Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Silencio en Venecia

9 octubre, 2015 14:50

Solo conozco una ciudad capaz de dar silencio: Venecia. No hay coches y no sé qué tienen los italianos de esa parte del país que apenas suenan. Quizá sea la despoblación de muchas de sus casas-palacio. El hecho es que basta con esperar un poco a que los turistas se recojan en sus hoteles, salir a pasear y ahí está: silencio urbano. ¡Qué extraordinaria experiencia! Sobre ese magnífico silencio, Iván Fedele levanta la parte musical de la Biennale. Empezaron los conciertos con un quinteto de viento de bonito nombre, Slowind —mejor aún en español, vientolento (¿violento?)— y aún más bonito sonido. Tocaron Trenurki, que significa Momentos, de la eslovena Nina Senk (1982) y Ritorna ancora de Pasquale Corrado (1979). Senk es una compositora elegante y, al mismo tiempo, sensual, dos virtudes que rara vez se oyen en el mismo autor. En la obra de Corrado también se sobrepone lo sensual a lo estructural. En Ritorna ancora se juega al juego de los parecidos, de lo que es casi igual, pero no. En realidad, es el viejo juego de las “diferencias”, como llamaban a las variaciones los compositores españoles del XVI. En el XX aprendimos a superponer las diferencias (¡qué luminosas las versiones “superpuestas” que hizo Luciano Berio de la Ritiratta de Boccherini!) y a disfrutar con los roces y las irisaciones. El piano de Albéniz, por ejemplo, es uno de los resultados posibles de esa operación. La Bienal de este año nos ha hecho oír muchos otros.

[caption id="attachment_727" width="560"] La Sala de Columnas de Ca’ Giustinian[/caption]

El dúo de pianos es una modalidad camerística imposible y, por lo tanto, fascinante. El ataque del piano es afiladísimo y hacer que coincidan dos de ellos en el mismo milisegundo es una tarea hercúlea. Eso como levantar dos guillotinas en la Plaza de la Concordia y pretender concordarlas. A eso se dedican, con éxito espectacular, las dos hermanas turcas Ufu y Bahar Dördüncü. Estrenaron dos obras magníficas. Las Regards sur les traditions, para piano a cuatro manos, del suizo Dieter Ammann (1962) se dirigen sobre Messiaen y Ligeti. Lo bonito es que, con las cuatro manos, no pretende abarcar todo el piano, sino concentrar el sonido en la parte central hasta conseguir una densidad nueva. Resulta un instrumento nuevo, un piano sin extremos y con peso específico doble. De Dai Fujikura (1977), japonés y británico, las Dördüncü estrenaron Cosmic Maps. Aquí aparecieron las guillotinas sincronizadas. En lugar de multiplicar el número de pulsaciones, ya que dispone de 20 dedos, Fujikura refuerza cada pulsación y la hace más densa. Fue una tarde de nuevas densidades.

En el Teatro alle Tese, en el Arsenale, triunfó el Klangforum de Viena. Estrenó Parole di settembre, de Aureliano Cattaneo (1974), en homenaje a Andrea Mantegna. Es un gran fresco vocal/instrumental/visual sobre haikus de Edoardo Sanguineti que dura hora y cuarto y se organiza en tres partes, encomendadas respectivamente a contratenor (Andrew Watts), soprano (Michel-Dansac) y barítono (Otto Katzameier). Se intercalan pasajes vocales de conjunto en forma de madrigales y frottolas. Detrás del grupo, una pantalla gigante nuestra proyecciones de los artistas visuales Arotin & Serghei, algunas de ellas creadas en el momento por interacción con la música, tipo live-electronics. La reunión de todo ello causa un gran impacto. Me impresionó sobre todo la limpieza de la escritura vocal y la de las imágenes. Y, naturalmente, la intensidad de los versos de Sanguineti.

[caption id="attachment_728" width="560"] El Klangforum de Viena[/caption]

También ha habido en la Biennale (o más exactamente en su primera mitad), mucha música con teatro, otro invento del siglo XX: música que aprovecha expresivamente la presencia física de los músicos sobre el escenario. Del gran maestro de esta especialidad, Vinko Globokar, oímos/vimos Augustin en estupenda versión de los Slowind. Igualmente teatral resultó la sesión que el IRCAM de París llevó al Teatro Piccolo del Arsenale, con los estrenos de Lara Morciano (1978), Estremo d’ombra, y Fabio Cifariello Ciardi (1960), Giochi e passaggi. Tan importante en ambos era lo que sonaba, como desde qué parte del teatro sonaba y, sobre todo, cómo estaba iluminado. La música, que es el arte del tiempo, lleva ya medio siglo siendo además un arte del espacio y es bonito comprobarlo aquí, en Venecia, a un paso de San Marcos, la cuna hace cinco siglos de los cori spezzati, los coros separados, que, al sonar alternados, imponían al oyente una escucha espacial, estereofónica. Morziano y Ciardi me sonaron en ese sentido apropiadamente venecianos. Como siempre que el IRCAM está de por medio, también eran clave los intercambios entre la música que se tocaba en directo y sus ecos electrónicos. Refinadísimos en este caso.

La apoteosis de la música con teatro y con espacio vino esta vez del grupo Musikfabrik. Con Johannes Schöllhorn al frente interpretaron el Blind Walk, paseo a ciegas, del polaco Marcih Sta?czyk (1977). A los espectadores se les surtió de antifaz negro de dormir para taparse los ojos y que el tal paseo les resultara lo que el compositor pretendía: una “experiencia en soledad hecha de sonidos, de espacios e imágenes”. Durante toda la obra, los miembros del grupo viajaban tocando y sonando por 29 estaciones, como de viacrucis, distribuidas por toda la Sala delle Colonne, el increíble espacio art decó de la Ca’ Giustinian. La idea es muy ambiciosa y su éxito completo requiere un control minucioso de muchas variables difíciles de controlar. Creo que el efecto que se buscaba (llevarse al espectador de viaje interior/exterior, privado/colectivo) se consiguió en muy buena medida. Antes, el grupo estrenó Zerrisener Faden/Knäuel de Fabio Nieder (1957), deliciosa en su sencillez, medidísima en su diatonismo etéreo.

[caption id="attachment_729" width="560"] “Viaje a ciegas”, con espectadores cegados[/caption]

 

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