Rima interna por Martín López-Vega

Japón serrano

23 enero, 2012 01:00

"El soneto de los haraganes"; así definió alguien al haiku, aunque del mismo modo se podría decir que el soneto es el haiku de los palabreros. Sea como fuere, en el tener ambos una estructura fija (que admite más o menos variaciones, más bien pocas en el caso del haiku) hay un reclamo a lo que de lúdico hay siempre en la poesía que nunca conviene desdeñar.

A la fortuna que el haiku ha tenido en Occidente en general y en las letras hispanas en particular dedicó el poeta Josep Maria Rodríguez su tangencial ensayo Hana o la flor del cerezo (Pre-Textos), un texto sugestivo que pone sobre todo de manifiesto que el haiku no es ya una estrofa de la poesía japonesa, sino una estructura plenamente occidental que recuerda o se basa en aquella oriental (de hecho, Rodríguez parece haber escrito su libro sin saber japonés, o al menos sin ponerlo de manifiesto). Un libro que falta es uno capaz de comparar competentemente lo que sea el haiku japonés, las sugerencias que provoca, con lo que ha devenido el haiku occidental, sin duda otra cosa que a menudo se conforma con repetir una estructura silábica que tampoco ha de funcionar de igual modo en una lengua tan diferente como lo es el japonés. No es un reproche al hermoso libro de Rodríguez, ni mucho menos; tan sólo una petición para que alguien complemente su documentado trabajo.

Y ¿cómo es el haiku occidental, ese que salpica no pocos libros de poesía española reciente, género al que algunos de nuestros poetas han dedicado volúmenes enteros? Aunque lo habitual sea optar por la sugerencia, no falta quien opta por el epigrama adaptado a la estructura silábica del haiku, así este de Javier Almuzara titulado "Naufragio", incluido en su libro Por la secreta escala: "Sin tocar tierra / hemos llegado / al puerto de destino".

El poeta Juan Carlos Reche pensó en hacer alguna vez, creo recordar, una antología del haiku español que iba a titular "Japón serrano". Lo mismo que al epigrama, no falta quien le ha puesto al haiku un toque de humor para acercarlo a la copla popular. Los riesgos de ambas derivas son evidentes: la obviedad y el chiste. En el caso del haiku "sugerente" el vacío se llama vaguedad.

El cántabro Juan Antonio González Fuentes publicó en 2010 Haikus sin estación (Carena). Haikus sin parecerlo, en el sentido de que no disuenan en el contexto de su trabajo poético: es como si siempre hubiera estado buscando esa forma. "Piedra, fin y sol, / tres palabras con frente, / pieles de poema", dice uno de los incluidos en ese libro. Dice así un breve poema en prosa de su libro La lengua ciega (DVD ediciones), titulado "Mediodía": "Mediodía. La materia interior del verano. Aquello que significa el clima claro del mundo, sus llamas oscureciendo palomas y lenguaje, el temblor que aprende a respetar la prueba e intimidad del horizonte". En su caso el haiku no es más que un vestido distinto para una misma voz. También la asturiana Herme G. Donis publicó en 2009 el volumen bilingüe La mirada efímera / Lo sguardo efímero (Levante editori, Bari), una colección de haikus de quien después ha continuado la senda de esta estrofa mínima (su facebook está repleto de ellos como un cerezo en plena floración). Escojo para ustedes tres de aquel libro:

Noche de nieve.

El agua de la fuente

se escarcha al vuelo.

En el silencio

se desprende una hoja:

el bosque tiembla.

Breve camino

para borrar tus huellas

le queda al tiempo.

Por su parte José María Prieto Zamora ha dedicado una serie de libros a diversas estrofas orientales: Haiku a la hora en punto (Vitrubio) escoge precisamente el haiku. Prieto Zamora añadió a su libro un iluminador prólogo en el que recuerda, entre otras cosas, que el patrón métrico del haiku es cualquier cosa menos intocable: el propio Basho lo rompió en ocasiones. "Sobre una bici / padre e hijo demuestran / ser uña y carne", dice uno de los haikus de Prieto Zamora.

Bien, se trata apenas de algunos ejemplos de la estrofa más exitosa (sobre todo entre los organizadores de talleres poéticos sin mucha imaginación) de los últimos tiempos. Incursiones más o menos fugaces aparte, Susana Benet (Valencia, 1950) [en la imagen] es un caso singular. Ella sólo ha publicado libros de haikus: tras Lluvia menuda (La Veleta) y Faro del bosque (Pre-Textos), Huellas de escarabajo (de nuevo La Veleta: qué hermoso volumen) es su tercer libro y su tercera colección de haikus. Singularidades como la suya enriquecen nuestra poesía. En Huellas de escarabajo hay, como en sus dos entregas anteriores, variedad de temas y enfoques. El que abre el libro y le da título es un hermosísimo ejemplo de cómo el haiku sirve, sobre todo, para mostrarnos la belleza infinita de lo ínfimo:

Sobre la arena

huellas de escarabajo.

Constelaciones.

Hora del té.

Tintín de cucharillas

contra las tazas.

No sólo lo pequeño, también lo aparentemente feo puede ser hermoso:

Fruta podrida,

cubierta de rocío

inmaculado.

Sin duda, parte de esta poética es la sorpresa, el hallazgo casual:

Entre las hierbas

que recogí del monte,

un caracol.

También la impresión fugitiva:

El ascensor.

Un abrigo que huele

a naftalina.

Benet evita el pastiche: no quiere que sus haikus suenen a imitaciones, por más que su tradición esté bien clara. Por eso no duda en recurrir a elementos paisajísticos y humanos bien contemporáneos:

Una autovía

sobre el pequeño huerto

del jubilado.

No acabaríamos nunca de dar el listado de matices que contienen los haikus de Susana Benet. Cada uno de ellos tiene su gota de temblor y de hermosura, algo que los diferencia de los otros y los individualiza como cada uno de los instantes fugaces que retratan y retienen. Hay poetas que juegan a escribir haikus y otros para los que el haiku es su mejor forma de mirar. Los mínimos haikus de Susana Benet crecen como luz en nosotros y no se acaban nunca.

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