Naufragios de Alvar Núñez o la herida del otro cierra y completa la trilogía americana de José Sanchis Sinisterra (que incluye también Lope de Aguirre, traidor y El retablo de El Dorado). Su autor comenzó a trabajar en ella en la década de los 80 y tuvo la oportunidad de estrenarla en 1992, dentro de los fastos organizados para conmemorar el Descubrimiento de América, pero la falta de entendimiento con Mario Gas, que iba a dirigirla, hizo que finalmente retirara el texto. No fue hasta 2006 cuando la representó en el Teatro Colón de Buenos Aires, con dirección de Roberto Aguirre. Ahora el Centro Dramático Nacional la presenta por primera vez en nuestro país, dirigida por Magui Mira, con un reparto de 16 actores, en un ambicioso montaje de fabulosa plasticidad.

El texto sigue la estela de muchas obras del autor inspiradas en textos no dramáticos. Fascinado por las crónicas de Indias, Sanchis elige una de las más asombrosas, la de Los naufragios de Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, que como bien ha señalado José María Merino, no solo es el relato de una emocionante aventura, sino también un texto precursor de los estudios de antropología cultural por los detalles que cuenta sobre las costumbres y formas de vida de los indios con los que Cabeza de Vaca y su expedición entró en contacto.

La crónica tiene también una gran virtud, rompe con los tópicos imperialistas que suelen atribuirse a todos los conquistadores de aquellos tiempos, aunque solo sea por el relato de las penalidades y los naufragios que la expedición padeció y que su autor narra: de 400 hombres solo volvieron cuatro (Alvar, Dorantes, Castillo y el moro Estabanillo); y las vicisitudes que vivieron fueron muchas, embarcaron como marineros, luego fueron soldados, esclavos de los indios, prisioneros maltratados, buhoneros, curanderos...

Sanchis Sinisterra teatraliza la peripecia de los personajes para cuestionar su identidad, mostrando cómo las circunstancias fueron transformándola a lo largo de los diez años que pasaron en tierras americanas. Le interesa subrayar cómo les cambió su contacto con el “otro”. Alvar, por ejemplo, amancebó con la india Shyla con la que tuvo un hijo. Pero a modo de contraste su texto hace apelaciones al presente, al privilegiado mundo occidental de hoy. Claro está que la perspectiva del autor es la de un detractor de la Conquista, porque él considera que “la cultura europea –la civilización blanca, euroasiática– allá donde va aniquila, explota y produce monstruos”. Idea que comparte la directora de este montaje, que escribe en el programa de mano: “Ese gran error histórico que fue la Conquista”.

El propio autor ha señalado que es uno de sus textos más arriesgados de su producción, ya que pone en práctica su teatro antirrealista. Para ello echa mano de “anacronismos” o formas de romper el relato lineal o histórico, aboliendo el espacio, el tiempo e incluso la identidad de los personajes. En realidad, más que abolir el espacio o el tiempo, lo triplica, pues el espectador asiste al presente, al tiempo que se cuenta en el relato, y al momento en el que Alvar Nuñez lo escribió, cuando volvió a Castilla, antes de embarcarse en la segunda expedición que le llevaría al Río de la Plata.

Como buen alumno de Beckett, Sanchis Sinisterra ha hecho apostolado de la desnudez teatral más absoluta tanto en el fondo como en la forma. No sé qué opinará de este montaje espectacular en la forma y de gran complejidad técnica, y con una ambición plástica que Mira ha resuelto bien en algunos aspectos, aunque en otros hay demasiado barullo.

Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, los escenógrafos, han dividido el escenario en dos. De la mitad hasta el proscenio se desarrolla el tiempo presente. Comienza la obra y vemos a Alvar (Jesús Noguero) incómodo, como si hubiera despertado de una pesadilla mientras su mujer Mariana (Clara Sanchis, en el papel de una burguesa impostada de nuestros días) dice desde la cama una sarta de banalidades. Un barrizal ocupa de la parte central del escenario hasta el foro, con una gran caballo -símbolo de la Conquista- en una esquina: el relato aquí se traslada al alucinante grupo de conquistadores que deambulan desnudos por tierras de La Florida y México, moviéndose en el barrizal entre un ruido de palabras, música y lluvia que impide entender lo que dicen al inicio de la función. El tercer estadio temporal aparece cuando la pareja de actores que encarnan Dorantes (David Lorente) y Castillo (Rulo Pardo) cuestionan el relato que escribe Alvar.

Por si no fueran suficientes los planos espacio-temporales, Mira ha añadido una partitura visual de su cosecha que, si bien no añade texto, sí más metateatralidad y confusión, ya que pone en paralelo la experiencia de la Conquista con las migraciones actuales, haciendo emerger, por ejemplo, las muertes de los inmigrantes en el mar.

El vestuario (Gabriela Salaverri) y la caracterización (Moisés Echevarría) componen un grupo fantasmagórico de desharrapados y miserables en el grupo de conquistadores, que se mueven (María Mesas en movimiento escénico) casi como sombras espectrales, creando cuadros de gran belleza y tono expresionista, en conjunción con la iluminación de José Manuel Guerra. El elenco ofrece buenos trabajos, destacan las interpretaciones de David Lorente y Rulo Pardo, casi siempre burlones, el personaje femenino de Muriel Sánchez, y Jesús Noguero en un grande y esforzado trabajo como Alvar. Los actores usan micrófonos, -tantos elementos cruzados (música, textos, sonidos…) quizá los hacen necesarios- y son excesivas las ocasiones que incurren en elevar sus voces al cielo.

@lizperales1