[caption id="attachment_446" width="560"] Luis García Montero[/caption]

Hay un tema recurrente en la literatura, sobre todo en la poesía, que tiene que ver con la identidad. La identidad es algo colectivo y, al mismo tiempo, particular, como suelen ser todas las preguntas relacionadas con el individuo. Es decir, es un interrogante con tantas respuestas como veces se formula la cuestión.

Es común que el que escribe se acabe preguntando en algún momento quién es, qué significa lo que hace o lo que piensa, por qué es de este modo y qué pretenden los instintos que le persiguen.Si todo esto coincide, además, con una época social y económica convulsa, que agudiza la incomprensión de los lugares que habitamos y acentúa el signo de interrogación de los sueños, la incertidumbre está servida. Responder a todo aquello no deja de ser un arduo empeño. A veces, pienso, es mejor pasar la vida intentando darle contestación que encontrándola. Si logramos hacerlo, ¿qué nos queda por conocer?

Luis García Montero, poeta y profesor, amigo de la poesía y ya comprometido con la historia de la literatura, acaba de publicar A puerta cerrada (Visor), un libro que aúna poemas escritos desde 2011 a 2017, en pleno ecuador de la crisis económica española, que subyace en esta obra. Es un libro que huele a nuevo, aunque cuenta cosas de un mundo que ya conocemos, detalles que no sorprenden, pero sí desconciertan, pues muchos ya estaban disimulados en la cotidianidad. García Montero los vuelve a poner sobre la mesa, con esa pluma suya estudiada y cuidada que mima las palabras con cariño, un cariño que se percibe en los espacios y que hace que el verso más duro sea leído con ternura:

Si nada queda dentro de los sueños, / deja que las palabras respiren en la calle.

En A puerta cerrada nos encontramos con un ser humano que se cuestiona, que no cesa en su búsqueda y que consigue encontrar algunas respuestas. Es de admirar el ejercicio introspectivo del poeta, la sinceridad de la confesión que se apoya en la tinta para expresar, aunque duela, que el paisaje ha cambiado, pero uno sigue siendo el mismo. No es difícil imaginar a García Montero encerrado en su habitación, después de un día doloroso, armándose de valor para enfrentarse a un interrogatorio impuesto por él mismo. Sin embargo, no está solo: le acompaña un lobo que aparece y araña el libro de una manera sutil, con un ojo abierto y el olfato a la espera de la orden de su acompañante.

(…)

 

La cerradura duerme con dos vueltas de llave.

Y las sombras que caen,

que me dejan desnudo al caer en el suelo,

miran como la ropa del único testigo.

 

Hay ruidos en la noche.

No son hojas perdidas,

lamentos de ascensor

o lluvia mal cerrada.

 

Son mis pasos.

 

García Montero se vale del amor, de la palabra y de la comprensión para enfrentarse a lo que no entiende, pero también de la asunción de los cambios, del acomodo en un nuevo mundo, del compromiso con la poesía para no fallar en sus preguntas. ¿Quién soy?, se pregunta. Poeta y perdonado, se responde.

 

Dependo de un mal paso

 para no faltar hoy, ni mañana, ni nunca,

allí donde discuten las miradas anónimas,

allí donde es urgente la poesía.