Debo reconocer que la gente que da el Nobel me cae bien. Difícilmente se dejan llevar por las modas y acostumbran a sorprendernos. Cuanto más controvertido, mejor premio. En lo que concierne a la poesía, la lista de premiados en los últimos años es irreprochable. Claro que se han olvidado a algunos: pero si no fuera por el impacto publicitario del premio (al fin y al cabo, es publicidad, pero para un poeta, eso significa ganar lectores...) ¿estaría ahora editada del mismo modo en España Wislawa Szymborska?

Tomas Tranströmer llevaba mucho tiempo sonando como candidato. Es sin duda uno de los grandes poetas de nuestro tiempo. Esta vez no ha habido sorpresa ni servirá para editarle mejor aquí: su obra completa está ya disponible en España gracias a la editorial Nórdica que editó el año pasado El cielo a medio hacer, una amplísima antología que se ha visto completada hace unas semanas por Deshielo a mediodía, que recoge lo que había quedado fuera del primer tomo. Es raro haberlo hecho así y que sólo el tomo de las "sobras" sea bilingüe, pero tenemos a todo Tränstromer. Antes Hiperión había editado otra antología, igualmente traducida por Roberto Mascaró y titulada Para vivos y muertos. Una versión ampliada titulada Poemas selectos y Visión de la memoria la editó en Venezuela Bid & Co. Y en catalán, Perifèric Edicions publicó en traducción de Carolina Moreno Tena La plaça salvatge en 2008.

¿Y cuál es la importancia de este poeta nacido en Estocolmo en 1931? Como casi todos los poetas europeos de su generación (que en Suecia incluye también a Lars Forsell o Lasse Söderberg, quien dedicó un poema a Tranströmer en el que dice: "Tú conoces las relaciones dispersas de las cosas, / la alquimia de las piedras, un mundo oculto") busca un lenguaje más sencillo que abre, por contraposición, las puertas a una mayor libertad. Como en otros muchos poetas nórdicos, la naturaleza es el paisaje de fondo de una obra que juega con las distancias: la realidad se contempla con una multiplicidad de espejos que ha llevado a Lars Gustafsson a escribir que la poesía de Tranströmer usa "las leyes de un camaleón a la inversa", y a decir de él que es "un ser poético que logra conferir su propio color a lo que le rodea". Para Robin Fulton, uno de sus traductores al inglés, crea "imágenes que brotan de la página de modo que la primera vez que los leemos nos parece estar ante algo realmente tangible".

Tranströmer comenzó a escribir poesía cuando estaba en la opresiva escuela de gramática latina Södra, la misma que Ingmar Bergman recogió en Franzy, rodada en ella cuando Tranströmer era uno de sus alumnos. Pero en seguida comenzó a devorar toda clase de libros, especialmente de geografía. Luego llegaría la guerra, la separación de sus padres, la ausencia de su padre, la crisis psicológica que tratará en un texto en prosa titulado "Exorcismo" y que le llevará en parte a decidir estudiar Psicología en la universidad de Estocolmo.

Del mismo modo que el poeta y científico checo Miroslav Holub, Tranströmer no distingue entre sus dos oficios, en su caso, psicología y poesía. En una entrevista concedida en 1973 decía:

"Creo que hay una relación muy cercana entre ambas, por más que no sea sencilla de ver. Cuanto uno escribe es la expresión de una experiencia oculta. Y los problemas del mundo están muy presentes en lo que escribo, aunque no siempre de un modo directo".

En el texto que sirve como prólogo a la edición francesa de la poesía completa de Tomas Tranströmer (Baltiques, Gallimard) escribe Kjell Espmark (otro espléndido poeta, aunque más conocido por ser miembro de la Academia Sueca que otorga la famosa "bendición" del Nobel) que "Son raros los autores suecos que han jugado un papel en la literatura universal". Tras nombrar a Swedenborg y Strindberg, apuesta por Tranströmer como el único capaz de unirse a ese dúo y convertirlo en trío. Si la importancia de un poeta se mide por su influencia en otros poetas, hace falta bien poco para darle la razón a Espmark. De Tranströmer dijo Joseph Brodsky que es "un poeta de primera importancia, de una inteligencia increible" además de reconocer que "yo le he robado más de una metáfora". Si además añadimos que sus traductores lo son de la talla de Robert Bly (al inglés) o Bei Dao (al chino), otros dos de los más grandes poetas contemporáneos, no hace falta insistir mucho más en el asunto. Si ya hemos leído los poemas de Tranströmer, incluso todo esto se vuelve innecesario.

En una entrevista publicada en Hungría en 1977 Tranströmer se definía así:

"Mis poemas son lugares de encuentro. Lo que intentan es establecer una conexión entre aspectos de la realidad que el lenguaje convencional y los puntos de vista habituales suelen dejar de lado. Detalles enormes y mínimos del paisaje reúnen y dividen a las culturas y a la gente. Pero en una obra de arte, naturaleza e industria, etc, trabajan juntas. Lo que en principio parece una confrontación acaba por ser una conexión".

De la poesía sueca contemporánea sabemos mucho, gracias, especialmente, a la labor de Francisco J. Uriz, a quien nunca agradeceremos bastante su empeño en traducir autores nórdicos. Suya es la otra edición ejemplar de poetas suecos en la editorial Nórdica, la de Harry Martinson, otro altísimo poeta. Tranströmer nos trae la misma mezcla que hizo grandes a otros poetas de su generación en otras lenguas: una enorme cultura, no sólo poética; una gran potencia crítica disfrazada de ironía; una gran libertad estilística y, sobre todo, una mirada capaz de resumir un corte transversal del mundo en forma de imagen.

Pero, sobre todo, hay algo genuinamente propio en la poesía de Tranströmer. Algo que nos hace sentirnos en sus poemas como en cajas de realidad a las que el poema busca un punto de fuga a través de la imagen. Tomas Tranströmer está casi siempre en sus poemas, pero rara vez le vemos claramente, no podríamos extraer prácticamente ningún dato biográfico de sus versos. Lo que nos queda, y eso es lo que a uno le gustaría aprender en un poeta como él, es su mirada, capaz de sorprender no ya lo que ocurre en el mundo, sino el por qué ocurre de ese modo. Un poema de Tranströmer descompone un instante del mundo, separa cuidadosamente las piezas para luego volverlas a colocar en el mismo lugar. Después de esa operación, claro, el mundo no es el mismo: ahora sabemos la importancia no sólo de la existencia de cada pieza, sino de la importancia de que esté exactamente en ese lugar; y sabemos lo que ocurriría si una sola de esas piezas faltase. Tranströmer además siempre hace una pequeña trampa: todo lo recoloca a la misma distancia, pero mínimamente desplazado con respecto a su posición original. Y entonces nos ha cambiado la luz, y nos deja con la sensación de que todo, todo, es sospechoso de algo. De poder enseñarnos algo sobre nosotros mismos, por ejemplo.