Homenaje a Fernando Zóbel (1924-1985) en la Semana de Música Religiosa de Cuenca. En el mundo y en España, Zóbel fue un artista de marcada personalidad cuyos cuadros son inconfundiblemente suyos. En Cuenca, fue uno de los puntales de una vida cultural asombrosamente rica.



Con Zóbel a la cabeza, Cuenca es, desde entonces, centro de gravedad de la abstracción en el arte. Además, nuestros mejores compositores y los grandes intérpretes internacionales llevan más de medio siglo acudiendo a Cuenca para hacer sonar la Pascua entre procesión y procesión.



A Zóbel, enorme pintor y flautista aficionado, se le dedicó el concierto del Miércoles Santo de este año. Actuó la Orquesta y Coro RTVE con José Luis Temes al frente y, como casi siempre ocurre con este director, el programa era todo él de compositores vivos.

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Se estrenó En busca de la luz, obra encargo de la Semana al palentino Santiago Lanchares (1952), quien aprovecha el poder evocador de la música para explorar muchos de los aspectos sonoros que puede adoptar el simbolismo de la luz y, por oposición, la oscuridad. Es una música en claroscuro, que aletea en la región aguda, pero está anclada en la grave.

A la vez, es música sencilla de percibir, contemplativa si se quiere, porque parece hecha para ser contemplada. Es la celebración de un tipo de canto orquestal tranquilo, muy cercano a lo tradicional, aunque no de nuestra tierra, sino de alguna tradición exterior o, quizá, imaginaria.



En todo caso, Lanchares se eleva por encima de lo material (o profundiza por debajo, según se mire) sin encumbrarse, con la magnífica y difícil llaneza que prescribieron al alimón Cervantes y Falla en El retablo.



Se presentó también Luz o herida II, de Esteban Sanz Vélez (1960), compositor venezolano establecido en Santander. Es un lamento muy sentido, en sol menor, con una textura transparente que se desenvuelve suavemente y se proyecta con fuerza sobre el oyente.



Se trata de una versión ampliada de un estado anterior, solo para orquesta de cuerda. El fluir monocromo de la cuerda se enriquece ahora con leves trazos de color. Clarinete, flauta y metales añaden, además, un preludio que suena expectante, como debe ser.

Temes, Sanz Vélez, Turina y Lanchares. Foto: Davíd Gómez

El homenaje a Zóbel fue triple. La flautista Arantxa Lavín tocó Zóbel, la obra para flauta sola que Tomás Marco compuso nada más recibir la noticia de la muerte sorpresiva del pintor. Su estreno, en junio de 1984, en la Sala Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, con la flauta en sol de Salvador España y el público escuchando la obra en pie y en silencio, lo tengo grabado con fuerza en la memoria. José Luis García del Busto ve en esta partitura emotividad e intimismo. Yo oigo, además, orden —si no, no sería obra de Marco—y genuino dolor.

Luego, se interpretó Exequias (In memoriam Fernando Zóbel), una obra maestra para coro gregoriano y coro y orquesta de cámara con la que José Luis Turina cumplió el encargo de la Semana en 1985. La obra sonó con fuerza expresiva y evocadora.



Es música claramente funeral y transmite emoción sobrecogida ante la muerte de Zóbel, pero también esperanza y una cierta serenidad que la emparenta con Fauré. No tiemblan de culpabilidad los humanos ni se anuncian días de ira.



Todo lo contrario: los espectadores se van a casa canturreando las siete notas de un aleluya —es decir, alegría y alabanza— que Turina dispone en luminoso fa mayor, aunque más bonito aún es lo llega en seguida: una exhibición de 20 aleluyas distintos superpuestos. Al oír al coro partido en 20 voces distintas melismear ¡aleluya!, no sé por qué pensé en la Predicación a los pájaros del San Francisco de Messiaen.

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Exequias avanza por dos caminos paralelos: el canto llano introduce a capela las partes de la misa de réquiem que, a continuación, son glosadas de múltiples formas, algunas de ellas inolvidables, por la orquesta y el coro mixto. En el ricercare inicial, los instrumentos de cuerda proyectan hacia arriba o hacia abajo la línea del gregoriano en ráfagas que, muy zobelianamente, difuminan la recta y la abren a nuevas dimensiones.



Al final de ese número, la sequedad del ricercare enciende chispas sugerentes al chocar con la suavidad del coro y en el Offertorium, un coral clásico vuelve a enfrentarse con la dureza de la cuerda, que lleva esta vez un discurso serial. Muy efectivo es también el viaje de la oscuridad a la luz, de profundis ad te, desde las profundidades hasta ti, del Tractus.



Turina hace este viaje por dos vías sucesivas, no sé si estoica una y mística la otra: la oscuridad se abandona, primero, de manera sinuosa y escalonada y luego, directamente, de un rápido salto. En ambos casos, queda en el oído la riqueza de color y matiz que el autor consigue en el ultra grave, donde lo normal es oír una negrura indiferenciada.

Orquesta y Coro. Foto: David Gómez



Y un último momento inolvidable: la cadencia de flauta sola sobre las notas de quia pius es, un motivo con algo de canción de corro que acerca, una vez más, estas Exequias al Fauré del Pie Jesu. En esa sencillísima melodía, la flauta despliega mil colores con solo saltar de octava a octava.

Además de hacer sonar de manera estimulante este concierto, Temes le añadió un prólogo cinematográfico: la proyección del documental Luz 3: Exequias para Fernando Zóbel, que él mismo produjo y dirigió en 2019 y es un impresionante testimonio audiovisual sobre Cuenca, el Museo de Arte Abstracto, Zóbel y Turina.



Digo documental, por decir algo, porque el proyecto Luz, del que Temes lleva ya realizadas 19 entregas, es un género aparte que funde música y vídeo e historia y ficción, y difunde por encima de todo pasión por los compositores españoles.

Recuerdo bien el día en que conocí a José Luis Temes, hace muchísimos años, en "Maese Pedro", su academia de música. Llamé a la puerta, me recibió él mismo y, como prueba de nivel, me dio, nada menos, la partitura de la Improvisación II sobre Mallarmé de Pierre Boulez.

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Me puso el disco y yo, que venía de perder dos años con el "do do re, mi mi fa" de la Sociedad Didáctico Musical, aluciné pepinos siguiendo aquella escritura imposible de notas desmigajadas, como pasadas por la túrmix, ritmos incomprensibles y pentagramas que se desvanecían y reaparecían sin avisar, como el Guadiana.



Aguanté algunas páginas gracias a que la cosa, al menos, iba despacio y te daba tiempo a rehacerte de las sorpresas. Supe enseguida que aquella era mi escuela. Con Temes me hice músico y aprendí a entender la música como parte de las demás artes y saberes.



Su Tratado de solfeo contemporáneo llevaba un Zóbel en la portada. Para Temes, la música es una misión. Nadie ha hecho más que él por los compositores españoles. Dirigió este recuerdo a Zóbel como el gran maestro que es.