Jorge Riechmann (Madrid, 1962) es uno de los poetas españoles en activo a los que siempre merece la pena leer. También es, probablemente, el más prolífico de todos, lo que no es, a priori, ni bueno ni malo: a nadie le parece mal que Pablo Neruda o Fernando Pessoa escribieran una obra que ocupa varios volúmenes; y una obra breve no garantiza la calidad, sólo la cortesía. Recién aparecido el primer y voluminoso tomo de su poesía completa en Calambur, Futuralgia (que añade, además, inéditos) Tusquets presenta su nueva entrega, El común de los mortales (páginas: 262).

Creo sinceramente que la poesía de Jorge Riechmann es una de las importantes de nuestro tiempo, y también que ganaría con una doble poda: en cantidad (muchos poemas reiteran asuntos y formas) y en mayúsculas: a veces peca de obviedad. Un buen ejemplo me parece el poema que abre este nuevo libro, uno de los mejores del conjunto, titulado "Apenas lluvia":

Esta mañana algunas gotas de lluvia, apenas

un rastro de humedad sobre la piel polvorienta

de las cosas, como caricia apenas esbozada

El aire de septiembre amplifica ese olor. La tensa tierra

aguardaba más, necesitaba más, pero

quien corría como un lobo ha de aprender

a no desdeñar el pausado trotecito

El tiempo pasa, murmura

la lluvia, y aún estamos vivos

Aspiremos a fondo la fragancia

de tanto acontecer. Como una

manera de presentir apenas la justicia

entre la prieta oscuridad, como una mano

apenas mojada que siguiera buscando y rebuscando

y completase a lo lejos la caricia

 

El mecanismo de este poema demuestra el gran artesano del verso que es Riechmann. El poema actúa sobre un momento de cambio, sorprende un instante del mismo modo que lo hacen los cuadros de Balthus (en ese gesto extraño que va de un gesto a otro y en el que normalmente no reparamos, pero es esencial para el cambio), un momento de cambio que lo es de espera y de espera incómoda, un poema al que le bastan unos pocos versos para poner en práctica lo que en prosa lleva varias páginas (y el ejemplo es ese libro, hermoso y recomendable, de Harold Schweizer titulado precisamente La espera y que acaba de publicar Sequitur). La espera (y cuanto más incómoda, mejor) es el punto álgido de la duración bergsoniana. El cambio que espera el poema es el completarse de la caricia "apenas esbozada" en el verso tercero. ¿Y qué caricia es esa? En el cuarto verso comenzando por el final se explicita: "la justicia".

Una gran palabra, sin duda, de las que en tiempos se escribían con mayúsculas. Lo que pretende Riechmann con esa irrupción parece sencillo: darle un golpe de realidad al poema. ¿Lo logra? Creo que, más que un golpe de realidad, esa palabra convierte el poema, por un momento, en un formulario funcionarial, sin llegar a malograrlo: es un buen poema que hubiera sido mejor si hubiera logrado esquivar esa obviedad. Es evidente que Riechmann confía en la inteligencia de sus lectores y cuesta entender por qué realiza esta clase de concesiones a lo fácil. Probemos a cambiar esa palabra por otras menos estropeadas por su uso en vano: ¿equilibrio, tal vez, que no le hubiera desagradado a su admirado Kenneth Rexroth?, que de paso, abre el poema a más líneas de fuga que la única que impone la palabra "justicia".

Claro que también puede ser que lo que pretenda Riechmann sea dar nuevo valor a esas palabras gastadas. Loable intento, sin duda, que necesita del apoyo del contexto histórico (lo que lamentablemente no ocurre) o, en su lugar, de una carga irónica que los poemas de Riechmann normalmente no alcanzan (en buena medida, porque ni siquiera lo pretenden).

El lado de lo obvio malogra muchas de las páginas de Riechmann, que es también un conocido ensayista al que tal vez sus habilidades para ese género afecten a la hora de afrontar un poema. El lector no espera lo mismo de un reportaje periodístico que de un poema. No es que no puedan contaminarse (a estas alturas, cabría decir que deben hacerlo). Pero hay una diferencia entre ambos que cualquier lector percibe y que, Auden lo decía, es arduo explicar por más que sea evidente de forma intuitiva. Poemas como "Vastos horizontes" y su crítica al capitalismo son apenas apuntes de artículos, pero difícilmente de poemas. Son demasiado obvios, algo que un artículo periodístico puede permitirse, pero un poema no. Otro ejemplo, otro de los buenos poemas del libro:

¿Has visto alguna vez

luciérnagas?, preguntaste. Sí,

contesté. La última

con esos niños de vacaciones en la aldea

que admirados por la belleza de los bichitos de luz

jugueteaban con ellos

hasta despedazarlos

El mensaje del poema es claro: ¿hacía falta titularlo "¿Nadie cuida a nadie?", de forma casi curil?

