A raíz del vigésimo aniversario de El Cultural, se me dio la posibilidad de escribir un artículo que grosso modo hiciera balance de las transformaciones que se habían producido en el arte cinematográfico en este siglo XXI. Bajo el título ¿Dónde está el cine ahora?, no hice más que señalar lo evidente: que el cine ya está en todas partes. Según se mire, podemos entenderlo como una claudicación o como una conquista. Tras sucesivas y diversas amenazas que han ido poniendo en peligro su existencia a lo largo del siglo XX, el invento de los Lumière finalmente ha cedido su centralidad al invento de Edison, el kinetoscopio, que no en vano tuvo su alumbramiento antes que el cinematógrafo. La diversidad de esas “otras pantallas” que hoy nos rodean y dialogan de tú a tú con el espectador, desactivando el ritual colectivo asociado tradicionalmente al séptimo arte, ha generado en todo caso una serie de incongruencias o contrasentidos sobre los que se hace necesario reflexionar.



Al igual que algunos se tomaron en serio aquello de que el mejor cine se hace en la televisión (porque las gloriosas producciones de la HBO a principios de siglo así nos lo hicieron creer), quizá ya va empezando a ser también cierto que el mejor cine no se ve en el cine. Desde este espacio de periodicidad quincenal me propongo dar cabida a esas manifestaciones “audiovisuales” (y es que, acaso como primer efecto de la mutación, el término “cinematográfico” se nos ha quedado pequeño… o grande, según se mire) que no pueden verse en la pantalla grande. Bien porque no fueron concebidos para ello o bien porque los imponderables del mercado y la confusa naturaleza de determinadas producciones no lo han considerado necesario, aunque la obra resultante lo pida a gritos. Sean cuales sean los motivos, lo cierto es que al cine ya no basta con tomarle el pulso en las salas de estreno, pues está en muchas otras partes: en plataformas VOD y galerías de arte, en museos y en Youtube, en una story de Instagram, en un videoensayo, en un film de realidad virtual o en un cortometraje en la red. No nos confundamos. Aquí, en “Otras pantallas”, no hablaremos de series (de esto ya da perfecta cuenta Enric Albero en su blog), sino del cine que no encontraremos en una sala de cine.

Enterrada en su catálogo, Netflix estrenó hace un par de años la alucinógena Good Time, con la que los hermanos Josh y Benny Safdie compitieron en Cannes. Hace unos días, la misma plataforma repitió jugada con la nueva obra maestra de los hermanos neoyorquinos. Diamantes en bruto (Uncut Gems) no ha tenido espacio en los Óscar ni repercusión en festivales ni cabida en las grandes pantallas, pero es sin duda la primera de las candidatas a proclamarse la mejor película del año. Hoy en día, los Safdie son los verdaderos outsiders de América, no solo por el manifiesto linaje que ata su cine a la inmediatez y ferocidad de John Cassavetes sino en el sentido de que sus creaciones —no nos olvidemos de Go Get Some Rosemary (2009) ni de Heaven Knows What (2014)— están pobladas de personajes fuera del sistema, salvajes y neuróticos, a partir de los cuales generan los desequilibrios y tensiones de sus películas.

Diamantes en bruto lleva hasta el paroxismo toda la poética de los Safdie, muy vinculada al cine de los setenta (películas como Cowboy de medianoche, Malas calles o Maridos están en su mesa de cabecera), basada en el acercamiento claustrofóbico de su puesta en escena y a la captura de una realidad capaz de trascenderla. Nunca tenemos un sentido claro de hacia dónde avanza el relato, que se negocia en planos cerrados y vibrantes, siempre en movimiento, acumulando una tensión que llegará con un enorme estruendo, a modo de trauma. El centro gravitatorio del film es Adam Sandler, en la piel de un volcánico joyero judío, ludópata y con serios problemas de estabilidad emocional, y su escenario es el corrupto distrito de diamantes de Manhattan. El film parece avanzar como su protagonista, a golpe de impulsos, propulsado por la adrenalina propia de las apuestas. Sandler ya había interpretado previamente personajes borderline, siempre a punto de romperse (como en Punch Drunk Love y Funny People), pero la energía y fascinación que aporta a esta película es algo realmente fuera de lo común. 

Diamantes en bruto | Tráiler VOS en ESPAÑOL | Netflix España

Todas las señales nos indican que Howard Ratner, así se llama el personaje, camina hacia la autoaniquilación. Trata de pagar sus deudas apostando todo lo que tiene en un partido de baloncesto (con el jugador Kevin Garnett interpretando un papel determinante… y demostrando que sabe actuar), lleva hasta el límite de su paciencia a los sicarios y matones que le atosigan, arriesga la estabilidad de su hogar y su familia llevando una doble vida con su amante y ayudante en la joyería (interpretada por Julia Fox, un feliz descubrimiento)… En cualquier momento, con un simple giro del destino, puede ganarlo o perderlo todo, y esa sensación es la que los Safdie se han propuesto transmitirnos desde el primer minuto, que empieza muy arriba y no decae un instante. Es una película hecha sobre el alambre, una verdadera muestra de talento en estado puro. Se percibe la confianza que han adquirido los cineastas en sus cuatro largometrajes a la hora de transmitir emociones con los rostros y los lugares que filman, privilegiando la corporeidad y la materia, siempre en escenarios reales, si bien esta es su producción más sofisticada y, en cierto modo, la más mainstream.

Es una película que nos golpea, extremadamente frenética y agresiva, incluso ruidosa, pero también con un humor negro muy particular, que nos invita una y otra vez a preguntarnos qué clase de química hay en marcha para que el espectador empatice con un ser tan despreciable como su protagonista. Engreído, mentiroso, maltratador… una verdadera rata del inframundo de los corredores de apuestas y los timadores de poca monta que sin embargo nos seduce desde su patetismo y su extrema soledad. Caminamos sobre el alambre como lo hace él, entre la fascinación, la compasión y el desprecio. Como casi todas las películas de Abel Ferrara (que hacía un cameo en el segundo largometraje de los Safdie), Diamantes en bruto es, si queremos, un film sobre la adicción. Su tensión es física y es psicológica, y en ese equilibrio a partir de los desequilibrios logra anular cualquier zona de confort en el espectador. Hay nervio, tripas, ansiedad, pasión y cerebro. Un verdadero diamante en bruto que, lamentablemente, no podremos disfrutar en el lugar que le corresponde, sino más bien como si fuera una pieza de bisutería.