Tengo que apagar la bendita música que Jib Kidder acaba de publicar en este álbum llamado Teaspoon to the Ocean (Weird World Records/ Music As Usual). Así es cómo empieza esto. Si quiero escribir un texto sobre la música que el estadounidense Sean Schuster-Craig ha creado bajo ese seudónimo, tengo que apagarla al menos por un rato y permitir que sea un recuerdo mientras mis oídos son frotados por el golpear con fuerza del viento en las ventanas, una y otra vez, por ejemplo, o el chillido de esas gaviotas, algo que parece ya oído mil veces aunque uno no sabría localizarlo en un lugar concreto de la memoria. Debo enmudecerla o no seré capaz de analizar, ni de contar las cosas con un orden comprensible por nadie más que yo mismo. Hay música y música. Estas melodías barrocas y que acaban volviendo a su centro tonal (que son una especie de versión luminosa, como californiana o brianwilsoniana y acelerada, de esos dibujos de Escher que Vini Reilly urdiera alguna vez con su guitarra), cantadas con un incierto aire de country de 2020 y efecto de harmonizer y eco sobre samples robados del inmenso archivo del pop y algunas guitarras y muchos redobles de batería, tienen la capacidad de provocar un bucle donde principio y final son indistinguibles, donde, de sumergirse uno y su atención, la dimensión temporal pasa a ser, digamos, no lineal.
Lo dicho, pauso Teaspoon to the Ocean. De todas formas no es la mejor forma de referirse a Sean Schuster-Craig, de presentárselo a ustedes. Por mucho que este disco recién editado por el subsello más raruno de Domino haya sido la puerta de entrada en su multiverso, no deja de ser la decimotercera entrega musical de Jib Kidder. La más lograda o donde mejor ha concentrado buena parte de sus intereses y tácticas, quizá. Pero, como atestiguan sus hiperpoblados Bandcamp y YouTube , Schuster-Craig/ Jib Kidder lleva casi una década publicando colecciones musicales y montajes audiovisuales, en ocasiones sólo en digital pero una buena parte en diversos formatos físicos para a su vez diversos sellos. Y eso es algo que no podemos dejar pasar.
De 2006 son su primera colección de miniaturas de guitarra Small Guitar y las primeras probaturas con esas técnicas de sampleado y artesanía digital (Napkin Bulletproof) que posteriormente serían usadas con profusión en 2008, en su LP de debut All on Yall (States Rights), donde fusiona hip hop y ruidos y sonidos de lo más diverso. Ese disco contiene el corte Windowdipper, donde SSC toma los típicos soniditos de Windows y los mezcla con samples de hip hop y bebés llorando hasta lograr una canción que primero se hizo viral y luego le fue comprada por la cadena Fox para un reality show de baile.
Esa licencia al programa de TV le procuró sus primeras ganancias económicas con la música. Con ese dinero, el músico se mudó a Los Angeles y se dedicó a darse todo el tiempo del mundo para leer y escuchar y grabar discos. Tal es su sentido de lo placentero. Fruto de ello fueron la colección de collages Lossy Angeles, la suite para guitarra grabada en radiocassette en las tardes de veranoTrue Love Wallpapers (ambos de 2010), la colección de guitarrismo ambient-drone Beloved Forever Calling y Music for Hypnotized, que publicó en 2011. En éste, Jib Kidder se limita a usar y manipular con diversos efectos un montón de samples extraídos del catálogo de Asthmatic Kitty, el sello de Sufjan Stevens que finalmente será quien lo publique.
Antes, la incombustible máquina hiperactiva de Sean Schuster-Craig había sacado las grabaciones urgentes de cuatro pistas con caja de ritmos, cintas, guitarra y voz Cold Hands (octubre de 2009). Luego llegarán Dreams Inside of Dreams (2012), EP donde se acerca de nuevo a las canciones cantadas en una fusión de esa tendencia de su personalidad artística con la otra ya mencionada: la experimental por la cual manipula rodajas de música de otros. Grabado en un prinicpio sin intención de publicarlo es el más claro antecedente del hallazgo psicodélico de Teaspoon to the Ocean.
Aún terminaría tres importantes álbumes antes que éste: Primero Steal Guitars (2012), donde sampleaba country de los 50 y 60 volviéndolos música de un tiempo desconocido, “un disco sobre el Tiempo corriendo hacia el futuro mientras mira por el retrovisor”. Steal Guitars,además, tendrá su secuela de remixes, reinterpretaciones y colaboraciones varias (Steal Guitars: Fencing Partners), donde participaría por primera vez Julia Holter, amiga y cómplice musical (suya es la voz que sustituye al efecto de harmonizer en dos canciones de Teaspoon to the Ocean) a quien conociera, como a Laurel Halo y Benoît Pioulard, en la emisora de radio WCBN de la Universidad de Michigan.
En enero de 2013, llegaría el que el mismo Sean Schuster-Craig declara que es su disco favorito de entre todos los que ha hecho: Etudes Series I, improvisaciones de guitarra, banjo y piano luego editados digitalmente. Y algo después el ya más celebrado IV, primer LP de canciones propiamente que puede entenderse como si fueran bocetos paralelos al álbum que nos ha traído hasta aquí. Lo de IV son como notas al margen donde aplica las técnicas de recorta-pega a palabras y ritmos ya en buena parte tocados por él.
Toda esta obra de magnitud e interés tan infrecuentes, permite acercarse un poco al portento que es SSC y resulta tan mesmerizante como los mejores agujeros negros de la música. En su interior, al fondo pero no muy lejos del que escucha, se adivina una anomalía que está hecha de aplicar la lógica del sueño a una noción fragmentaria de la realidad y más concretamente al hipertrofiado Himalaya de objetos culturales accesibles a través de Internet para su manipulación. ¿Podría la obra de Jib kidder estar anunciando un nuevo cruce, una nueva forma de colocar los elementos en una cadena de posibilidades ya antes explotada? ¿Surrealismo como realismo de una existencia invadida por la vida aumentada y digital, psicodelia y trance mediante bucles de sonido y palabras para un devenir lúcido? ¿Música Pop experimental como lente de enfoque a través de la hipnosis, del viaje, de la experiencia inmersiva?
Sobre sus conceptos del sueño, del collage, de la música digital como cultura folk, sobre su intento de descifrar, sin que medie una narración, la “experiencia colectiva de lo más real de lo real cuando sabemos que algo ha ocurrido antes pero aún así nos resulta extraño”. Sobre todo ello trataremos de escribir con detalle en el próximo post. Pero será la semana que viene. Ahora tengo que volver a dar al Play y seguir escuchando.