Riechmann explora las posibilidades del lenguaje coloquial con habilidad: juega con el refrán, con lo ingenuo y lo ensayístico. Ha hecho una poética de la renuncia a la ironía (y casi en beneficio de la ingenuidad: ¿cómo pudo titular un libro de poemas Amarte sin regreso, que parece el relato de un viaje sólo de ida al planeta rojo?). Pero la ironía es el recurso que, en poesía, mejor funciona para poner coto a lo obvio, para leer entre las líneas de lo real evidente. Podemos renunciar a ella, claro (y sin duda, conocemos los males de su exceso), pero si renuncia a ella el poeta debe buscar una alternativa para lograr que su poema dé el salto que va del lenguaje panfletario (que siempre grita más que argumenta) al poético (que se aprehende más que se deduce). En su forma de entender el lirismo y su inevitable conexión con la realidad circundante Riechmann evidencia sus lecturas de Bertolt Brecht, quien consiguió como nadie hacer política en verso (o sea, preocuparse por las cosas de la polis) sin que parezca que está echando un mitin. Su mejor discípulo, Hans Magnus Enzensberger, en un artículo sobre el fin del panegírico (incluido en su libro Detalles, publicado en España por Anagrama), muestra tres líneas maestras que siguen siendo válidas para quien hoy quiera escribir poemas políticos:

"1. Por derecho de primogenitura, la poesía debe mostrarse incorruptible frente a cualquier poder político. Desde hace un siglo, ha quedado todavía más claro cuál es la línea divisoria que distingue su evolución de la evolución política. Cuanto mayor sea la presión tanto más marcadamente expresará esta indiferencia. Su cometido político es precisamente el de rehusar todo cometido político y hablar para todos, incluso cuando no habla de nadie, cuando habla de un árbol, de una piedra o de lo inexistente. Tal cometido es bien ingrato. Y tal vez el más fácil de olvidar. Nadie pedirá cuentas; por el contrario, se ensalza al que traiciona este cometido a fin de defender los intereses de los poderosos. Y sin embargo, en poesía no hay circunstancias atenuantes. La poesía que se «vende», sea por error o por vileza, está condenada a muerte, sin posible indulto.

2. El poder político, despojado de su apariencia mítica, no puede reconciliarse con la poesía. lo que se denominaba antes inspiración ahora se llama espíritu crítico: el espíritu crítico se convierte en la fértil inquietud del proceso poético. A los ojos del poder político, la poesía es anárquica, porque fuera de su misma órbita no le es dado reconocer ningún otro «principio»; es intolerable por insumisa; subversiva por el simple hecho de existir. Por su sola presencia, constituye un mentís a la propaganda oficial y a las declaraciones políticas, a los manifiestos y a las banderolas. Su misión crítica se parece a la del niño del cuento. Para ver que el rey está desnudo no hace falta ningún «compromiso». Basta con que un solo verso rompa el clamor inarticulado de los aplausos.

3. La poesía es transmisión de futuro. Frente a lo que tiene vigencia en el presente, evoca lo que no se ha cumplido aún y que de por sí sobreentiende.Francis Ponge hizo observar un día que sus poemas parecían escritos inmediatamente después de la revolución. Lo mismo cabe decir de cualquier otra poesía. La poesía siempre es anticipación, en forma de duda, de repulsa o de negación. No quiere decir esto que hable del futuro, sino que lo hace como si éste fuera posible, como si se pudiera hablar en libertad entre esclavos, como si no hubiera alienación o silencios forzados (aunque el mudo a la fuerza no pueda declarar esta mudez, ni el alienado su propia alienación). Si no fuera al propio tiempo lucidez crítica, este poder anticipador de la poesía abocaría a la simple mentira. Si tal lucidez crítica no fuera también anticipación, sería impotencia de obrar. Tan angosto, tan expuesto es el sendero de la poesía, y tan escasas -no mayores que las nuestras, aunque más claras- las probabilidades de cumplir su auténtico destino".

Para Enzensberger, probablemente el gran poeta político de nuestro tiempo, todo lo político que debe ser un poema lo es este de Bertolt Brecht:

Estoy sentado al borde de la carretera,

el conductor cambia la rueda.

No me gusta el lugar de donde vengo.

No me gusta el lugar a donde voy.

¿Por qué miro el cambio de rueda

con impaciencia?

Jorge Riechmann lo tiene todo para ser esta clase de poeta. Apenas le falta renunciar a la voluntad de sermonear, acabar de confiar en la inteligencia de sus lectores. Mientras tanto, le perdonaremos que no acabe de fiarse de que entenderemos el poema en todo su sentido y seguiremos leyéndole, lo que siempre depara momentos de verdadera intensidad poética (aunque para ello nos saltemos algunas palabras demasiado mayúsculas).