, entre comprensivo y paternalista para introducir, primero, su niñez y su entorno familiar, más tarde su ascenso político hasta ser ministro de Franco, ocasión que aprovechan para darnos una caricatura divertidísima del dictador. El mejor hallazgo de la segunda parte es la escena alegórica de la bandera española, que interpreta Lidia Veiga con gran comicidad.

En la última hora tarda demasiado en llegar el telón. Aquí Carrodeguas se convierte en Fraga emperador de la Xunta. Sale ataviada con unos calzoncillos que recuerdan aquel baño del político en la playa de Palomares cual sireno en bañador de talle alto. Demasiados monólogos y demasiado tópicos, que si las mariscadas, que si los sobornos, que el chapapote… la reconversión del político al nacionalismo gallego.

La autora y actriz hace gala de su galleguismo y plantea por qué no una reforma de la Constitución, a la que antes habían calificado poco menos que de refrito franquista, escrita en secreto y otras patrañas. El resto de los actores se limitan ahora a ser coro.

Iribarne

Texto: Esther F. Carrodeguas

Dirección: Xavier Castiñeira

Reparto: Xurxo Cortázar, Jorge de Arcos, Esther F. Carrodeguas, Mónica García, Anxo Outumuro y Lidia Veiga

Espacio escénico: Xavier Castiñeira y Diego Valeiras

Iluminación: Diego Vilar - Equipo Creativo RTA

Vestuario: Diego Valeiras

Música y espacio sonoro: Berto

Audiovisuales: Pablo Fontenla

Editor FX: Antón Miranda

Coreografía y ayudante de dirección: Sabela Domínguez

Segundo ayudante de dirección: Antonio C. Guijosa

Producción: Esther F. Carrodeguas, Juancho Gianzo

Asistencia Técnica: Recursos Técnicos Artísticos (RTA)

Entrevistas: Inma López Silva y Pablo Fontenla

Imágenes de archivo: RTVE

Fotografía: Geraldine Leloutre

Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero

Diseño de cartel: Equipo SOPA

Producción: Centro Dramático Nacional, ButacaZero y Mostra Internacional de Teatro (MIT) de Ribadavia

Colabora: AGADIC / Xunta de Galicia

Texto escrito en el marco del programa Cruces de Camino Escena Norte, de la Residencia Mariñán y de la Residencia de escritura de la Sala Beckett 2023