Concha Velasco ha dicho que la noche de los Goya va a ser su noche (le dedican el Goya de Honor) y quiere que la presenten “como Dios manda”. Pero ella no contaba con las "sugerencias" que el sindicato Unión de Actores ha dado a los invitados para que la transformen en una gala política y antigubernamental. Y aunque es difícil aguarle la fiesta a la Velasco, porque es la que con seguridad tiene más tablas de todos los allí reunidos, la cosa no pinta bien para Wert y Lassalle y para los que no comulgan con el sindicato.



A estas alturas la pregunta que muchos se hacen es la de qué actores seguirán las consignas de la Unión de Actores el próximo domingo en la Gala de los Goya. El presidente de la Academia de Cine, Enrique González Macho, ha declarado que está decidido a impedir que la gala se convierta en otro “No a la guerra”, pero no ha dicho cómo lo evitará. El pulso está echado. Si la Unión de Actores triunfa, lo lógico es pensar que repita la operación en los Premios Max de Teatro, cuyos finalistas se darán a conocer precisamente la semana que viene, el 20 de febrero.



Los artistas deberían reflexionar sobre los efectos que estas operaciones de agitprop tienen en los espectadores y, sobre todo, en la inquietud ciudadana que provoca que cualquier acto cultural o social termine en algarada.



La Gala de los Goya es una oportunidad única para promocionar la industria del cine español y a quienes trabajan en ella. Lo organiza la Academia, con el sostén de las adminstraciones públicas y de TVE, que lo retransmite en directo por la 1. ¿Ha pensado la Unión de Actores en los efectos que tiene para la industria pervertir la naturaleza de esta fiesta? ¿Ha pensado en los espectadores? El televidente, al contrario que el sufrido ciudadano, cambia de canal rápidamente si le tocan las narices. Se dirá que los actores pierden poco si consiguen bajos índices de audiencia porque ellos no corren con la cuenta. Yo creo que pierden muchísimo, pierden la simpatía del público, algo fundamental para su carrera. Con acciones así desaprovechan una ocasión para dar a conocer sus películas y hacerse querer por los espectadores.



La mayoría de la gente tiende a pensar que la algarada es un apéndice de la libertad de expresión y que lo democrático es soportarla poniendo buena cara. Yo la veo precisamente como un signo autoritario que consiste en castigar a la ciudadanía porque no ha votado a los tuyos, un ataque en toda regla a las normas civilizadas de conducta, una humillación para quienes la sufren... Ademas, desde hace 40 años más o menos siempre las protagonizan los mismos, y siempre son contra más o menos los mismos.





Este empeño del sindicato en quitarnos la fiesta para castigarnos dándonos la paliza hasta que nos arrepintamos de nuestros pecados politicos quizá tenga una interpretación más simple: se trata de robarle el plano a nuestras estrellas, y aprovecharse de la promoción que no alcanza en sus convocatorias periódicas. Su actuación, aunque sin tanta gracia, me recuerda a Peter Sellars haciendo de extra y tocando el cornetín en El Guateque.